sábado, 19 de noviembre de 2016

Felipe González en el laberinto de sus paradojas

Felipe González para la gente de mi generación −que es la suya−  fue un líder carismático y poderoso al que admiramos muchos años y con el que contrajimos una deuda de gratitud por los éxitos electorales del PSOE que lideró, que a todos nos beneficiaron de alguna manera. Estuvimos con él a las maduras y también a las duras cuando insidiosa e hipócritamente se le señaló como responsable último de hechos truculentos derivados de la lucha contra el terrorismo etarra. En este aspecto mi solidaridad con él sigue intacta.
Al perder el Gobierno en 1996,  manifestó que los  expresidentes eran como jarrones chinos que no se sabía muy bien qué hacer con ellos. Fue un guiño irónico. Él sí que ha sabido qué hacer con su vida. Da conferencias, asiste a foros internacionales, hace influyentes declaraciones, asesora a poderosas corporaciones y circula por el mundo predicando las bondades de la globalización como un señorón de reconocido prestigio, que se acrecienta o al menos se conserva por el hecho de ser asiduo asistente a los salones del Poder, como aquellas duquesas viejas que, aunque arruinadas, tienen siempre un puesto reservado en las veladas de los palacios reales.
Ya en sus tiempos de declive político −cuando Aznar le gritaba «Váyase, señor González», corolario del eslogan ‘Despilfarro, paro y corrupción’− el discurso de Felipe González, otrora  cálido y brillante,  empezó a hacerse mórbido y torturado por una morfosintaxis plagada de anacolutos y derivas circulares y reiterativas, fronterizas con el habla cantinflesca. Hoy, al cabo de los años, las palabras de Felipe González, que no cesan de influir en la vida del PSOE, están atormentadas por la paradoja, esa figura de pensamiento que presenta aserciones absurdas con apariencias de razonabilidad.
En el postzapaterismo, F. González se empeñó en sostener que el mejor líder posible, el óptimo estadista con la idea de España más clara y distinta era Pérez Rubalcaba, sólo que la gente no le votaba. Nunca nos aclaró el  sabio líder el porqué de tamaña contradicción. No hace mucho declaraba con no poca sorna: «que conste que no soy dios (aunque sé que muchos creen que lo soy), pero yo sé que no soy dios». Bonita paradoja. Él sabe que no es dios, pero siendo muy consciente de que muchos creen en su naturaleza divina, también lo es de que detenta los poderes que a tal naturaleza se le reconocen.
Le preguntan en tierras del susanato: «¿Apoya a Susana Díaz para el liderazgo del PSOE?». «No −responde−, todos los candidatos que he apoyado hasta ahora han perdido, así que no apoyo a Susana para no perjudicarla». Por consiguiente, cabe pensar, que la ayudaría públicamente, si su gesto no se volviese en contra de la protegida. Sabido, pues, que está a favor de la líder andaluza −¿no ha dicho a sus acólitos que ella es el futuro del PSOE?−,  ¿cómo logrará F. González liberarnos de este bucle paradójico?
En la entrevista concedida al corresponsal de Figaro para Politique Internacional, Felipe González no sólo desprecia a Pedro Sánchez. También de Rajoy dice que no tiene idea o proyecto para España; de Zapatero, que no se enteró de la crisis y que perdió el tiempo, y a Pablo Iglesias lo moteja de epígono de Toni Negre, Lenin 3.0 y Hugo Chávez... Textualmente, preguntado por la propuesta de «une visión pour l`Espagne» de Pedro Sánchez, afirma: «Je en sais pas. Sans parler d’un discours à la de Gaulle, je en suis sûr qu´il puisse tenir sur le sujet ‘Que peut-on faire de lÉspagne?’ pendant plus d´une demi-heure. Je crois qu´il s´interesse beaucoup á son parti qu´an pays». De Gaulle, idea de España, la Nación contrapuesta al Partido... Grandes palabras de la retórica al servicio de la descalificación de los ignorantes que no están a la altura. Casi nada. ¿Quién será capaz de hablar de España más de media hora, fuera del gran Felipe González?
 Hay muchas formas de adentrarse en el dramático territorio de la vejez. La perspectiva de quedarnos sin voz es desoladora. Aceptar que nadie hablará de nosotros cuando estemos muertos o, en otro caso, que hablarán bien o mal, cosificándonos en todo caso, se conlleva mal con las personalidades soberbias. La soberbia es un lujo que pocos se pueden permitir. Acaso Felipe González pueda, pero hay que saber que quien dice lo que quiere debe estar dispuesto a oír lo que no quiere.
 Pedro Sánchez ya ha comunicado, urbi et orbi, que para él Felipe González ha dejado de ser un referente. Si se tratase de un choque de egos, la cuestión sería menor. Se trata, por desgracia, de que militantes, alejados de los 44 años de Sánchez, pensamos lo mismo: no nos reconocemos ni en el decir ni mucho menos en el hacer del en otro tiempo respetado líder y su retórica nos parece  vacua y paradójica. Felipe González no ha hecho suyas las palabras de E. Burke: «La arrogancia de los muchos años debe plegarse a ser enseñada por la juventud». Tampoco tiene presente lo que Ramón y Cajal escribió en El Mundo visto a los ochenta años: «Los ancianos propenden a enjuiciar el hoy con el criterio de ayer». El ostracismo no es un mal lugar, señor González. A fin de cuentas todos nos veremos abocados a la condición de perder protagonismos o, simplemente, ser olvidados.

1 comentario:

  1. RAZONADO Y RAZONABLE ANALISIS CON PROSA BRILLANTE, COMO NOS TIENE ACOSTUMBRADOS RAFAEL FERRER.

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