martes, 26 de septiembre de 2017

¿UN REFERÉNDUM PACTADO PARA CATALUÑA?

Al pie de una litografía del gran satírico francés Honoré Daumier figura el diálogo entre un aldeano y un alcalde: Señor alcalde, qué es un plebiscito (un referéndum)? pregunta el aldeano. Una palabra latina que significa ‘sí’ responde el alcalde.
En el momento de escribir este artículo (la mañana del 20-09-17), y conforme la fecha del 1-O se acerca inexorablemente y los acontecimientos se hacen más acuciantes, se está extendiendo en importantes sectores de la opinión pública la tesis de que la solución al conflicto catalán no es otra que un Referéndum pactado entre el Gobierno de Madrid y el Govern independentista. Unidos Podemos propugna este camino en el que vendrían a confluir todas aquellas precedentes manifestaciones y eslóganes de los últimos años y días: derecho a decidir, derecho a votar, queremos votar, votar es democracia, votaremos...
Lo cierto es que, más allá del simplismo rayano en la demagogia de estas proclamas, el Referéndum es una técnica de la democracia directa o semidirecta mediante la cual se confía al cuerpo electoral la adopción de una decisión o la aprobación de una ley. El Referéndum, dentro de la tensión dialéctica entre democracia directa y democracia representativa, incluso puede tener buena prensa en momentos en que el grito de «¡No nos representan!» de las generaciones jóvenes pone en solfa el principio de representación política. ¿Por qué no, pues, un Referéndum pactado para la situación de Cataluña, que es explosiva, de alto riesgo para la estabilidad institucional de España y endiabladamente complicada?
Si un Referéndum no acordado con el Gobierno central y las Cortes españolas es ilegal, la alternativa es el pactado, se concluye. Constitucionalmente imposible no es, según voces autorizadas, si se hace una interpretación flexible del artículo 92 de la Constitución. Se consulta primero a los catalanes referendariamente, y después, a la vista del resultado que en teoría jurídica no sería vinculante, pero políticamente sí, se procede a modificar la Constitución para dar acomodo a Cataluña, bien en forma de autodeterminación interna dentro del Estado español, o bien en forma de autodeterminación externa, que supondría la independencia sin más.
¡Pactar las condiciones del Referéndum catalán! Ahí es nada. No sé en qué estado quedará el edificio institucional de Cataluña después de la voladura que se inició el 6 y 7 de septiembre y culminará el 1-O. Si ha lugar para que los supervivientes se sienten en una mesa para acordar un Referéndum legal, ninguna de las dos partes va aceptar condiciones y requisitos que no le garanticen la victoria. España no puede permitirse el lujo de perder de una tacada el 20% del PIB, lo que en reputación internacional implica y emocionalmente, riámonos de la crisis el 98; y el independentismo catalán, por su parte, no está dispuesto a perder lo que cree la ocasión histórica más propicia para sus objetivos. La sátira del alcalde de la litografía de Honoré Daumier, al definir el referéndum como palabra latina que significa sí, es muy oportuna en este punto. Mi conclusión es que ese pacto es imposible en la práctica, planteado en los términos binarios de SÍ/NO a la independencia de Cataluña, supuestos de los que los independentistas no se van a apear. (Bien a mi pesar, y dicho entre paréntesis, tal como están las cosas hoy en Cataluña la independencia ganaría en un Referéndum binario, digan lo que digan las encuestas, y esto lo sabe cualquier alfabetizado en técnicas de persuasión, agit-prop y psicología de masas...).
A Pablo Iglesias se le llena la boca de charlatán con la cantinela de referéndum pactado, referéndum pactado..., pero cuando el periodista le pregunta si luego habrá que pactar otros referéndums, si lo piden que lo pedirán los vascos, los gallegos, los valencianos y ¿por qué no Cartagena?..., entonces se le traba la lengua y contesta que eso no toca hoy, que ya veremos en su día. Todo un estadista.
En general tengo un cierto desapego a la institución del referéndum, acaso porque mi primer voto fue obligado en el Referéndum franquista de 1966 en un pequeño pueblo de Teruel; los votos eran habas contadas, voté NO y en el recuento no apareció ningún NO: votar no siempre es democracia, señores independentistas....
¿No hay solución para Cataluña? Menos la muerte, todo tiene remedio. Negóciese con Cataluña la reforma de la CE de modo que los catalanes puedan autodeterminarse internamente, con la única limitación de llegar a ser un Estado independiente.
       Finalmente, pedir la independencia no es delito; es más, se trata de un derecho de los hombres y de los pueblos. Jurídica y políticamente, no hay cuestión. Ahora bien, desde criterios morales, de apoyo mutuo y ayuda, desde valores que favorecen el progreso civilizatorio de los hombres, pugnar encarnizadamente hoy desde Cataluña por la independencia, dada la realidad catalana-española (económica, política, social y cultural) es un acto de insolidaridad ofensivo, en especial, para quienes venimos denunciando las políticas del PP y su corrupción, la misma corrupción pujolista que el independentismo esconde en la bodega de su velero en su viaje hacia la República catalana.

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