jueves, 22 de septiembre de 2016

RAJOY VERSUS SÁNCHEZ EN EL JUEGO ‘DEL GALLINA’

La película Rebelde sin causa, dirigida por Nicholas Ray en 1955, mostró en la ficción de forma plástica el conocido como juego del gallina, dilema de la ‘teoría de juegos’ que Bertrand Russell identificaría como expresión metafórica del conflicto nuclear. En el largometraje aparecen unos muchachos malcriados de Los Ángeles que se entretienen en llevar sus coches robados al borde de un acantilado y jugar a lanzarlos a toda velocidad hacia el abismo y saltar en el último instante. El primero en saltar pierde y es tildado de gallina por la muchachada turbulenta.
En el ámbito geopolítico, producido el empate nuclear entre el Este y el Oeste, los de un lado y los de otro adoptaron la estrategia de «arriesgarse al máximo». Es lo que el mismo Bertrand Russell llamó «gallina estándar». Dos vehículos marchan en sentido opuesto por la misma carretera, larga y recta. Ninguno puede apartarse de la línea blanca pintada en medio del asfalto. Los coches corren  a estrellarse inexorablemente uno contra otro, si uno de los dos o los dos en el último segundo no se aparta. Durante la guerra fría, la crisis de los misiles de Cuba o el conflicto de Vietnam este dilema estuvo bullendo en las cabezas de los líderes mundiales. A primera vista parece que el más irracional de los contendientes lleva las de ganar, pues el más sensato cederá en evitación de la catástrofe. Nixon, para terminar la guerra de Vietnam, propuso a su ayudante H. R. Hadelmam la «estrategia del loco». Se trataba de hacer creer al enemigo que el estado de demencia del tramposo no auguraba respuesta razonable alguna. Es lo que hacía algún adolescente avispado. Llenaba su coche de botellas de alcohol y hacía creer a su contrincante que estaba en plena embriaguez, lo que lo convertía en un conductor suicida.
No hace falta forzar la imaginación para inferir que la situación de bloqueo institucional de España tiene bastante que ver con este juego del gallina en que se hallan enfrascados Rajoy y Sánchez. Cada uno espera que sea el otro el que finalmente desista y se allane. El líder popular dice que ha ganado las elecciones y que no abandonará a los suyos, que le llamarían gallina si tal hiciese. Y Sánchez se colma de razón engolfándose en la decisión de no permitir ni por activa ni por pasiva que quien encarna y personifica la corrupción más absoluta sea Presidente. Tampoco los suyos se lo perdonarían.
John von Neumann, inventor de la teoría de juegos, intentó a través de sofisticados cálculos matemáticos introducir racionalidad en la toma de decisiones ante este tipo de dilemas: dilema del prisionero, del gallina, del voluntario y tantos otros que se ejemplifican en el mundo sociopolítico y en el de las simples relaciones sociales. Pero me temo que no hay cerebro matemático que alumbre eficazmente a los líderes de la izquierda cuando se enfrentan a la derecha. Es la simple intuición y la experiencia las que deben guiarlos. Y la historia nos enseña que en toda confrontación a la brava la derecha no cede porque detenta la razón de la fuerza. Durante la Guerra Civil, mientras Azaña sufría hasta la depresión por la posible pérdida de las pinturas de Velázquez o el derrumbe de las catedrales y monumentos, los rebeldes bombardeaban sin miramiento el Museo del Prado, y mientras el sensible y esteta Presidente de la República se planteaba la duda existencial de cuántos muertos de uno y otro lado serían necesarios para parar la sangría, Franco no admitía más alternativa que la rendición sin condiciones de los defensores de la República. En fin, la derecha, como los gatos, siempre cae de pie. Si el choque de trenes se produce, los que sufren y mueren son los viajeros de tercera.
Rajoy por tanto no necesita siquiera emplear la estrategia del loco o la del borracho. Ha puesto el piloto automático y está a la espera de que Pedro Sánchez frene antes del descalabro. No va a retirarse y le importa un carajo el repetir las elecciones por tercera vez. A Pedro Sánchez sí deben importarle las consecuencias del desastre. Personalmente he apoyado al joven líder socialista frente a sus enemigos internos y externos, pero ha llegado la hora de tomar una decisión razonable. Un amigo mío me decía: esto es ya una cuestión de orgullo. Le corregí: el orgullo, el amor propio, la dignidad, si me apuras, no son valores que coticen en política. Ésta es más bien la clásica alternativa entre la ética de los principios y la ética de las responsabilidades. Lluch, personaje de La velada de Benicarló, responde con ironía a otro personaje, Barcala: «Sálvense los principios y perezca la nación». ¿No es eso? 
Estoy con Pedro Sánchez. Desde el principio de su liderazgo he empatizado con él ante el asedio al que le sometió la baronesa y algunos barones. Entendí que representaba la posibilidad de jubilar a las viejas glorias del Partido y de conectar con sectores urbanos, jóvenes y periféricos perdidos... Con el simplista discurso de la unidad de España el PSOE no tiene futuro. Es más elemental que la política o la ideología. Es asunto de mera biología demográfica. De ahí que me atreva a recordarle a Pedro Sánchez que el recurso a las bases, entre las que me cuento, es inquietante (el principio de representación es más valioso de lo que se suele pensar). Por último también querría llevar a su consideración aquellas palabras que dijo Nikita Kruschev a propósito de la guerra nuclear parafraseando un refrán ruso:
   «Será tarde para llorar por el pelo que has perdido, si te cortan la cabeza.»

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