viernes, 21 de junio de 2013

ACERCA DE LA CORDIALIDAD ENTRE JUECES Y POLITICOS

Cuando hace unos años tuve noticia de que el amo de todo el poder político provincial, el Presidente de la Audiencia y un abogado expolítico metido a financiero compartían exquisita mesa y mantel en el restaurante más selecto del Grao de Castellón, quedéme automáticamente convencido de que todo para la sociedad castellonense estaba perdido, pues este tipo de “comunidad de mesa” nada tenía que ver con la institución de la comensalía en la que algunos autores han querido observar el germen de la democracia en Grecia (los cristianos, en la eucaristía), sino más bien  apuntaba a conciliábulo o confraternización connivente entre poderes cuya separación es conditio sine qua non de la democracia.

Un titular de este periódico del 5-06-2013 rezaba así: “El Presidente de la Audiencia se aparta del caso por su amistad con Carlos Fabra”. El motivo que según el texto aduce el Magistrado no es la amistad; es su relación “cordial y afable” con el encausado. No es lo mismo. Lo cordial y lo afable tienen una proyección semántica que alude a asepsia, distancia y trato normal, según los usos y costumbres entre autoridades y titulares de poderes del estado o instituciones. Sin embargo, como es bien sabido, el lenguaje a veces resulta muy traicionero: radicalmente, cordial viene de corazón (cor-cordis) y afable, entre otros significados también equivale a “accesible para ser hablado”, derivado del latino ‘fari’. Cordialidad y afabilidad remiten a afecto, sintonía, familiaridad… No anda equivocado, pues, el titular cuando se refiere a amistad. No hace más que dar nombre exacto y cabal a un dato de dominio público.

Qué pena que el Magistrado Domínguez, habida cuenta de que la relación cordial y afable viene de lejos, no se abstuviera cuando la Sala, por él presidida, exoneró al señor Carlos Fabra del delito de cohecho, el de más carga penal de todos los que se imputaban y se le imputan. Entonces acaso el Juez Jacobo Pin no se hubiera visto obligado a solicitar el amparo al CGPJ por las interferencias de la Audiencia. Interferencia, oportuna palabra, que lo mismo significa colisión de ondas sonoras, algo tecnológico al fin y al cabo, como, ingenuidades al margen, bloqueo u oposición a una conducta o acción para desviarla de su correcto discurrir…

Hoy el Presidente de la Audiencia con su gesto a la galería no puede evitar nuestra desconfianza hacia lo que pueda resolver la Sala. La confianza en la justicia cuando se pierde ya no se recupera nunca.
Hace unos años la escolarización de alumnos en ciertos colegios concertados religiosos, para mí evidentemente prevaricadora, fue calificada por el Juez de instancia y por la Sala correspondiente en recurso del fiscal, de mera irregularidad administrativa, lo que significaba que un director territorial a petición del mandamás político podía impunemente convertir en agua de borrajas todos los procesos de admisión alumnos y la voluntad colegiada de los Consejos Escolares. Este asunto menor, si se quiere, pero no por ello menos letal para la moral pública, me produjo una gran frustración profesional y personal y, como he recordado en otras ocasiones, hizo que evocara los tipos de sentencias a que se refiere el profesor Alejandro Nieto: venales, arbitrarias, equivocadas y, también, cómo no, sentencias correctas o plausibles. Pues bien, si en las sentencias correctas ante idénticas situaciones jurídicas se puede llegar a fallos contradictorios (así es el Derecho, por otra parte la más inefable de las creaciones culturales del hombre), que Dios nos proteja de la venales, arbitrarias o simplemente equivocadas.

Juzgar es muy difícil. Un buen juez, un juez justo es una bendición de la naturaleza humana, un regalo de los dioses. De igual modo un mal juez es un corruptor social. Los jueces son personas, ciudadanos que se relacionan con la gente y crean vínculos sociales. Pueden tener amigos, cómo no. Pero yo, juez, no los elegiría entre los políticos, me inclinaría más por los sabios o los poetas. Contemplar a un juez, máxima autoridad judicial en la provincia, en relación cordial  y afable con el  todopoderoso cacique del lugar no deja de ser inquietante. Es difícil no pensar en este caso en aquel aforismo latino que se expresaba así: “pares cum paribus coniuvantur”.

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