No sé si es
en sueños donde veo la figura en escorzo de M. Iceta, disfrazado de Justino de
Nassau, pierna derecha genuflexa, la cerviz inclinada hacia adelante, sumisa,
la mano diestra adelantada entregando las llaves de Breda a Susana Díaz,
travestida del general Ambrosio de Spínola, que, indulgente y caballerosamente,
las recibe, mientras su brazo extiende hacia el hombro del flamenco derrotado
una mano entre protectora y dominante. Al fondo del cuadro de Velázquez, a la
izquierda, las alabardas y lanzas flamencas, en posición de descanso, componen
la imagen de la rendición; enfrente, las altas, firmes y enhiestas picas españolas, con su
verticalidad, representan la solidez, la fuerza y el orden. Derrota y victoria.
Sumisión y dominio.
No, no es un sueño velazqueño. El Secretario
General del PSC ha rendido visita de pleitesía y vasallaje a la que de facto
actúa ya, sin más título que la fuerza, como líder del PSOE, tapada tras una
Gestora a la que mueve cual marioneta. Rendir es un verbo polisémico.
Como transitivo, significa vencer, someter, sujetar, dominar... En su forma
pronominal equivale a entregarse, capitular, ceder, transigir, claudicar.
Muerto Pedro Sánchez en la reciente guerra del PSOE, y aun de cuerpo presente
empeñado en no ser enterrado, uno de sus apoyos más firmes y vociferantes,
Miquel Iceta, se ha apresurado a rendir armas ante la responsable máxima de la
defenestración de un Secretario General elegido por la militancia.
Este M.
Iceta, devenido en Justino de Nasau, es el mismo que hace no muchas fechas
gritaba como un poseso: ¡Pedro, mantente firme!, ¡líbranos de Rajoy y del PP!,
¡por Dios!, ¡líbranos de ellos!, ¡estamos a tu lado, estamos contigo!, ¡aguanta!,
¡resiste las presiones! Todavía se deben oír en Sevilla los ecos de aquellas
voces...
Flexible y
tornadiza es la cintura de los políticos profesionales (tanto Iceta como Susana
Díaz tienen en común −acaso lo único− el carecer de otra vida laboral que la de
los pesebres de la política), pero el giro del catalán es un movimiento
imposible para el contorsionista más avezado. Sin embargo, en absoluto pienso
que Iceta con su gesto claudicante haya pretendido salvar su pellejo
político-personal, sino más bien evitar el hundimiento final de su partido, el
PSC.
Me ilustra
el querido amigo, Antonio Valero, residente desde hace décadas en Badalona, de
la situación y estado del socialismo catalán:
dispersados los socialistas de extracción burguesa en distintas
direcciones de sentido catalanista-independentista, lo que queda del PSC se
distribuye entre: uno, psoistas, vinculados con el PSOE clásico, con F.
Gonz.alez, A. Guerra y Rodríguez Ibarra, y ubicados en el Baix Llobregat
(Hospitalet, Cornelá, Castelldefells, Viladecans, Sant Boi, etc); el dos,
barcelonés, de San Adrián, Badalona, Santa Coloma, por ejemplo, entreverado de
psoistas tradicionales y otros tocados de un catalanismo de contagio; y tres,
el socialismo del Vallés Oriental, Sabadell, Tarrasa..., tocado más
profundamente de espíritu catalanista.
De forma
esquemática, pero no por ello menos significativa, A. Valero califica a los
originales votantes del PSC-PSOE de «charnegos agradecidos» y «charnegos
desagradecidos» como polos extremos de una escala graduada. Los primeros se
sienten deudores de una tierra que acogió a sus padres y abuelos y son
proclives a la asimilación y a la autoafirmación en el país de adopción. Los
segundos permanecen fieles a sus raíces, no piensan que tengan nada que
agradecer ni nada por lo que ser perdonados y siguen leales a las costumbres y
a las celebraciones de su tierra de origen. Estos no votan a otro socialismo
que no venga envuelto en las siglas del PSOE y autorizado por sus líderes españoles
(andaluces y extremeños). Aquéllos manejan su voto más elásticamente y en los
últimos tiempos se debaten en la confusión.
La
conclusión es sencilla. Si el socialismo del Baix Llobregat y demás sectores
afines se separa del ambiguo PSC y se convierte en sucursal del PSOE −tentación
recurrente de algunos líderes andaluces, manchegos y extremeños−, la marca PSC
caminaría inexorablemente hacia la irrelevancia, de la que no está muy
lejos. Evitar este destino es lo que ha
impelido a Iceta a entregar las llaves de Breda a la vencedora Susana Díaz.
Para ese viaje, bien es cierto, no era preciso haber amado tan clamorosamente
al vencido Pedro Sánchez.
No obstante, de momento no sabemos si Iceta quedará
como el flamenco Justino de Nasau, noble
aun en la rendición, o jugará el triste papel del Emperador Enrique IV del
Sacro Imperio Romano Germánico, cuando, disfrazado de mendigo y flagelado por
tres días de ayunos, se arrodilló ante el Papa Gregorio VII, en Canossa, para
hacerse perdonar sus pecados. Como es sabido, Enrique IV reincidió en el pecado
y volvió a ser excomulgado hasta terminar en el infierno de la exclusión y el
ostracismo.
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