Cuando el pueblo hebreo necesitó escapar de la esclavitud egipcia
encontró en Moisés el guía que lo condujo
ante las puertas de la tierra prometida. Abraham Lincoln lideró esforzadamente
a los americanos carcomidos por el doble cáncer de la esclavitud y la guerra
civil. Winston Churchill, contra la amenaza nazi, no prometió a su pueblo otra
cosa que “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas“. En España, para salir de la
mazmorra de la dictadura del carcelero Franco, nos encontramos con un atrevido
y valeroso Adolfo Suárez que se hizo con la llave para llevarnos al sol de la
democracia, y, más tarde, con otro
dirigente, Felipe González, que nos aupó
a la modernidad de Europa.
Ahora, en estos tiempos de depresión y desesperanza ¿a quién tenemos?
¿Qué líder ha puesto la diosa fortuna al
frente de esta España agonizante por la crisis institucional, económica, social
y moral?
El actual Presidente del gobierno no es un desconocido. Registrador de la Propiedad desde los 23
años, a partir de los 26 ha ocupado
todos los cargos imaginables tanto en el Partido como en la Administración. Por
experiencia, pues, no será. Entonces, ¿por qué es percibido como incompetente
para sacarnos del pozo y, en mi opinión, como el peor hombre para el peor
momento de este país?
Más allá de verlo como un hombre de derechas, acudir a sus fundamentos
ideológicos nos va a ser de alguna utilidad. En 1983 y 1984, en El Faro de Vigo, escribió sendos
artículos en los que entre otras lindezas se espigan las siguientes: “El
hombre, en cierta manera, nace predispuesto para lo que habrá de ser. La
desigualdad natural del hombre viene
escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las
desigualdades humanas: en él se nos ha transmitido todas las condiciones desde
las físicas (salud, color de los ojos, pelo, corpulencia…) hasta las llamadas
psicológicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o
los negocios”.
En el segundo artículo (1984), comentando el escrito La envidia igualitaria del ministro
franquista Gonzalo Fernández de la
Mora , se refiere a “la eliminación de las desigualdades
excesivas”, “la supresión de los privilegios”, “la redistribución”, con su
displicencia innata, como vaguedades despreciables por el buen sentido. Para él
“la igualdad implica siempre despotismo
y la desigualdad es el fruto de la libertad”.
¿Qué se puede esperar de este pensamiento clasista, reaccionario e
incluso racista? La naturaleza ─nótese las veces que en el lenguaje rajoniano
aparecen expresiones como “lo que es natural”, “lo que tiene que ser”, “como
Dios manda”, “lo que dice el sentido común”, “lo sensato”…─ determina
inexorablemente el porvenir psicológico, económico y social de cada individuo, y la sociedad o no existe
─la Thatcher dixit─ o como suma de individuos igualmente viene regulada por
leyes naturales. ¿Para qué intervenir? ¿Para qué interferir el curso de la
naturaleza? Los esfuerzos inútiles producen melancolía, dicen que decía Ortega
y Gasset.
Mientras Rajoy espera que escampe, las estructuras de la sociedad
sufren una convulsión insoportable. Todo el entramado institucional aparece corrupto. El principio de legalidad y
la igualdad ante la ley resultan bromas de mal gusto y la sociedad,
desmoralizada, se mueve entre el letargo, el cabreo y la furia, harta del
comportamiento connivente de las élites, que funcionan según la ley del socorro
mutuo.
En general los españoles podemos estar dispuestos a salir de ésta más
pobres, qué remedio. Estamos dispuestos a transitar las inhóspitas tierras del
Sinaí, a pasar por la “sangre, el esfuerzo, el sudor y las lágrimas”, siempre
que se nos ilusione con una nueva tierra regida por la decencia, la honradez y
la austeridad compartida.
La crisis económica, además del empobrecimiento de los más y el
enriquecimiento de los menos, ha traído también una crisis social entre cuyos
rasgos se da la privatización de la política, la raquitización del Estado
(salvo en su capacidad represiva, cada vez más intensa) y la depauperación del
Estado de Bienestar. Éste es el horizonte.
El futuro es un país
extraño es el último título de Josep Fontana. La idea
historicista del progreso continuo está en quiebra. Lejos de avanzar, se puede
retroceder, terminar en la Edad Media.
El país extraño que nos espera no se puede ‘descubrir y conquistar’ de la mano
de un señor que, si bien cumple burocráticamente sus obligaciones
institucionales, transmite la sensación de que le estamos privando de
placentero tiempo, repantigado en su sillón orejero mientras se fuma un
Montecristi. Decididamente Rajoy es el peor hombre para el peor momento de
España.