lunes, 5 de diciembre de 2016

LA FEMINIZACION DEL MUNDO SEGÚN PABLO IGLESIAS

Dejemos atrás la polémica del posible machismo del líder de Podemos como un rifirrafe más de los que en la brega diaria de la política partidista desembocan y se sumergen en el océano anodino de la irrelevancia, hasta que en ocasión propicia la hemeroteca  recupere lo  de «la mujer como cuidadora de los otros», última gracia del podemita, de igual forma que ahora se han evocado otras salidas de tono de Pablo Iglesias: la alusión malévola en una rueda de prensa al bonito abrigo de una periodista o la privada confesión de su deseo sádico de azotar hasta sangrar a otra periodista...
Sí que merece especial detenimiento la idea de la ‘feminización de la política’ y de la vida, por cuanto, expresada por un líder político, es una propuesta programática al electorado. Para Pablo Iglesias, hoy por hoy, es más importante que ‘lo femenino’ impregne todas las redes interrelacionales del vivir cotidiano que la paridad entre hombres y mujeres en las instituciones públicas, con ser esto bueno y deseable. Obvio resulta que de esta incursión antropológica del Secretario General de Podemos se deduce una verdad subyacente: que lo femenino es superior moralmente a lo masculino; que la evolución ‘progresista’ de la especie de hombres y mujeres ha de fundarse en los valores del feminismo. ¿Por qué? Porque, en un mundo tan menesteroso como éste, tan falto de ‘cuidados’, es la mujer,  es la madre, a la que todos recordamos como ‘cuidadora’, la que deviene en paradigma para la gobernanza del mundo...
Ignoro qué tipo de atrevimiento ha conducido a P. Iglesias a meterse en un tremedal antropológico en el que no es fácil hacer pie. La soberbia es mala compañera intelectual, que nos ciega y nos impide aprender incluso de nuestros maestros más queridos. Porque estoy seguro de que nuestro controvertido feminista  leyó en sus tiempos marxistas al Federico Engels de El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. Y que allí tuvo que encontrarse con Bachofen y su  tránsito del hetairismo a la monogamia y del derecho materno al derecho paterno; y con el ‘matrimonio por rapto’ de McLennan; y con el gran Morgan,  descubridor de la primitiva ‘gens’ de derecho materno, etapa anterior a la ‘gens’ de derecho paterno de los pueblos civilizados, descubrimiento que, según Engels, tiene «para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología...»
Hoy nadie duda de que la estructura de la familia y las relaciones de parentesco en general han sufrido transformaciones históricas derivadas de los progresos tecnológicos y los modos de producción. La familia nuclear, coincidente con la revolución industrial, sufrió «la gran ruptura» (F. Fukuyama), acompasada a la revolución sexual, la incorporación de la mujer al trabajo y la revolución de la información, digital y robótica. ¿Cuántos tipos de familia se dan hoy?  Son plurales las formas de aparearse o singularizarse que, sometidas a los crecientes índices de divorcialidad, componen un mosaico de combinaciones y tipos de familias difíciles de clasificar.
Ante estas nuevas realidades, ¿dónde queda la mujer del matriarcado de Bachofen, la mujer madre, tierra, sangre, naturaleza, acogedora, amante incondicional, frente al padre exógeno, cultural, exigente, sólo aceptador del hijo cuando éste realiza sus expectativas de progreso?  Freud consideró la fijación en la madre como el problema decisivo del desarrollo humano, de la especie y del individuo. En la cultura occidental alejarse de la madre es emprender la aventura de la vida personal. Quedarse abandonado a su amor sin condiciones es confortable y cómodo, pero impide madurar. Aquiles  era un dios inmortal durante su niñez y adolescencia en el gineceo, hasta que en un momento dado decidió abandonarlo y marchar a la guerra de Troya donde sabía que iba a morir; era el precio que debía pagar por ganar su individualidad ejemplar. (Javier Gomá, Aquiles en el gineceo – Tetralogía de la Ejemplaridad).
Feminizar la vida, inyectando no sólo en la política, sino en todos los espacios públicos y privados  ‘el cuidado maternal’ y las emociones amorosas comunitariamente compartidas, es un objetivo ahistórico, retrógado e idealista en el peor sentido marxiano.  Ni siquiera Rousseau, que maldecía el salto del hombre ‘natural’ al hombre ‘social’, se atrevió a tanto y, aceptando la realidad histórica, inventó El Contrato Social para organizar la convivencia. El mejor contrato entre hombres y mujeres es el de la igualdad: crear las condiciones objetivas para que las mujeres sean iguales. Y empezar por darles acceso a las cimas de las instituciones públicas no es una bagatela subordinada a ese otro propósito ideal de insuflar en el mundo el amor de la madre cuidadora. 
       Para dar un pellizco de monja a Rita Maestre, Sonia Sánchez y Clara Serra, feministas errejonistas que habían defendido en su programa para el Secretariado de Madrid la paridad masculina-femenina, Pablo Iglesias no necesitaba embarcarse en empresas de tan dudoso y extravagante sentido como la de feminizar el mundo. Todo hombre tiene un ‘hambre básica de afecto’, pero el regreso al útero materno no es la solución.

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