sábado, 23 de febrero de 2013

BEATRIZ TALEGÓN Y ADA COLAU ANTE EL ESPEJO DE LA POLÍTICA


En esta hora de España de terrible crisis económica, social y política es extraordinariamente recomendable la lectura o relectura de la obra clásica de Robert Michels Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna (1911).

Entiende el sociólogo alemán que todas las grandes organizaciones, y específicamente las partidarias, dada la especialización que requiere su gobernanza, acaban rigiéndose por los principios de la jerarquía y la burocracia, desde los que las decisiones democráticas son imposibles.

Los lideres de los partidos socialistas – R.Michels analizó y basó sus conclusiones en el SPD alemán  - , por más vocación que tengan al emerger, terminan haciéndose conservadores de su estatus y poder. La renovación se hace imposible, pues, técnicamente, el dominio de la maquinaria del partido (o del Parlamento, en su caso) que detentan los lideres instalados los hace insustituibles, y, desde el punto de vista de la psicología, tampoco la “circulación de las elites, se ve favorecida; los egos y el apego al poder de los individuos unidos a las masas apáticas, ineptas y proclives al culto a la personalidad contribuyen a la formación de una oligarquía, una especie de casta cerrada, refractaria a la entrada de jóvenes lideres, salvo en la forma de lo que Pareto llama “reunión de elites o amalgama de éstas”.

Siguiendo este discurso llegó Michels a formular la conocida Ley de hierro de la oligarquía de las organizaciones como ley sociológica fundamental: la organización es la que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegantes. Quien dice organización dice oligarquía.

Así pues, si los partidos políticos son oligárquicos y no representan los intereses colectivos que debieran, la democracia parlamentaria basada en las organizaciones partidarias deviene imposible y no pasa de ser una engañosa tramoya de la minoría dirigente para controlar a las masas inocentes de forma más racional y económica que el recurso directo a la violencia.

La cuestión hoy es – y sobre todo en España donde el abismo entre los representantes políticos y los ciudadanos parece insuperable – si se apuesta por una democracia radicalmente reformada o por otra cosa indeterminada que habría que especificar.

Pero ya se sabe que no hay nada nuevo bajo el sol. Desde los años 60 del siglo pasado la crisis de representación de los partidos políticos clásicos propicio el surgimiento de los llamados nuevos movimientos sociales – NMS -  (feminismo, ecologismo, pacifismo, antienergia nuclear, etc), que tratan de llevar de forma directa a las áreas de decisión política las pretensiones e intereses de sectores sociales respecto a temáticas particulares.

Frente al clásico paradigma de las organizaciones políticas o sindicales constituidas según el modelo de la elección racional (al modo Max Weber) – el conducente a la oligarquización, según Michels –  los NMS son innovadores en cuanto a la ideología, base de apoyo, motivación, estructura orgánica y estilo político: democracia directa, grupos de autoayuda, cooperativismo, populismo, base social interclasista, temática particularista, organización descentralizada, estructura fluida, valores antisistema, rechazo a las organizaciones clásicas neocorporativistas, reluctancia al mundo institucional de las administraciones públicas, protesta y presión social como método de acción, autonomía frente al poder político, ausencia de base social firme y miembros formales. Es decir, rasgos todos ellos configuradotes de un contraretrato de lo que son los partidos políticos.

Si estos hoy son percibidos como instrumentos corruptos, desprestigiados e inservibles para su función representativa, ¿por qué no han sido desplazados por los NMS cuyas características no son otra cosa que la replica virtuosa de los vicios de aquellos? –  Simplemente porque la propia naturaleza de los NMS lo impiden, a parte de que su temática reivindicativa particularista exige otras instancias institucionales que cohonesten y concierten todas las pretensiones y objetivos diversos y aun contrapuestos en la perspectiva del interés general.

Siendo así las cosas, la moribunda democracia nuestra necesita una revitalización urgente por el fluido social que circula por los NMS. Los partidos políticos han de abrir puertas, tirar muros, limpiar escombros e implantar radicales normas de higiene contra la corrupción. Y los NMS  también precisan de las organizaciones partidarias para no desperdiciar sus energías en la esterilidad de una imposible democracia plebiscitaria y rouseauniana,  ideación que condujo a R.Michels precisamente, joven moralista, marxista y militante del SPD que fue, a comulgar con el fascismo de Mousolini,  personaje del que llego a escribir que “traduce en forma desnuda y brillante los deseos de la multitud”. También llevo a R. Michels a aceptar del Duche el Rectorado de la Universidad de Perugia en 1928…

La situación en España es explosiva. Mientras las gentes del pueblo pierden su trabajo y su vivienda, desfallecen en los comedores sociales y no ven en el horizonte otra salida que el suicidio, los casos de corrupción, de rapiña y saqueo de los dineros públicos proliferan por doquier y sus autores y responsables campan por sus respetos riéndose del largo me lo fiáis de la Justicia.

Y, sin embargo, no cabe rendirse. ¿La revolución? – En los procesos revolucionarios siempre la carne y la sangre la ponen los mismos, los de abajo. Moralmente no son recomendables y, además, dado el arsenal tecnológico represivo de los estados modernos, resultan imposibles. Así que no cabe otra alternativa que el pacto funcional entre los que encarnen sinceramente la generación de los partidos de izquierda y los portavoces de los NMS o Plataformas de reivindicaciones sociales.

Si al hilo de los últimos avatares mediáticos se me permite personalizar, diré que entre Beatriz Talegón y Ada Colau debe existir conexión y no enfrentamiento. A una y a otra convendría no olvidar el ejemplo de Robert Michels.