lunes, 8 de febrero de 2016

VOTOS Y CORRUPCIÓN

El Presidente Ximo Puig viene manifestando en las últimas semanas la necesidad de fijar como objetivo de su gobierno la urgente recuperación reputacional de la Comunidad Valenciana, infamada por la corrupción aparejada al Partido Popular, corrupción que, lejos de cesar, arrecia persistentemente y cada día que pasa es el anuncio de otro caso que superará en gravedad al anterior. Alguien acaso pudiera pensar que los problemas económicos, financieros y de desintegración social de esta Comunidad son de tal gravedad que el entretenimiento en objetivos intangibles, como este de la reputación, es una distracción diletante. Adelanto que quien así pensase cometería un grave error.
La fama (el buen nombre) es un elemento sustancial de la emergencia del individuo, frente a la colectividad amorfa e impersonal, que trajo consigo el humanismo renacentista. En la actualidad aquella fama, el más preciado patrimonio individual, se ha transformado en la denominada reputación corporativa dentro del discurso de la empresa neocapitalista. La reputación corporativa se define como el «crédito de confianza de que una organización dispone en el mercado en el que opera» o como «prestigio consolidado ante los stakeholders» (clientes, inversores, empleados, proveedores, directivos, etc.). Los teóricos dan tanta importancia a la reputación corporativa (empresarial, institucional, política, deportiva o del tipo que fuere) que alguno de ellos ha defendido la conveniencia de que en las grandes corporaciones exista un monitor experto en reputación corporativa (Merco) para promover y coordinar acciones conducentes a la mejora de la percepción exterior.
Lo que viene a propugnar el Presidente Ximo Puig es una especie de Plan Estratégico de Recuperación Corporativa (Perco), al modo de las grandes empresas que, después de haber abusado, engañado y robado a sus clientes, necesita urgentemente restaurar su buen nombre y hacer méritos para ganar de nuevo el crédito de la marca. El Presidente de la Generalitat, sin salirse un ápice del pensamiento políticamente correcto, ha proclamado que los valencianos somos honrados, laboriosos, creativos y emprendedores, y que la corrupción es cosa del PP y sus dirigentes. No se puede decir otra cosa si se quiere elevar la hundida moral de la tropa y seguir haciendo camino. A mí, sin embargo, que no me veo obligado por la corrección política, las palabras de Ximo Puig me inspiraron un twitter que decía así: ‘Los valencianos son buenos y benéficos. El PP y sus dirigentes son corruptos y maléficos. Lueg, los peperos son extraterrestres’.
   Más allá de la causticidad de mi comentario, cobra aquí relevancia la clásica cuestión de si los votantes castigan la corrupción de los políticos o no, o incluso la premian. Desgraciadamente, la experiencia nos da una respuesta desalentadora, porque, si bien a largo plazo las crisis cíclicas del capitalismo contribuyen a hacer irrespirable el aire envenenado por la corrupción (a largo plazo todos calvos ) y algunos electores cambian de papeleta, es también cierto que suelen pasar decenios (veinte años en nuestra Comunidad)) en que la convivencia corruptos-votantes resulta colaborativa y confortable. Decir lo cual no significa que yo establezca una neutral equidistancia entre las responsabilidades de la gente del común y las de la corrupta clase dirigente.
Otra pregunta clave es si pueden convivir en paz una sociedad sana y unos gobernantes que la expolian y prostituyen. La respuesta es no. Solo una sociedad enferma permite que sus dirigentes la saqueen y envenenen. Suelo citar esta sentencia clásica: "corruptio optimi pessima". Así es. La corrupción de los mejores es la peor. La corrupción de los que están obligados a dar ejemplo es la más dañina porque infecta al pueblo, lo debilita y lo hace cómplice. El señor Carlos Fabra −el paradigma más perfecto de la corrupción caciquil− cuando  favorecía a sus convecinos y les hacía el bien, al mismo tiempo los hacía rehenes suyos y los corrompía en mayor o menor grado. En todo caso el corruptor destruye el ethos moral de la sociedad.
El filósofo Javier Gomá me ha recordado el verso de Homero «Leges sine moribus vanae», las leyes sin moral son vanas, no sirven para nada. No hay república que pueda sobrevivir al vaciamiento moral del principio democrático. En su bella obra, Tetralogía de la ejemplaridad, el citado J. Gomá propone «el ideal de la ejemplaridad pública, igualitaria y secularizada, como principio organizador de la democracia en la convicción de que. En esta época postnihilista, en la que autoritarismo y  coerción han perdido definitivamente su poder cohesionador, solo la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso, generador de costumbres cívicas, es capaz de promover la auténtica emancipación del ciudadano».
Bien está el interés del Presidente Ximo Puig en reponer la fama y el prestigio de esta Comunidad de nuestros pecados, pero algo tendrán que hacer los propios valencianos: de entrada, no votar a los partidos corruptos. Y de momento el PP sigue siendo el partido más votado. Mientras la cópula entre votos y corrupción subsista, la democracia será imposible en una sociedad enferma.

   

martes, 2 de febrero de 2016

«NO ESTÁBAMOS EN EL CAMINO CORRECTO» (Susana Díaz)

La Cadena Ser ha reproducido cortes del discurso de algunos  selectos barones del  PSOE de la sesión del Comité Federal del sábado (30-01-2016), celebrada a puerta cerrada como es reglamentario para facilitar la libre y espontánea manifestación de sus miembros. Oportuna filtración y demostración de que, como advirtió Miquel Iceta con guasa, Pedro Sánchez no sólo debía mirar a derecha e izquierda, sino también a la espalda.
La publicitación de lo que dijeron unos y otros en el máximo órgano de control del Partido Socialista no presenta mayor importancia, pues en estos tiempos de impostadas transparencias nada habría de oponerse a la retransmisión en directo de las opiniones de los dirigentes de los partidos. Lo que sí tiene importancia es la coincidencia de intereses entre la mano invisible que aporta la grabación y la Ser y el Grupo Prisa y su Consejero Delegado, el señorito J. L. Cebrián, amigo  de Felipe González, todos ellos favorables a la ‘gobernabilidad’ de España soportada en un pacto de derechas, con el PS observando y el PP repitiendo en el gobierno, sin Rajoy, si no hay más remedio...  Así que toda presión que insista en el acorralamiento de Pedro Sánchez bien merece los altavoces de la primera emisora del país, hasta hacerle ceder su posición.
Como es lógico, las palabras más resonantes han sido las de la conocida como baronesa de Andalucía, duramente críticas con el Secretario General.  En el fragmento retransmitido cabe distinguir dos partes. La primera supone una agria y ladina recriminación a la Dirección por no haber salido en defensa del compañero Felipe González ante los ataques de Podemos (como si el expresidente no fuera capaz de ridiculizar el narcisismo de P. Iglesias), y por no haber respondido como merece este Partido, cuando su líder ha faltado al respeto a los socialistas, los ha clasificado en buenos y malos y los ha incitado a amotinarse contra sus dirigentes, algo intolerable para la opinión y el sentir de cualquier militante socialista.
La otra parte del discurso de Susana Díaz no es tan fácil de aceptar. Susana Díaz acusa a la Dirección de no haber hecho autocrítica por los resultados electorales del  20-D. O haber hecho una crítica complaciente, alejada de la realidad de los datos. Tomando pie en una frase del Secretario General, la líder de Andalucía le espetó: «No, compañero, no hemos hecho historia, hemos obtenido los peores resultados de la historia del Partido». Ante un PP lastrado por una corrupción generalizada, no hemos sido capaces de ganarle las elecciones, lo que demuestra que «no estábamos en el camino correcto».
Que el PS ha obtenido los peores resultados de su historia es un eslogan que la derecha  y el líder de Podemos repiten hasta la saciedad para hacer daño. Para Susana Díaz debiera ser sospechoso coincidir con sus enemigos, no fuera que tal afirmación resultase ser falsa. En efecto, el PSOE, que es un partido de larga trayectoria, no consiguió un escaño en las Cortes hasta 1910 (el de Pablo Iglesias). En 1918 logró 6 escaños y 7 en 1923. El gran salto lo dio en 1931 con 115 diputados, para bajar en 1923 a los 59. Con los números fríos en la mano, no puede negarse que 90 escaños es el peor resultado desde 1977. Pero cuando se miran los datos en perspectiva y bien contextualizados la valoración que se concluye es diferente, nada apodíctica por supuesto. Desde los 202 escaños de 1982 hasta los 141 de 1996, que llevaron al PS a la oposición, la tendencia negativa fue constante, sólo rota por las legislaturas de Rodríguez Zapatero, con 164 y 169 escaños. Aplastado Zapatero por la Gran Depresión, Rubalcaba, uno de los políticos más inteligentes y eficaces de este país, no pudo pasar en 2011 de los 110 diputados. El problema no es de liderazgo. Las circunstancias con las que ha tenido que apechugar Pedro Sánchez han sido de una contrariedad compleja, entre cuyos ingredientes no ha faltado, dicho sea de paso, la espada de Damocles apuntando desde Andalucía, ERES aparte. En un escrito anterior, La baronesa y sus barones (Levante de Castellón, 16-01-2016), tuve ocasión de referirme a esas circunstancias adversas.
La cuestión que habría de plantear abiertamente Susana Díaz es: ¿resulta culpable de los resultados electorales Pedro Sánchez por «no haber seguido el camino correcto»? ¿Merece ser removido de sus cargos de Secretario General y candidato a la Presidencia del Gobierno? Que responda a estas preguntas y si son afirmativas las respuestas que nos enseñe el verdadero camino. Que nos muestre el método para recuperar las clases urbanas y las capas jóvenes de la sociedad años ha alejadas. Pero yo ya le adelanto que si en su camino no hay más soporte intelectual  y estratégico que las losas mesetarias de la unidad y la igualdad entre los hombres y las tierras de España, conmigo que no cuente. Porque yo, como otros numerosos militantes que conozco, nos hacemos la pregunta inversa: ¿cuáles hubieran sido los resultados el 20-D si el líder no hubiese sido Pedro Sánchez? 
En todo caso, no habría venido mal el refreno de la impaciencia de la líder andaluza y sus corifeos hasta terminar de cruzar el río... Claro que, desde el primer momento de la elección por la militancia de Pedro Sánchez, y antes de llegar al medio del río de aguas turbulentas en el que nos debatimos, ni un solo instante se dejó de chapotear sobre él.