sábado, 20 de abril de 2013

EL PEOR HOMBRE PARA EL PEOR MOMENTO



Cuando el pueblo hebreo necesitó escapar de la esclavitud egipcia encontró en Moisés  el guía que lo condujo ante las puertas de la tierra prometida. Abraham Lincoln lideró esforzadamente a los americanos carcomidos por el doble cáncer de la esclavitud y la guerra civil. Winston Churchill, contra la amenaza nazi, no prometió a su pueblo otra cosa que “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas“. En España, para salir de la mazmorra de la dictadura del carcelero Franco, nos encontramos con un atrevido y valeroso Adolfo Suárez que se hizo con la llave para llevarnos al sol de la democracia, y, más tarde,  con otro dirigente, Felipe González, que  nos aupó a la modernidad de Europa. 
Ahora, en estos tiempos de depresión y desesperanza ¿a quién tenemos? ¿Qué líder  ha puesto la diosa fortuna al frente de esta España agonizante por la crisis institucional, económica, social y moral?                                         
El actual Presidente del gobierno no es un desconocido. Registrador de la Propiedad desde los 23 años, a partir de los 26  ha ocupado todos los cargos imaginables tanto en el Partido como en la Administración. Por experiencia, pues, no será. Entonces, ¿por qué es percibido como incompetente para sacarnos del pozo y, en mi opinión, como el peor hombre para el peor momento de este país?
Más allá de verlo como un hombre de derechas, acudir a sus fundamentos ideológicos nos va a ser de alguna utilidad. En 1983 y 1984, en El Faro de Vigo, escribió sendos artículos en los que entre otras lindezas se espigan las siguientes: “El hombre, en cierta manera, nace predispuesto para lo que habrá de ser. La desigualdad natural  del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos ha transmitido todas las condiciones desde las físicas (salud, color de los ojos, pelo, corpulencia…) hasta las llamadas psicológicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios”.
En el segundo artículo (1984), comentando el escrito La envidia igualitaria del ministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora, se refiere a “la eliminación de las desigualdades excesivas”, “la supresión de los privilegios”, “la redistribución”, con su displicencia innata, como vaguedades despreciables por el buen sentido. Para él “la igualdad  implica siempre despotismo y la desigualdad es el fruto de la libertad”.
¿Qué se puede esperar de este pensamiento clasista, reaccionario e incluso racista? La naturaleza ─nótese las veces que en el lenguaje rajoniano aparecen expresiones como “lo que es natural”, “lo que tiene que ser”, “como Dios manda”, “lo que dice el sentido común”, “lo sensato”…─ determina inexorablemente el porvenir psicológico, económico y social  de cada individuo, y la sociedad o no existe ─la Thatcher dixit─ o como suma de individuos igualmente viene regulada por leyes naturales. ¿Para qué intervenir? ¿Para qué interferir el curso de la naturaleza? Los esfuerzos inútiles producen melancolía, dicen que decía Ortega y Gasset.
Mientras Rajoy espera que escampe, las estructuras de la sociedad sufren una convulsión insoportable. Todo el entramado institucional  aparece corrupto. El principio de legalidad y la igualdad ante la ley resultan bromas de mal gusto y la sociedad, desmoralizada, se mueve entre el letargo, el cabreo y la furia, harta del comportamiento connivente de las élites, que funcionan según la ley del socorro mutuo.
En general los españoles podemos estar dispuestos a salir de ésta más pobres, qué remedio. Estamos dispuestos a transitar las inhóspitas tierras del Sinaí, a pasar por la “sangre, el esfuerzo, el sudor y las lágrimas”, siempre que se nos ilusione con una nueva tierra regida por la decencia, la honradez y la austeridad compartida.
La crisis económica, además del empobrecimiento de los más y el enriquecimiento de los menos, ha traído también una crisis social entre cuyos rasgos se da la privatización de la política, la raquitización del Estado (salvo en su capacidad represiva, cada vez más intensa) y la depauperación del Estado de Bienestar. Éste es el horizonte.
El futuro es un país extraño es el último título de Josep Fontana. La idea historicista del progreso continuo está en quiebra. Lejos de avanzar, se puede retroceder, terminar en la Edad Media. El país extraño que nos espera no se puede ‘descubrir y conquistar’ de la mano de un señor que, si bien cumple burocráticamente sus obligaciones institucionales, transmite la sensación de que le estamos privando de placentero tiempo, repantigado en su sillón orejero mientras se fuma un Montecristi. Decididamente Rajoy es el peor hombre para el peor momento de España.