jueves, 5 de octubre de 2017

INDEPENDENCIA ‘PARA HACER EL BIEN’

Como de un menhir enhiesto, impertérrito y ventrudo, impasible a ventiscas y tramontanas, fluye la voz monocorde de Oriol Junqueras, Presidente de ERC y Vicepresidente del Govern, predicando: «Yo, antes que demócrata, soy una buena persona, soy honrado, honesto, soy cristiano... y hago el bien, quiero hacer el bien, la Independencia es para hacer el bien a los catalanes, para tener mejores escuelas y mejor sanidad y mejores servicios sociales y menos paro y buenas oportunidades para todos y más felicidad para todos... También a los españoles les irá mejor, pueden aprovechar la ocasión de encontrar su camino y ser felices y entonces, liberados del mal español, llevarnos bien los de un lado y los de otro como buenos hermanos y vecinos... Por favor, déjennos ser felices a los catalanes…»
 La palabra de Junqueras es monótona, cansina, mecánica, salvo cuando en medio de la secuencia se hace quebradiza, acristalada, apenas contenida, e incapaz de taponar el río de la pasión que bulle a alta presión por las venas de este fanático; entonces, se rehace el discurso del sofista y recobra su monotonía y parsimonia para, al final de la salmodia, impostar un descenso melifluo de voz, que se hace humilde y paciente como la de un predicador ante adolescentes díscolos a los que una y otra vez hay que repetir sin éxito la misma consigna: ¡Señor, Señor, qué paciencia! ¡Estos españoles, habitantes del país de las sombras, no ven la luz de la Razón de la Independencia. ¿Es malo votar? Votar es democracia. Queremos votar.
Si el cristiano Junqueras no hubiera expresado en la coda de su argumentario que a los españoles nos desea el bien y que la Independencia nos favorecerá por igual a catalanes y españoles, uno habría deducido que la Independencia sumaba a favor de los catalanes y restaba en contra de los españoles, en una cuestión como ésta que se planteaba en términos de suma cero: lo que una parte gana, la otra lo pierde, tal como funcionaba en la fase del procés del «España nos roba». Eran los célebres 16.000 millones de euros que, según las balanzas fiscales, España robaba a Cataluña. El varapalo que Josep Borrel propinó a Junqueras, en un comentado debate (en el canal privado 8tv, año 2016) sobre las balanzas fiscales y la falsedad de la existencia en Alemania de un límite del 4% del déficit de un Lander con la Hacienda federal, hubiera dejado fuera del ring a cualquier púgil que no tuviera el cinismo y la capacidad de abuso de la técnica de la reserva mental de nuestro confeso cristiano, al estilo de aquel fariseo confesor que, para evitar la fealdad de fumar mientras rezaba, le propuso al feligrés rezar mientras fumaba.
La verdad os hará libres. ¿Y la mentira? Cuatrocientos curas catalanes frente a cuatrocientos profesores de Derecho Constitucional. Ante la Fe y la Comunión con el El Pueblo de Dios (un sol poble en Cataluña), ante la pasión por ser libres... ¿qué tiene que decir la ciencia jurídica? La ciencia jurídica..., cuestión de leguleyos al servicio del poder opresor. El monje montserratino, Sergi D´Assis, penoso émulo del Fermín de Pas, de La Regenta, con aires de Pájaro Espino, que convierte una homilía en un mitin sobre los derechos humanos pisoteados por las fuerzas de ocupación. O el párroco de Calella, Cinto Busquets, mostrando ante una periodista toda la simpleza intelectual, la soberbia y la toma del nombre de Dios en vano... Estos curas, como poco, si las circunstancias lo propiciasen, serían los Serapios de la novela Patria, de F. Aramburu.
A cualquiera que tenga alguna noción de antropología, sociología e historia no ha de extrañarle la connivencia emotivo-cognitiva de la Iglesia con el nacionalismo: pueblo-nación, pueblo de Dios, espíritu del pueblo, espíritu común, lengua común, comunión, comunidad, comunitarismo. En fin..., el 1-O ya ha pasado y hemos empezado a recoger la primera cosecha de las bondades que nos va a traer la Independencia de Cataluña. Ya hemos visto al Pueblo henchido de placer, brillantes los ojos de Ilusión, la palabra mágica del buen independentista, la Ilusión de otear, de pisar ya las playas doradas de la Arcadia feliz. Ancianos, adultos, jóvenes, adolescentes, escolares de primaria y hasta de infantil todos en comunión mística. Y los que no comulgan (con ruedas de molino, diría un españolista) ya están señalados, son traidores, fascistas, franquistas, infieles, extranjeros. Que se vayan, cuantos más, mejor. Hagamos limpieza de quintacolumnistas. Demasiada gente, no dispuesta a integrarse, ha venido en las últimas décadas, así bajaremos el porcentaje de paro. Otra bondad colateral.
Una vez enterados de que la cosa no iba de dineros, de balanzas fiscales y otras menudencias propias de un materialismo mezquino, sino que era la DIGNIDAD lo que estaba en juego, no nos queda más que esperar los dulces frutos de las próximas cosechas del procés, que han de resultar benéficos para todos, como nos ha prometido la buena persona, honesta y cristiana que es O. Junqueras, ese hombre que vino al mundo con un destino marcado a fuego en la frente: LA INDEPENDENCIA ES EL BIEN. 
En serio, ¿qué se puede esperar de un fanático moralista?:
Vendrán más años malos/ y nos harán más ciegos;/ vendrán más años ciegos/ y nos harán más malos./ Vendrán más años tristes/ y nos harán más fríos/ y nos harán más secos/ y nos harán más torvos. (Rafael S. Ferlosio).

martes, 26 de septiembre de 2017

¿UN REFERÉNDUM PACTADO PARA CATALUÑA?

Al pie de una litografía del gran satírico francés Honoré Daumier figura el diálogo entre un aldeano y un alcalde: Señor alcalde, qué es un plebiscito (un referéndum)? pregunta el aldeano. Una palabra latina que significa ‘sí’ responde el alcalde.
En el momento de escribir este artículo (la mañana del 20-09-17), y conforme la fecha del 1-O se acerca inexorablemente y los acontecimientos se hacen más acuciantes, se está extendiendo en importantes sectores de la opinión pública la tesis de que la solución al conflicto catalán no es otra que un Referéndum pactado entre el Gobierno de Madrid y el Govern independentista. Unidos Podemos propugna este camino en el que vendrían a confluir todas aquellas precedentes manifestaciones y eslóganes de los últimos años y días: derecho a decidir, derecho a votar, queremos votar, votar es democracia, votaremos...
Lo cierto es que, más allá del simplismo rayano en la demagogia de estas proclamas, el Referéndum es una técnica de la democracia directa o semidirecta mediante la cual se confía al cuerpo electoral la adopción de una decisión o la aprobación de una ley. El Referéndum, dentro de la tensión dialéctica entre democracia directa y democracia representativa, incluso puede tener buena prensa en momentos en que el grito de «¡No nos representan!» de las generaciones jóvenes pone en solfa el principio de representación política. ¿Por qué no, pues, un Referéndum pactado para la situación de Cataluña, que es explosiva, de alto riesgo para la estabilidad institucional de España y endiabladamente complicada?
Si un Referéndum no acordado con el Gobierno central y las Cortes españolas es ilegal, la alternativa es el pactado, se concluye. Constitucionalmente imposible no es, según voces autorizadas, si se hace una interpretación flexible del artículo 92 de la Constitución. Se consulta primero a los catalanes referendariamente, y después, a la vista del resultado que en teoría jurídica no sería vinculante, pero políticamente sí, se procede a modificar la Constitución para dar acomodo a Cataluña, bien en forma de autodeterminación interna dentro del Estado español, o bien en forma de autodeterminación externa, que supondría la independencia sin más.
¡Pactar las condiciones del Referéndum catalán! Ahí es nada. No sé en qué estado quedará el edificio institucional de Cataluña después de la voladura que se inició el 6 y 7 de septiembre y culminará el 1-O. Si ha lugar para que los supervivientes se sienten en una mesa para acordar un Referéndum legal, ninguna de las dos partes va aceptar condiciones y requisitos que no le garanticen la victoria. España no puede permitirse el lujo de perder de una tacada el 20% del PIB, lo que en reputación internacional implica y emocionalmente, riámonos de la crisis el 98; y el independentismo catalán, por su parte, no está dispuesto a perder lo que cree la ocasión histórica más propicia para sus objetivos. La sátira del alcalde de la litografía de Honoré Daumier, al definir el referéndum como palabra latina que significa sí, es muy oportuna en este punto. Mi conclusión es que ese pacto es imposible en la práctica, planteado en los términos binarios de SÍ/NO a la independencia de Cataluña, supuestos de los que los independentistas no se van a apear. (Bien a mi pesar, y dicho entre paréntesis, tal como están las cosas hoy en Cataluña la independencia ganaría en un Referéndum binario, digan lo que digan las encuestas, y esto lo sabe cualquier alfabetizado en técnicas de persuasión, agit-prop y psicología de masas...).
A Pablo Iglesias se le llena la boca de charlatán con la cantinela de referéndum pactado, referéndum pactado..., pero cuando el periodista le pregunta si luego habrá que pactar otros referéndums, si lo piden que lo pedirán los vascos, los gallegos, los valencianos y ¿por qué no Cartagena?..., entonces se le traba la lengua y contesta que eso no toca hoy, que ya veremos en su día. Todo un estadista.
En general tengo un cierto desapego a la institución del referéndum, acaso porque mi primer voto fue obligado en el Referéndum franquista de 1966 en un pequeño pueblo de Teruel; los votos eran habas contadas, voté NO y en el recuento no apareció ningún NO: votar no siempre es democracia, señores independentistas....
¿No hay solución para Cataluña? Menos la muerte, todo tiene remedio. Negóciese con Cataluña la reforma de la CE de modo que los catalanes puedan autodeterminarse internamente, con la única limitación de llegar a ser un Estado independiente.
       Finalmente, pedir la independencia no es delito; es más, se trata de un derecho de los hombres y de los pueblos. Jurídica y políticamente, no hay cuestión. Ahora bien, desde criterios morales, de apoyo mutuo y ayuda, desde valores que favorecen el progreso civilizatorio de los hombres, pugnar encarnizadamente hoy desde Cataluña por la independencia, dada la realidad catalana-española (económica, política, social y cultural) es un acto de insolidaridad ofensivo, en especial, para quienes venimos denunciando las políticas del PP y su corrupción, la misma corrupción pujolista que el independentismo esconde en la bodega de su velero en su viaje hacia la República catalana.

EL NACIONALISMO, ESE MAL

A mi querido amigo Antonio Valero, que es víctima en la provecta edad del nacionalismo independentista catalán


Hace no sé cuánto tiempo el procès se ha instalado en una cierta intemporalidad ya, una diputada de la antigua Convergència i Unió, en tertulias televisivas, solía repetir en forma de ecolalia: «¡Nos vamos!, ¡nos vamos!, ¡nos vamos!, señores españoles». Un amigo mío, residente en Cataluña de toda la vida, airado por la opresión de la militancia independentista, al ¡nos vamos! de la diputada catalana, heredera del patrimonio pujolista, con no poca sorna, me espetó: «¡Que se vayan!, ¡ya tardan!, lo pueden hacer por Portbou o por Hendaya, por mar o por tierra, que elijan uno de los 602 mojones que separan España de Francia, desde las orillas del Bidasoa hasta Cap Cervere». Hace unos días, en una peluquería, lo único reproducible que escuché sobre los catalanes que quieren irse fue: «¡Que se vayan, pero que dejen todo como está, que no se lleven ni una piedra...!» Lo demás forma parte de la panoplia de insultos de que la lengua castellana es tan abundante. 
Tampoco la lengua catalana se queda corta ninguna lengua lo hace a la hora de acopiar recursos léxicos eficaces para vejar y ofender al enemigo. Si no, que se lo pregunten a los alcaldes socialistas que no han obedecido la ley ilegal del Parlament... En este punto está el procés: los diferentes pasaron a competidores, después a rivales, luego a enemigos y de la polémica política normal se ha pasado a la violencia simbólica de la palabra insolente, irrespetuosa, humillante, injuriosa y agresiva. Perversas palabras, malos sentimientos que nacen de la tierra envenenada del nacionalismo.
Todo el mal nace de la gestión malvada de la idea de diferencia. Los hombres nacemos en unidades comunitarias y organizativas que se van ampliando conforme crecemos. El hombre se identifica con su familia, con los compañeros de aula, de colegio, de barrio, de ciudad, de país, de continente, del mundo... Desde cada nivel de identificación, según la edad, los niveles superiores son percibidos como diferentes y extraños. Hay quien fija su vínculo de pertenencia en la comunidad nacional, desistiendo de cualquier otra religación superior, y hay quien solo se siente concernido por pertenecer a la ciudadanía del mundo, a la república común de los derechos ciudadanos de todos los hombres y mujeres de todos los rincones de la Tierra. Es cuestión del grado civilizatorio que cada uno haya alcanzado.
En los estadios inferiores del desarrollo humano, la percepción de la diferencia se ve lastrada por la emoción del miedo y el temor a lo desconocido, recurso fisiológico éste que está al servicio de la supervivencia. Cuando en el hombre adulto persiste el miedo-temor-rechazo a otro hombre por ser de otra raza, nación, orientación sexual o cualquier otra diferencia tenemos un problema. El problema del nacionalista es que no ve más allá de su nación, su nexo con ella es emocional, irracional, totalitario. La admira, la ama y la exalta por ser la mejor tierra del mundo. Su lengua, sus costumbres, sus instituciones, su folklore y su cultura constituyen un volkgeist, un espíritu atávico que inspira y dirige al pueblo elegido hacia su destino eterno. En ese espíritu colectivo se funde el individuo y se hace valiente y hasta temerario, se hace fuerte ante los otros, los diferentes. El nacionalista es siempre un miedoso que transforma el miedo en arrojo cuando se funde con la masa.
El nacionalismo es corrosivo para la lucha de clases. La idea nacional conduce a un interclasismo en que los intereses de las clases trabajadoras se diluyen y confunden con los de las élites económicas que azuzan y amenazan con el independentismo según su conveniencia. El nacionalismo es egoísta e insolidario, frente a un nosotros encastillado construye un los otros enemigo con el que libra una guerra de resultado de suma cero. En contra de la ayuda y el apoyo mutuo como praxis social para la perfectibilidad humana, el nacionalista es partidario de la competencia salvaje y la selección natural de los más fuertes para mejorar la especie.
Todo lo que toca el nacionalismo lo corrompe. Póngase el adjetivo nacional a cualquier substantivo y compruébese el efecto dañino: el socialismo se convierte en el nefasto nacionalsocialismo; lo católico, en nacionalcatolicismo; el espíritu, en espíritu nacional; la fiesta, en fiesta nacional; la lengua, esa inefable creación de la cultura, pasa a ser nacionalismo lingüístico, en lucha con las otras lenguas. Académicamente se distingue entre centrípeto, centrífugo, económico, cívico, étnico, romántico, religioso, lingüístico... No hay que engañarse. Los sentimientos y valores subyacentes a la ideología nacionalista son siempre los mismos: miedo y rechazo al diferente, egoísmo e insolidaridad; irracionalidad y emotividad conniventes con una inmadurez civilizatoria.

martes, 12 de septiembre de 2017

CONSTANTES HISTÓRICAS DEL INDEPENDENTISMO CATALÁN

Como los malos estudiantes ante un examen de reválida, frente al tema catalán los españoles nos vemos compelidos a estudiar a toda prisa la historia de Cataluña, que, como la del resto de las Españas, es ignorada por el 99,99% de los españoles. Es el único camino para ver alguna luz en vísperas de que la Generalitat declare la independencia de lo que llamará República Catalana, hecho que habrá de tener consecuencias prácticas ineludibles y graves para todos los ciudadanos, sean catalanes o no.
En la formación cultural de Cataluña tomando cultura en su sentido más amplio han participado griegos, cartagineses, visigodos, musulmanes, carolingios..., al igual que en el resto de los pueblos de Hispania, con la salvedad de los carolingios: la reacción carolingia a la invasión musulmana fue avanzando y organizando los condados catalanes dentro de la Marca Hispánica, bajo la dependencia del rey franco, y este hecho, la temprana expulsión de los musulmanes, acaso sea un factor diferencial importante de Cataluña en un momento de la Historia. Lo dejo aquí, para que el lector repase algunos manuales de Historia de España o de Cataluña por separado, en los que hallará, sea cual sea el enfoque del texto (romántico-catalanista, neutral o españolista), dos conclusiones inobjetables, a poca sinceridad intelectual que tenga: primera, la historia de Cataluña está indisolublemente unida a la de España; segunda, la historia de Cataluña, no obstante, presenta una entidad diferenciada que le otorga personalidad propia. Indisolubilidad (que rechaza la separación) y diferenciación (que tiene querencia por la independencia) son polos en permanente tensión dialéctica, que, como apuntaba Azaña, explosiona en momentos críticos de la Historia.
Un primer escenario de conflicto es la sublevación de Cataluña o guerra dels segadors en 1640. El contexto lo explica todo: Guerra de los Treinta años de fondo, decadencia de Castilla y quiebra de la hacienda Real, el Memorial secreto de 1624 y la Unión de Armas del Conde-Duque de Olivares y su pretensión de imponer la ley castellana a todos los reinos (multa regna, sed una lex), la incapacidad de los virreyes de Cataluña para poner coto al bandolerismo, la declaración de guerra de Luis XIII de Francia a Felipe IV, las fechorías de la soldadesca real en territorio catalán, las condiciones de vida de campesinos y segadors... Todo condujo a la Declaración de Independencia de Cataluña por Pau Claris el 17 de enero de 1641, independencia bajo la soberanía del rey francés. La experiencia francesa, nada agradable para los catalanes, termina en 1652 con el reconocimiento de Felipe IV como rey.
El segundo hito de separación de Cataluña de la España castellana se inscribe en el contexto de la Guerra de Sucesión, que fue una guerra europea realmente y en la que el Felipe V y Carlos de Habsburgo se disputaron el vacante trono de España. Borbónicos contra austracistas. ¿Poder central contra autogobierno de ciudades y territorios? ¿Uniformidad legal e institucional frente al respeto de leyes viejas, fueros y antiguas costumbres e instituciones? Los territorios de la Corona de Aragón, incluido el Principado, cayeron del lado del perdedor. Lo que pasó después es conocido y lo demás es hipótesis contrafactual y fantaseo romántico, cuando no simple tergiversación.
Hay un tercer momento en que se produce la Proclamación de la República Catalana. Es en 1873. Hay un ambiente nuevo: inicios de la revolución industrial, éxodo rural, formación del proletariado. Barcelona (250.000 hab. en 1870) es la zona de mayor producción y los enfrentamientos entre fabricantes y trabajadores se acrecientan, así como los de Cataluña y España. La revolución de 1866 (La Gloriosa) y las Elecciones de 1869 dieron paso a la I República federalista. La entrada de Pavía en el Congreso con guardias civiles y militares (Tejero no innovó en la técnica del golpismo) dio al traste con todo intento de republica el 3 de enero de 1874...
Detengámonos en un cuarto escalón: 14 de abril de 1931. Lluis Companys, desde el balcón del Ayuntamiento, proclama la República Catalana. Tres ministros del gobierno provisional de la República Española (Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo y Lluis Nicolau d´Olwer) en visita exprés a Barcelona consiguen reconducir la situación con la promesa de la aprobación de un Estatut para Cataluña. Circunstancias concomitantes con el intento de Lluis Companys: crisis económica, crisis social, cambio de régimen, auge de los fascismos europeos...
El 6 de octubre de 1934 Lluis Companys vuelve a proclamar el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Sabemos el resultado: 46 muertos, más de 3000 detenidos, el Jefe de los Mossos desobedeciendo al Capitán General, Domingo Batet, que actúa según el declarado estado de guerra por el gobierno de Lerroux, etc.
Finalmente: 1-O de 2017. Un referéndum ilegal, tras el que el Presidente de la Generalitat ha prometido, junto con la mayoría del Parlament, declarar la independencia de la Republica Catalana. No hace falta abundar en los rasgos de la coyuntura económica, social y política que han propiciado llegar hasta aquí.
Azaña, en su discurso del 27 de mayo de 1932 ante las Cortes, dijo: «...Y se observa que hay grandes silencios en la historia de Cataluña, grandes silencios; unas veces porque está contenta y otras porque es débil e impotente; pero en otras ocasiones este silencio se rompe y la inquietud, la discordia y la impaciencia se robustecen, crecen, se organizan, se articulan, invaden todos los canales de la vida pública de Cataluña (...) y son un conflicto en la actividad funcional del Estado al que pertenece...»

Estados de guerra, crisis económicas y sociales (las luchas de clase internas manipuladas y dirigidas hacia fuera, donde está el Estado central como cabeza de turco), coyunturas políticas con incongruencias en la praxis del principio de representación (¿Cómo es posible que Rajoy, líder de un partido corrupto, siga gobernando?), inconsistencia del régimen monárquico..., éstas son a grandes rasgos las constantes históricas que acompañan al constante independentismo de Cataluña. Interpretando las literarias palabras de Azaña, hemos de optar entre tener a Cataluña contenta o débil e impotente. Opto por la primera alternativa de acuerdo al principio de realidad, no sin antes hacer mi propia proclamación: incontenible repugnancia intelectual y moral hacia los nacionalistas e independentistas de nuestras sociedades democráticas. Y si son cristianos y/o de izquierdas... No tengo palabras.

lunes, 4 de septiembre de 2017

PITAR A GERARD PIQUÉ

El sábado, 2-9-2017, pudimos ver un magnífico partido de fútbol en el que España venció a Italia por un rotundo 3-0. Brilló especialmente el malagueño Isco, pero todos estuvieron a gran altura… así, con esta prosa suelen expresarse los periodistas deportivos …incluido el jugador del Barça, Gerard Piqué, defensa central-derecho que, como es habitual en él, resolvió con natural elegancia y eficacia las situaciones de peligro creadas por los delanteros italianos, en contraste colaborativo con el otro defensa, Sergio Ramos, enorme defensa, de gran eficacia también, pero de temperamento más agresivo.
   Defendiendo a la Roja, jamás en ningún campo de España se ha pitado ni se pitará al español Sergio Ramos ni a algún otro jugador de la Selección. A Piqué hace varios años que en todos los campos de España lo reciben con una sonora pitada, que se reproduce cada vez que toca el balón. No fue excepción el sábado en el Bernabéu. No importaba que todos los jugadores estuviesen tejiendo un fútbol de bella artesanía, coronado por un marcador a favor desde el minuto 13, cada vez que Piqué tocaba balón la horrísona pitada se repetía como un automatismo chirriante que agujereaba mi cerebro. Piqué es un muchacho noble, sincero y locuaz, en comparación con el mutismo de la mayoría de los futbolistas. A veces ha dicho que es partidario del derecho a decidir de los catalanes derecho que a mí me puede parecer una estupidez filosófico-lingüística, pero que forma parte de la libertad de expresión y en otras ocasiones se ha metido jocosamente con el Real Madrid, rival clásico del Barca.
 He de confesar que nunca había sentido tanta indignación contra la masa energuménica autora de los silbidos como en la tarde-noche del 2 de septiembre. Ese mismo día, Levante de Castellón había publicado un artículo mío titulado Vertigo catalán, en el que exponía como catarsis personal la angustia que siento por el procés y su culminación el 1-0, como otros muchos españoles. A cada silbido aumentaba mi convicción de que los abucheos a Piqué están estrechamente conectados con el independentismo catalán. Si defiendes eficazmente los colores de España y los españoles te insultan y rechazan ¿por qué no separarse de España?
  Pero... fútbol es fútbol, dirán los sabios en la materia. Nada tiene que ver con la política, reza el eslogan. Es un deporte de masas, cada vez más espectacular y mercantilizado, al que, no obstante, la crítica cultural más exigente no puede reducir a su condición de panem et circenses para la masa alienada y embrutecida; es algo más: crea cohesión social, amplía los ámbitos de socialización y, según Konrad Lorenz (On aggression), sirve para derivar y canalizar la agresividad natural del hombre hacia las competiciones deportivas y sus rituales incruentos... Es decir, que en vez de matarnos, rivalizamos en el deporte.
¿A quién engañar? Todo es política, sentenciaba A. Gramsci. El fútbol también. Lo de Piqué es más que un símbolo o una metáfora. ¿Qué diferencia hay entre pitar a Piqué en todos los campos españoles y el boicot a los productos catalanes, la recogida de firmas contra el Estatut de 2006, la presentación del recurso de inconstitucionalidad y el regodearse en haber cepillado a fondo el proyecto aprobado por el Parlament català?
Piqué es un símbolo inocente del independentismo (a diferencia del taimado Guardiola) y la catalanofobia. ¿Y qué es esa minoría silbadora y descerebrada? ¿A quién o qué representa? Esa minoría enraizada por todas las tierras de la España una, grande y libre, es la expresión de la ignorancia, el cerrilismo, el espíritu tribal e incivilizado, el sectarismo, el odio a la diferencia y a todo lo que desconoce (que es oceánico), la brutalidad en las formas, la frustración, los complejos de inferioridad y la violencia a flor de piel.
¿Qué ha sido antes, el huevo o la gallina, los independentistas o los catalanófobos, el nacionalismo catalán o el español? La Historia da alguna luz, pero la ignorancia de los españoles es abismal. Es más fácil responder con despecho y rechazo irritado al supremacismo catalán que pensar en los orígenes del problema, en sus causas y responsables. Hoy por hoy, con la que está cayendo, verificar que cada pitido a Piqué simbólicamente suma un independentista más produce impotencia y frustración. Cierto es, en honor a la verdad, que en algunos momentos del partido España-Italia los pitos a Piqué fueron contrarrestados por algún sector del público con gritos de apoyo al catalán: «¡Piqué, Piqué, Piqué!»
¿Puede estar en este «¡Piqué, Piqué, Piqué!» el germen de un entendimiento futuro entre España y Cataluña? Así debe ser. Si no, la catástrofe. De la que nadie saldrá ileso.

jueves, 31 de agosto de 2017

VÉRTIGO CATALÁN

Solo la desconexión de la realidad de la mayoría de ciudadanos, absorbidos y enajenados por el ímprobo esfuerzo de la supervivencia diaria si tal expresión (desconexión de la realidad) se entiende como vivir de espaldas a lo que sucede o dicen los mass media que sucede, explicaría que no se haya producido una explosión de histeria colectiva ante los mensajes que a velocidad exponencial se están acumulando en anuncio de la fundación de una República Catalana Independiente, separada de España, lógicamente.
Casi nada. Una República Catalana Independiente. Pensar en ella solo adquiere su trascendencia, si atendemos a su correlato: una España sin Cataluña y por qué no, sin las tierras aragonesas de la Franja, sin el País Valenciano y Les Illes y sin el País Vasco y sin Galicia y sin Cartagena. Cada uno es deudor de su biografía personal, intelectual, ideológica y política. Desde todas estas perspectivas, recibo el mismo sentimiento de vacío angustioso y de vértigo. El Proyecto de Ley de Transitoriedad y Fundación de la RCI describe con concreción y detalle la arquitectura institucional del nuevo Estado. Hasta los bienes y derechos reales se han inventariado para titularizarlos a nombre de la nascitura República Catalana, por si alguien creía que iba de una broma de los independentistas. Esto va en serio. Los independentistas no sueñan con una Utopía, ven su República al alcance de la mano, la tocan con los dedos, la huelen, la sienten virgen, hermosa y benéfica. No están alucinados, están enardecidos y eufóricos por la gran Ilusión de su vida. Ahora o nunca.
El Gobierno acaba de decir que tiene «preparada y prevista» la respuesta a la «aberrante» Ley de Ruptura. Yo pienso, por contra, que nadie tiene el cálculo de los hechos concretos que se producirán en torno al 1-O, antes y después. El Gobierno se aferra al dictado de la Ley, que vehiculará el Tribual Constitucional, y que en su versión extrema, la coactividad, puede implicar la inhabilitación de autoridades de la Generalitat, su detención, su encarcelamiento, la evitación física de colocación de urnas, etc. Pero no se puede asegurar si habrá o no alborotos callejeros o movilizaciones limitadas o masivas de carácter insurreccional. Todo propicia la incertidumbre.
La suposición más verosímil, en la que desgraciadamente se acomodan Rajoy y su Gobierno, consiste en esperar un 1-O con incidentes disruptivos de baja intensidad, resultados en las votaciones no homologables y, al fin, un fiasco de referéndum similar a la Consulta del 9-N de 2014. Craso error. Nada de lo que sucede lo hace en vano. La Historia es aleccionadora. Desde finales del siglo XIX, en tres momentos se produjo la proclamación de la independencia de Cataluña: 5 de marzo de 1873, 14 de abril de 1931 y 6 de octubre de 1934. En la última ocasión, a Lluís Companys no le bastó la lealtad del Jefe de los Mossos d'Esquadra, Pérez Farrás, ante la declaración del estado de guerra del Gobierno derechista de Lerroux. El Capitán General de Cataluña, Domingo Batet, en apenas 48 horas resolvió el problema, con 46 muertos y más de 3000 personas detenidas.
Es significativo que en las tres ocasiones la proclamación de un Estado catalán o de una República catalana independientes mantenía una vinculación con el resto de España en alguna forma de federación. La desconexión que se prepara para el día siguiente al 1-O es total, absoluta. La Historia ha hecho su camino y el proceso ha ido a más. Por eso decimos que, ocurra lo que ocurra el 1-O, nada será igual en el futuro. El procés no quedará desbaratado y extinguido. Durante los últimos 5 años ha avanzado tanto y ha creado realidades y expectativas tan vigorosas y verosímiles respecto a la cercanía del paraíso de una República nueva, solo para catalanes, liberada de la Monarquía borbónica de la España caduca, que es insensato esperar que todo abocará a la desilusión de los independentistas sin más. El lenguaje, las palabras han creado mucha realidad. La descripción del edificio institucional de la República catalana ha sido tan pormenorizada, abundante e ilustrativa que en la urdimbre cognitiva y emocional de los independentistas quedará formado un troquelado político-cultural desde el que germinarán y se desarrollarán batallas intermitentes de una guerra sin fin.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta a estas alturas queda para los historiadores. Ellos harán analogías y comparaciones de circunstancias y acontecimientos desencadenantes (clima cantonal, crisis de la Monarquía, declaración de inconstitucionalidad de la Ley del Cultivo, declaración de inconstitucionalidad del último Estatuto, crisis económica...). Importa responder hoy a la clásica cuestión del Qué hacer. Y no hay más alternativa que ofrecer a la sociedad catalana una profunda reforma de la Constitución Española con una asociación de la nación catalana flexible (liberada del lastre de una idea integrista de la unidad de España).
De momento, y conforme se acerca la fecha del 1-O, el vértigo catalán aumenta en unos, mientras la mayoría silenciosa contempla el espectáculo como si fuese una película de suspense.

viernes, 25 de agosto de 2017

PLURILINGÜISMO: ¿DE NUEVO LA GUERRA ESCOLAR?

No por tópica deja de ser cierta la afirmación de que los largos veinte años de ocupación plena por el PP de las Instituciones valencianas dejaron a esta Comunidad arruinada económica y moralmente, hasta niveles de desprestigio intolerables. Constituido el Govern del Botànic, no era fácil imaginar de qué modo los herederos de los viejos dirigentes del PP por entonces en la cárcel, encausados o contaminados por la corrupción los más habrían de articular cualquier estrategia de oposición, mínimamente razonable, a la acción del bipartito (PSPV-Compromís). Serían precisas muchas dosis de cinismo, desmemoria y desfachatez para poner reparos a posibles irregularidades o errores de los nuevos gobernantes.
Sin embargo, no pasó ni un mes y ya en la Conselleria de Educación los rescoldos de la eterna guerra escolar estaban avivados: la escuela pública / concertada, la religión, la lengua... (estamos en julio de 2015). Declaraciones perfectamente prescindibles e imprudentes del Conseller Marzà fueron relámpagos de una peligrosa tormenta que iluminaron el camino y señalaron el flanco débil por donde ser atacados. Poco más necesitaba la señora Bonig y los suyos para salir del aturdimiento y el pesimismo iniciales. Las fuerzas de la derecha de inmediato se aprestaron al combate.
Realmente el Conseller no había hecho nada importante, pero desconocía que el de la educación es un campo minado y que no es necesario adentrarse en él para que las minas exploten al mero impulso de las palabras y las voces.
La lengua es una cuestión sanguínea. Unamuno dijo que la lengua es la sangre del espíritu y Joan Fuster sentenció que «la nostra pàtria és la nostra llengua» y que ésta «no ens la regalarà ningù, l’haurem de guanyar dia a dia». ¿Qué ha pasado con el Decreto del Plurilingüismo? ¿De qué errores o quebrantos legales adolece como para que la Sentencia 1329/17 del TSJ lo haya puesto en la picota? El Fallo del Tribunal ha sido calificado por la prensa de varapalo al modelo plurilingüe del Consell y ha servido, sobre todo, para que el PP se haya reencontrado gozosamente con el conflicto de la lengua, que tantos réditos electorales le dio antaño y del que tantos espera hogaño.
   Si distinguimos los ecos de las voces tarea ardua, poco recomendable en este verano caluroso, que exige leerse Decreto 9/17 por el que se establece el modelo de plurilingüismo en la Comunidad Valenciana y también la Sentencia 1329/17 del TSJ concluiremos que no hay motivo para tanto escándalo. En el punto 3º del Fallo se lee: «Se anula y deja sin efecto el Decreto 9/17 únicamente en lo establecido en la Disposición Adicional 5». Por el camino de la Sentencia se han perdido las pretensiones del Sindicato recurrente, el CSI-F, referidas al a.4, 34 y Transitoria segunda, por falta de argumentación en el texto alegatorio. La alarma tampoco tiene sentido respecto a la escolarización de este curso, 2017-2018, pues, según el calendario de implantación del nuevo modelo, solo se ve afectado el alumnado de Infantil, los de 3 años en particular. Así que menos lobos.
   El problema suscitado por la Adicional 5 sí que tiene relevancia por su contenido en sí y, lógicamente, porque la Sentencia se la ha dado al anularla. Sintéticamente, el texto anulado establece que el alumnado que haya seguido los Niveles Intermedio o Avanzado (que implican más valenciano y más inglés) obtendrán certificación automática en estas lenguas, mientras que los del Nivel Básico ( más castellano y menos inglés) no recibirán certificación alguna. En Primaria, a los del Nivel Avanzado se les certificará el A1 en inglés y el A2 en valenciano; en Secundaria, a los del Nivel Intermedio, el A1 en inglés y el B1 en valenciano y a los del Avanzado, el A2 de inglés y el B2 de valenciano... El mismo criterio se sigue en la E. Postobligatoria.
   La Sentencia entiende que esta discriminación a favor del valenciano no supera el canon de constitucionalidad del a.14 y 27.8 de la CE. Razona que la vinculación de la elección del valenciano a más inglés (con la consiguiente certificación) produce un efecto inhibidor, desincentivador, de desinterés..., chilling effect, a la hora de elegir el castellano, lo cual introduce un factor de desequilibrio irrazonable. Por supuesto, la sentencia está fundada en abundante jurisprudencia española y europea, pero tratándose de conceptos jurídicos tan indeterminados (canon de constitucionalidad, test de razonabilidad, equilibrio razonable, etc.), es inevitable que la subjetividad del juzgador sea decisiva. Por demás, tengo bien sabido que lo Jurídico cuando llega a las altas instancias judiciales tiende a confundirse con lo Político. 
   El a.8.2 del Decreto 9/2017 establece que el modelo lingüístico «tiene que garantizar que todo el alumnado, al acabar las diferentes etapas, consiga las competencias orales y escritas definidas por los niveles básicos de referencia siguientes del Marco común europeo de referencia para las lenguas: a) Al acabar las enseñanzas obligatorias: valenciano y castellano: entre un B1 y un B2; primera lengua extranjera: entre un A1 y un A2. b) Al acabar las enseñanzas postobligatorias no universitarias: valenciano y castellano: entre un B2 y un C1; primera lengua extranjera: entre un A2 y un B1.» La Sentencia no se ha empleado a fondo en la incoherencia del art. 8.2 y la adicional 5, pero nosotros hemos comparado las certificaciones de la Adicional 5 y las competencias lingüísticas exigibles al alumnado, a todo el alumnado sin exclusión, y hemos comprobado que casi son idénticas, por lo que nos vemos obligados a hacer esta pregunta: ¿Al legislador le merecía la pena el riesgo corrido al introducir el beneficio formal de la certificación en inglés para promover el valenciano?
Sí, el inglés la lengua del Imperio tiene un fuerte poder motivador, pero también para los castellanoparlantes.