La noche del 9-N, el que fuera
cantautor, Lluís Llach, entrevistado por J. Évole, en plan abuelito chocho que
hipócritamente pasa de todo, formuló una teoría francamente chocante en defensa
de su posición independentista: la identidad causal del fenómeno Podemos y del independentismo catalán
irreversible.
La cuestión en síntesis se
planteaba así: izquierda y derecha son dos términos hoy irrelevantes; lo que
cuenta es la dialéctica arriba/abajo, la casta y la gente, las élites y el
pueblo, el poder y la ciudadanía; se impone la transversalidad y, de ahí, la necesidad
electoral de ocupar ‘la centralidad del
tablero...’ Ante la dominación de ‘los de arriba’, la cleptocracia de la casta
y el entramado corrupto, sistémico y corporativo de los aparatos político,
social, económico, mediático e institucional, al fin, en Cataluña (Lluís Llach
dixit), las fuerzas regeneradoras han optado por la salida soberanista y el
resto de España ha encontrado en Podemos
el cauce para dar salida a su cólera y frustración. Así que el independentismo
de Cataluña, desenganchado ya del Estado español necrosado, tendrá la
oportunidad de ‘reconstituirse’ en un Estado de nuevo cuño, sano, virgen,
benéfico y justo. Por la otra parte, Podemos
cargará con la titánica tarea de liquidar a la casta, enterrar al Estado viejo
y empoderar a la ciudadanía española. Una misma causa, pues, y dos efectos no
tan diferentes: nacionalismo separatista y populismo.
Dejemos para otra ocasión
monográfica el caso del independentismo catalán, liberado ya del lastre del
corrupto Estado español y entregado en cuerpo y alma a curarse las metástasis
del cáncer pujolista y cía... (Será regocijante observar a distancia la terapia
que el jefe del equipo médico independentista aplica a su padre político y
resto de la familia...)
Centrémonos aquí en la trampa que
Podemos hace con la topología:
izquierda/derecha, arriba/abajo...
¿Existe la izquierda? Es sabido
que la respuesta negativa siempre proviene de la derecha. Pero aplíquese un
elemental test sociológico a cualquier individuo sobre su posición ante estas
parejas de términos antitéticos: libertad/igualdad, orden/justicia,
competitividad/apoyo mutuo, agresividad/cooperación, estado/sociedad civil,
uniformidad/diferencia, herencia/educación, localismo/internacionalismo... y se
obtendrá una notable diferenciación entre posiciones de izquierda y posiciones
de derecha. Por decirlo de una forma más esencial: para la izquierda el
progreso humano, la humanización, se propicia por la cooperación y el apoyo
mutuo; la derecha, por contra, confía a la naturaleza, a la ley de la selección
natural, el perfeccionamiento de la humanidad en tanto que los supervivientes
son los fuertes, los buenos, los dignos de vivir.
La trampa sofística de Podemos consiste en liquidar políticamente a la izquierda y
ubicarse con ‘los de abajo’, con la
ciudadanía desposeída por el poder de ‘los
de arriba’.
La ciudadanía es la condición que
adquiere el individuo en tanto que sujeto de derechos y deberes dentro,
originariamente, del Estado-Nación, hoy acaso en espacios más amplios de carácter
regional o mundial.
Podemos pretende empoderar
a la ciudadanía, como si el concepto fuese enterizo y cerrado y no dinámico y
dialéctico. En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789 se proclamaba que estos derechos eran «naturales, inalienables y sagrados».
Más de dos siglos pasados, la titularidad de los derechos de los ciudadanos
sigue restringida por criterios de extranjería, raza, etnia, religión, sexo,
edad y, sobre todo, situación económica. Como antiguamente o no tan
antiguamente pasaba con las mujeres, los niños y los esclavos, hoy millones de
seres humanos tienen limitada su condición de ciudadanos, más allá de lo que
proclamen las leyes en abstracto. La izquierda ha luchado históricamente con
mejor o peor suerte por eliminar
discriminaciones y empoderar a los ciudadanos de sus derechos políticos,
culturales y materiales. De modo que la izquierda está con los de abajo, contra
castas de cualquier sistema y contra las élites extractivas.
Tampoco es unívoco el concepto de
ciudadanía. La ciudadanía, en el marco del ‘pacto neoliberal’, nada tiene que ver
con la de la tradición del neorrepublicanismo de Philip Pettit. El ciudadano
neoliberal se mueve por criterios de preferencia y elección en los mercados (y
todo es objeto de mercado porque todo es al final mercancía), mientras que el
ciudadano republicano lo hace por criterios basados en juicios de valor
destilados a través de procesos de participación propios de la democracia
deliberativa.
¿Se sitúa Podemos
en esta tradición de ciudadanía republicana (Q. Skinner, P. Pettit), se
fundamenta en la idea de libertad como ausencia de dependencia o de dominación?
Si la respuesta es afirmativa resultará, pues, que, en realidad, Podemos pretende ocupar el espacio
electoral del Partido Socialista, cuya recuperación a manos de un líder nuevo
desconectado fáctica y simbólicamente de los errores del pasado (es inadmisible
atribuir a Pedro Sánchez la vinculación a casta alguna) podría quebrar el
innegable crecimiento de Podemos y
las aspiraciones electorales de sus líderes, que a veces pecan de pedantes,
fatuos y perdonavidas. Los calificativos no son míos, los tomo del gran poeta
gaditano J. M. Caballero Bonald, sabio octogenario. El de tramposos sí que es
de mi cosecha.