No sabría decir si la sociedad española sufre de esquizofrenia, se
despreocupa de todo lo que no forme parte de las necesidades básicas de la
pirámide de Maslow o simplemente está anestesiada y da la espalda a un hecho
contundente e irreversible como es la inminente
declaración de la independencia de Cataluña, al modo como ocurre con el
fenómeno de la muerte individual que, aun sabiéndola de cumplimiento
inexorable, la arrumbamos a la indiferencia de lo irreal.
En el sondeo del CIS de junio aparece el paro, la corrupción, la economía,
los políticos, la sanidad, los asuntos sociales, la educación, la calidad del
empleo, el terrorismo yihadista... como los problemas más acuciantes que
preocupan a los españoles, figurando el conflicto catalán en un lugar
irrelevante. Y, sin embargo, el hecho de que, al día siguiente del 1-O, sea
cual sea el porcentaje de participación en el Referéndum, se declare la
Independencia de Cataluña con un solo voto positivo de más, es un acontecimiento
de trascendencia histórica inescrutable e impredecible, dramático en todo caso.
La joven democracia española ha aguantado y superado envites de alto riesgo: el
golpe militar del 23-F, el terrorismo de ETA, el terrorismo yijadista, la Gran
Crisis económica de 2008 (si bien sus secuelas de miserabilización en las capas
sociales perdedoras permanecen como llagas vivas todavía).
En otros escritos he mariposeado intelectualmente sobre las raíces
históricas, la evolución de las coyunturas críticas, los antecedentes
inmediatos y las culpas y responsabilidades del conflicto catalán hasta
desembocar en el denominado procés. Lo he hecho desde una posición
ideológica y política que está tan lejos de los nacionalismos, siempre
venenosos, antihumanistas y premodernos (se afirman en la negación del otro
ciudadano) como de los integrismos castellanistas. Aquí, hoy, me quiero
limitar a identificar y definir ‘trampa catalana’ tendida al PSOE por
los de un lado y los de otro.
Lo tengo dicho. El Presidente Rajoy, aunque solo fuere por la manera de
conducir en el último lustro el desafío del Gobierno catalán, estaría
inhabilitado por incompetencia para cualquier cargo público, dejando al margen,
que ya es dejar, la inmensa corrupción de su partido. En este punto surge la duda
de si la estrategia seguida (inacción desidiosa mientras la escalada
semántica y de hechos materiales del independentismo alcanzaba cotas
intolerables) traía su causa en la incompetencia o en el cálculo electoral.
La exigencia al Partido Socialista de permanente confesión de fe sobre la
unidad nacional y la defensa de la Constitución colocaba a la organización
socialista ante un dilema parecido al del asno de Buridán: elegir entre perder
votos en Cataluña o en el resto de España. El asno de Buridán, entre el montón
de heno y el agua, de tanto dubitar murió de inanición y el PSOE ha sufrido en
las carnes del PSC graves quebrantos y también en el resto de España. Nunca fue
suficiente la pureza de sangre nacional del PSOE y cada intento de buscar
soluciones (el último Estatut, la
doctrina de Granada, el federalismo...) fue tildado de ambigüedad, tibieza e
inconcreción, cuando no de connivencia con los independentistas.
En estos momentos críticos, cuando abogados del Estado y
constitucionalistas debaten si el artículo 155 de la CE debe aplicarse ya —pues los actos materiales
preparatorios o vinculados a la consulta referendiaria son inconstitucionales
(Sentencia 138/2000 del TC sobre el 9N)—, o debe esperarse a que el referéndum
del 1-O se haya consumado, o ya debía haberse puesto en marcha antes de que el
río acumulase tanta agua, como reprochan algunos, eminentes socialistas han
echado su cuarto a espadas y han proclamado que procede aplicar el manido art.155.
Es opinión de hace algún tiempo de A. Guerra, a la que se acaba de sumar F.
González, con la matización de la gradualidad en su aplicación.
No discuto el fondo de esta posición de los prohombres socialistas del
pasado, a título particular. Pero no es al PSOE a quien corresponde adelantarse
y dar la solución técnico-jurídico-constitucional. Si hay que inhabilitar,
multar, detener o encarcelar lo tiene que decidir el Gobierno de Rajoy. Y la
Oposición ya dirá lo que tenga que decir. Al PP de Rajoy no le irá mal
disfrutar de la trampa en la que se complació en meter a sus rivales políticos.
Los que no somos hombres de Estado no queremos restar protagonismo al gran
Rajoy, el hombre tranquilo del sentido común. El miura es suyo. A ver cómo sale
de ésta, si usando la teoría de juegos o en el cómodo papel de Don Tancredo.
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