jueves, 4 de agosto de 2016

PEDRO SÁNCHEZ ANTE LOS ‘HOMBRES DE ESTADO’

Las reiteradas y ya cargantes presiones de Felipe González sobre Pedro Sánchez para que se abstenga en la investidura y permita que Rajoy forme gobierno me han inducido a la evocación de una idea extraída de la lectura hace unos años de la última entrega de las Memorias de Alfonso Guerra (Una página difícil de arrancar. Memorias de un socialista sin fisuras). Me llamó la atención la variada nómina de personajes de la derecha que aparecía y de cuya amistad el autor presumía (F. Abril Martorell, el mismo Adolfo Suárez en su penúltimo tiempo...), como si quisiera decirnos: no creáis, no he sido tan agresivo y sectario con mis rivales de la derecha, mi ironía corrosiva era más representación teatral que sentimiento auténtico. Tuve la impresión de que el compañero Alfonso trataba de prefigurar el retrato con el que quería pasar a la historia, el de un personaje, incisivo con sus oponentes políticos, temible sí, pero, en el fondo, tierno, entrañable, nada sectario, capaz de mantener amistades profundas, casi fraternales, con personalidades del plural espectro político, económico y social. En resumen, un ‘hombre de estado’.
La Historia la escriben los vencedores, se dice, y la muerte es la mayor de las derrotas, por lo que estaría justificado que algunos hombres públicos dedicasen sus últimos años a limar las aristas de su carácter, a oscurecer defectos, contextualizar conductas dudosas, subrayar virtudes y adecentar, en fin, su figura pública. Se trataría de una labor previa a la que realizan los técnicos de la funeraria al hacerse cargo del cadáver: lo asean, lo maquillan, lo visten de fiesta para que los visitantes ante el cuerpo presente puedan exclamar ¡Qué bien está! ¡Qué natural está!
La mortaja moral se la van confeccionando algunos hombres con vocación de notoriedad al dejar sus responsabilidades públicas, en el último tramo ya de su biografía. Escriben Autobiografías o Memorias en las que la memoria selectiva y el olvido interesado hacen maravillas embellecedoras. Se poda, se injerta y se usan masivamente afeites perfumados.  En los políticos de izquierda, a los que primordialmente me refiero –los de derechas cuentan con la Historia a su favor, que siempre acaban escribiendo ellos–, esta evolución hacia la fraternidad universal los inclina a conllevarse bien con todo el mundo. Pelillos a la mar... Frecuentan (ellos ya no son sectarios como antaño) los medios de comunicación social más reaccionarios, que los acogen con indisimulado regocijo, sobre todo cuando embisten airados contra sus propios compañeros de partido. Ellos son hombres experimentados, han tenido altas responsabilidades de gobierno y no soportan la bisoñez e impericia de sus sucesores. Ellos están tocados por la hombría de Estado... Corcuera, Leguina, Redondo Terreros, Bono... y tantos otros en la hora presente no entienden que Pedro Sánchez se resista, sin más preámbulo, a entregar el gobierno de España a un personaje nefasto que ha conducido al país a un callejón sin salida, desvencijado por varios dilemas de imposible solución. Rajoy fue desleal durante el conflicto terrorista, llamó a Zapatero traidor con las víctimas, además de la lindeza de bobo solemne. Rajoy es el capitán de un partido agusanado por la corrupción, pero pelillos a la mar, amnistía general, está en juego el porvenir de España (¿Qué España?, ¿la de quién?).
Todos estos socialistas con vocación de ‘grandes de España’, con Felipe González a la cabeza, gozan de muy buena prensa en los medios de comunicación de la derecha y en la ciudadanía de este signo. Ante lo cual, acaso les conviniese practicar le resolución que tomó aquel diputado progresista que viéndose aplaudido por la bancada de la derecha a mitad de su discurso paró y dijo: ¿en qué me he equivocado?
   Con Felipe González al frente, al rebufo de toda la prensa escrita derechista (incluido El País, ya en posición de derecha inequívoca), prohombres y viejas glorias del Partido Socialista, más la labor de zapa de algunos barones y baronesas, Pedro Sánchez, con sus jóvenes acompañantes, está sometido a un asedio que no podrá soportar. Cuando Rivera no pueda mantener por más tiempo su impostura y dé el sí a Rajoy, el PSOE no tendrá más remedio que abstenerse y dar paso a Rajoy como Presidente de España. Una razón de estado que habrá servido para convalidar  y cubrir con un plástico la inmensa montaña de porquería que ha amontonado la corrupción del PP, que permitirá aprobar, si no de iure, sí de facto, una amnistía general para la caterva de ladrones adherida al partido político que, irremisiblemente, va a volver a gobernar. Los ‘hombres de estado’ del viejo PSOE, la baronesa y algunos barones habrán dado sobradas muestras de patriotismo y de generosidad al anteponer los intereses generales a los partidistas. España se habrá salvado. Y los dueños de España podrán vivir tranquilos por un tiempo. En cuanto a Pedro Sánchez, su destino está escrito por los augures del sur. Será sacrificado sin honores... Los honores están reservados para los ‘hombres de estado’. No es tan claro el porvenir de quienes, dentro del PSOE, han sometido a Pedro Sánchez a un cerco paralizante.  Deben saber que la derecha no acostumbra a devolver los favores.

martes, 2 de agosto de 2016

EL IMPOSIBLE FAROL DEL REY

Ante la crisis generalizada y el desgobierno, Alfonso XIII llamó a su fiel conde de Romanones. Este inventó una treta: el Rey convocó a todos los jefes políticos haciéndoles creer que estaban a solas con él. Al pasar a la cámara regia descubrieron la encerrona. Allí estaban todos: Maura, Dato, García Prieto, Alba y Cambó (y, por supuesto,  Romanones). Era la noche del 21 al 22 de mayo de 1918, la llamada noche trágica. El Rey los enfrentó a esta disyuntiva: o se ponían de acuerdo y formaban gobierno o él renunciaba a la corona y abandonaba España. En pocos minutos quedó resuelto el conflicto y se formó un ‘Gobierno de concentración’.
Obviamente aquellos tiempos de la primavera de 1918 tienen poco que ver con este mes de agosto de 2016. Ha pasado casi un siglo y las realidades económicas, políticas, sociales y culturales  −revolución de la información mediante− de un tiempo y otro poco tienen que ver. No obstante, con todas las salvedades que se quiera, es difícil  escapar a la tentación de imaginar, en este verano de bloqueo político sin fin, de hartazgo y hastío social, una escena como aquella de 1918 en que otro Borbón, Felipe VI, convocase a Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera a la Zarzuela y, en uso de su facultad constitucional de arbitraje, dicte sentencia similar a la de su antecesor real: os ponéis de acuerdo y formáis Gobierno o yo dejo la Corona, hago las maletas y aquí os quedáis.
Lógicamente, esta escena puede ser creada por la imaginación (la imaginación no tiene límites), pero tiene pocos visos de realidad. Hoy las fuerzas políticas y sindicales tienen poco tienen en común con las que abocaron a la crisis de 1917; hoy, cuando tener un puesto de trabajo es una bendición divina, nadie avizora en el horizonte una huelga general; hoy no hay un ministro de Defensa que conspire con ocho coroneles para dar un golpe de estado como hizo La Cierva, que fracasó ante los huelguistas de Correos y Telégrafos; la Constitución de 1978 nada se parece a la Constitución del turnismo y  Felipe VI no querría ser metido en el mismo saco que su antecesor.
Con todo, la crisis del verano de 2016 tiene importantes rasgos comunes con la de 1918. España se asomó al siglo XX sumida en una crisis de varias caras: crisis del sistema (el Imperio había desaparecido); crisis económica, derivada de la pérdida de las fuentes de negocios y mercados, de la inflación y la quiebra del Tesoro por gastos de las guerras coloniales; crisis política del régimen de los partidos turnantes (conservadores y liberales),  régimen asentado sobre el sistema caciquista; crisis social protagonizada por una clase obrera industrial de empuje creciente frente a los patronos explotadores; agudización del problema catalán, expresión en el plano político de los conflictos entre los industriales catalanes y los grandes propietarios agrarios de Andalucía y Castilla… Curiosamente, en este verano de 2016 podemos anotar no pocas similitudes: estamos ante las consecuencias de la Depresión de 2008 en forma de paro masivo, pobreza y exclusión social; se ha producido un agotamiento del régimen del bipartidismo, cuya factura más alta está pagando el PSOE, pues la derecha, coherente con sus intereses económicos e ideológicos, se mantiene férreamente fidelizada al PP, mientras el voto objetivamente socialista, a impulsos de la frustración y el enfado ha recalado en un partido nuevo (Podemos), mezcla de entusiasmo juvenil, populismo, impaciencia e inmadurez, incapaz en todo caso de hacer útiles los votos recibidos desde la izquierda; también nos hallamos hoy ante una crisis de la clase obrera y sus representantes sindicales, aunque de signo contrario a la del primer tercio del siglo XX; ítem más, el caciquismo que lastraba el régimen turnista de partidos ha adquirido en la actualidad (después de un siglo), en el más complejo mundo de las relaciones económicas del neocapitalismo, la forma estructural  de la corrupción masiva; finalmente, el problema catalán en este momento no diré que ha alcanzado un límite insuperable (en 1926 tuvo lugar el complot de Molló impulsado por la organización Estat catalá, de Macià; el 17 de abril de 1931 Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo y Luis Nicolau d’Olwer tuvieron que desplazarse a Barcelona para frenar la Proclamación de la República catalana como estado independiente hecha por Francesc Macià y años más tarde LLuís Companys declaró el Estado catalán dentro de la Republica Federal Española...), pero sí diré que el conflicto avanza inexorablemente hacia el abismo sin que nadie haga nada por detenerlo.

Vistas así las cosas, no pareciera, pues, tan descabellado imaginar una escena en que Felipe VI convoca a los líderes políticos y les plantea la célebre disyuntiva, con resultado negativo. El Rey se va y Alberto Garzón grita !Viva la República! despidiendo más o menos cortésmente al ciudadano Felipe. Y entretanto  nos consolaremos con el símbolo de un Rey que deja esta España imposible que nosotros, los ciudadanos corrientes, no podemos masivamente abandonar. Como desearíamos.