Pocos
términos del ámbito de la política tienen en la actualidad más abundante y
machacona referencia que el de socialdemocracia
y su crisis. Se habla indistintamente de crisis de la socialdemocracia y de
crisis de los partidos socialistas, aunque conceptualmente son entidades que
merecen análisis diferenciado. Se da por constatado y cierto que, bien porque
el modelo ya no sirve o bien porque los partidos políticos
sedicentes socialdemócratas, aun fiando en la validez del modelo,
no cumplen los objetivos inherentes a la socialdemocracia, ésta y
aquéllos están hundidos en el desprestigio y la frustración..
Conviene
preguntarse, antes de seguir adelante, si el concepto socialdemocracia se refiere a una entidad esencial e inmutable que
con el paso del tiempo se ha degradado y ha perdido sus rasgos y virtudes
originales, pues, de ser así, estaría justificada la consabida terapia de
volver a las esencias. No es así. La socialdemocracia nace en el marco de la
economía capitalista y propende a la conciliación de los principios de
libertad, justicia y solidaridad suscribibles por la pequeña burguesía y la
clase obrera. Marx utiliza el vocablo socialdemocracia en 1852 (El 18 Brumario de Bonaparte) y, a partir
de ese hito, la necesidad de mitigar el antagonismo entre Capital y Trabajo
hace emerger en el último cuarto del siglo XIX los llamados partidos socialdemócratas
en Alemania, Bélgica, Austria, Hungría, Polonia... En España el PSOE nace en
1879.
Desde
el inicio se van marcando dos corrientes, la del marxismo clásico y la
socialdemócrata propiamente dicha, que no solo se diferencian en el objetivo
final (la sociedad sin clases frente al estado democrático), sino en las
consignas (destrucción del estado / utilización del estado), las estrategias
(revolución / reformas) y los actores (partido monoclasista / partido
policlasista). Marx, Engels, Kaustky, Berstein, entre tantos otros, son nombres
significativos de esta evolución... Fuera de pruritos académicos, al observador
social menos conspicuo, basándose exclusivamente en la terminología
actualizada, se le hace palmario el hecho de que la socialdemocracia es una
historia de renuncias: no se habla ya de socialismo ni de revolución, no se
cuestiona el capitalismo y el Estado del
Bienestar es un lugar común, refugio y coartada tanto de los partidos de
izquierda como los de derecha.
De lo
escrito hasta aquí se deduce que es preciso definir los objetivos e
instrumentos de la socialdemocracia del siglo XXI en el contexto de un mundo
regido por el Imperio que ha
impuesto para todos sus dominios el neoliberalismo como sistema económico,
político y de filosofía de vida. No sugerimos el posibilismo por conformidad o
cobardía, sino por respeto al principio de realidad. La Revolución es
mecánicamente imposible, aun para el caso de que hubiere agentes dispuestos a
cargar con los riesgos. El capitalismo −que no será eterno, aunque
infinitamente más longevo que nosotros− desaparecerá en el momento crítico en
que las nuevas tecnologías creen realidades nuevas que lo hagan obsoleto, si
antes él no ha causado el exterminio de toda vida inteligente en este planeta.
La socialdemocracia hoy ha de tener un único y simple objetivo: la ‘procura existencial’ de todos los
individuos por el mero hecho de pertenecer a una comunidad de hombres; la satisfacción
de sus necesidades físicas, intelectuales y morales. El asunto es muy simple
por más literatura que se le eche, que ya tiene bastante encima.
Cuestión
diferente y más compleja es la del instrumento y las estrategias para hacer
realidad las promesas de la socialdemocracia. ¿Por qué fracasan los partidos
socialdemócratas como instrumentos al servicio de la igualdad, la libertad y la
solidaridad? Hay dos causas que interactúan. Es la primera el abandono por
parte de los líderes, dirigentes y representantes de los partidos de izquierdas
de los principios y valores socialdemócratas, seducidos en su praxis vital por
los modos y conductas del individualismo neoliberal. El troquelado
cognitivo-afectivo con que han sido socializados los individuos de las
sociedades de las democracias liberales −basado en el ‘amor de sí’ y no en ‘la
piedad’, que diría Rouseau− es la segunda causa, más fundamental y profunda.
El
PSOE, ejemplo de partido socialdemócrata hundido en la depresión por los
repetidos fracasos electorales, ha nombrado a una comisión de letraheridos y
expertos para que enuncien y programen la taxonomía de objetivos de la socialdemocracia
del siglo XXI −tarea no difícil, pues la bibliografía es inmensa− y para que
diseñen unas estrategias y una organización capaces de convencer a los
electores de que el proyecto merece la pena y les conviene. Esta segunda parte
del encargo, por contra, lejos de ser cómoda y viable, se parece más al empeño
de Sísifo.
¿Quién
atraerá hacia los ideales del socialdemocrático PSOE a la clase obrera
fragmentada y dispersa en medianas y pequeñas empresas en las que,
desaparecidos los sindicatos, con ellos se ha esfumado la ‘solidaridad
corporativa’; a los autónomos, ha poco trabajadores industriales y ahora
agobiados por una supervivencia problemática; a los pensionistas, atemorizados
por el miedo a perder su ingreso mensual por corto que sea; a los profesionales
liberales, imposibles de distraer de su brega diaria por mantenerse a flote o
por conservar su solvencia económica; a los funcionarios, refractarios a
cualquier reclamo que no sea el de mantener su statu quo; a los jóvenes y
sectores más ilustrados, que ven en el PSOE un instrumento anticuado poco
diferenciado del PP; a los habitantes de las periferias, hartos de un
españolismo cerril? ¿Quién tendrá el carisma de movilizar a ese 30% de
abstencionistas electorales; quién, en fin, logrará que el PSOE vuelva a ser un
partido ganador, en expresión de la lideresa andaluza?
Precisamente,
Susana Díaz, de hecho ya entronizada en el liderazgo del PSOE, preguntada por
la compatibilidad entre la Presidencia de la Junta y la Secretaria General del
Partido Socialista, ha respondido: «Sí,
si uno pone por delante el interés general». Discurso de alto vuelo
intelectual para los tiempos complejos e inciertos que vivimos los socialistas.
¿Pero... hay alguien más, como se
decía en aquel chiste de Eugenio?
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