El sábado, 2-9-2017, pudimos ver un magnífico partido de fútbol en el que
España venció a Italia por un rotundo 3-0. Brilló especialmente el malagueño
Isco, pero todos estuvieron a gran altura… —así,
con esta prosa suelen expresarse los periodistas deportivos— …incluido
el jugador del Barça, Gerard Piqué,
defensa central-derecho que, como es habitual en él, resolvió con natural
elegancia y eficacia las situaciones de peligro creadas por los
delanteros italianos, en contraste colaborativo con el otro defensa, Sergio
Ramos, enorme defensa, de gran eficacia también, pero de temperamento más
agresivo.
Defendiendo a la Roja, jamás en ningún campo de España se ha pitado ni
se pitará al español Sergio Ramos ni a algún otro jugador de la Selección. A
Piqué hace varios años que en todos los campos de España lo reciben con una
sonora pitada, que se reproduce cada vez que toca el balón. No fue excepción el
sábado en el Bernabéu. No importaba que todos los jugadores estuviesen tejiendo
un fútbol de bella artesanía, coronado por un marcador a favor desde el minuto
13, cada vez que Piqué tocaba balón la horrísona pitada se repetía como un automatismo
chirriante que agujereaba mi cerebro. Piqué es un muchacho noble, sincero y
locuaz, en comparación con el mutismo de la mayoría de los futbolistas. A veces
ha dicho que es partidario del derecho a decidir de los catalanes —derecho que a mí me puede parecer una estupidez filosófico-lingüística,
pero que forma parte de la libertad de expresión— y en otras
ocasiones se ha metido jocosamente con el Real Madrid, rival clásico del Barca.
He de
confesar que nunca había sentido tanta indignación contra la masa energuménica
autora de los silbidos como en la tarde-noche del 2 de septiembre. Ese mismo
día, Levante de Castellón había publicado un artículo mío titulado Vertigo
catalán, en el que exponía como catarsis personal la angustia que siento
por el procés y su culminación el
1-0, como otros muchos españoles. A cada silbido aumentaba mi convicción de que
los abucheos a Piqué están estrechamente conectados con el independentismo
catalán. Si defiendes eficazmente los colores de España y los españoles te
insultan y rechazan ¿por qué no separarse de España?
Pero... fútbol
es fútbol, dirán los sabios en la materia. Nada tiene que ver con la
política, reza el eslogan. Es un deporte de masas, cada vez más espectacular y
mercantilizado, al que, no obstante, la crítica cultural más exigente no puede
reducir a su condición de panem et circenses para la masa alienada y
embrutecida; es algo más: crea cohesión social, amplía los ámbitos de socialización
y, según Konrad Lorenz (On aggression),
sirve para derivar y canalizar la agresividad natural del hombre hacia
las competiciones deportivas y sus rituales incruentos... Es decir, que en vez
de matarnos, rivalizamos en el deporte.
¿A quién engañar? Todo es política, sentenciaba A.
Gramsci. El fútbol también. Lo de Piqué es más que un símbolo o una metáfora.
¿Qué diferencia hay entre pitar a Piqué en todos los campos españoles y el
boicot a los productos catalanes, la recogida de firmas contra el Estatut de 2006, la presentación del
recurso de inconstitucionalidad y el regodearse en haber cepillado a fondo el
proyecto aprobado por el Parlament català?
Piqué es un símbolo inocente del independentismo (a
diferencia del taimado Guardiola) y la catalanofobia. ¿Y qué es esa minoría
silbadora y descerebrada? ¿A quién o qué representa? Esa minoría enraizada por
todas las tierras de la España una, grande y libre, es la expresión de la
ignorancia, el cerrilismo, el espíritu tribal e incivilizado, el sectarismo, el
odio a la diferencia y a todo lo que desconoce (que es oceánico), la brutalidad
en las formas, la frustración, los complejos de inferioridad y la violencia a
flor de piel.
¿Qué ha sido antes, el huevo o la gallina, los
independentistas o los catalanófobos, el nacionalismo catalán o el español? La
Historia da alguna luz, pero la ignorancia de los españoles es abismal. Es más
fácil responder con despecho y rechazo irritado al supremacismo catalán que
pensar en los orígenes del problema, en sus causas y responsables. Hoy por hoy,
con la que está cayendo, verificar que cada pitido a Piqué simbólicamente suma
un independentista más produce impotencia y frustración. Cierto es, en honor a
la verdad, que en algunos momentos del partido España-Italia los pitos a Piqué
fueron contrarrestados por algún sector del público con gritos de apoyo al
catalán: «¡Piqué, Piqué, Piqué!»
¿Puede estar en este «¡Piqué, Piqué, Piqué!» el germen de un entendimiento futuro entre España y
Cataluña? Así debe ser. Si no, la catástrofe. De la que nadie saldrá ileso.
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