jueves, 10 de diciembre de 2015

ESPAÑA, ESCENARIO 2016


Con no poca pesadumbre vengo constatando en las últimas semanas que la mayor parte de los elementos configuradores del Escenario-España-2016 están ya predispuestos y definidos. Si el factor más determinante para nuestro inmediato futuro se ciñe a cual sea el partido ganador de las Elecciones del 20-D y cuales hayan de ser los inevitables pactos postelectorales, dado que la mayoría absoluta carece de probabilidad alguna,  al día de hoy la incógnita está ya despejada, ateniéndonos a los datos de las actuales encuestas. Los distintos estudios demoscópicos han asentado en el imaginario social esta realidad: el PP volverá a ganar las elecciones, el segundo lugar se lo disputarán el PSOE y Ciudadanos, atrás quedará Podemos –que tanto preocupaba– y a la cola, a bastante distancia, IU-Unidad Popular. Resumiendo: la suma de las derechas, como llama certeramente Pedro Sánchez al PP y C´s alcanzarán la mayoría absoluta y conseguirán más escaños que PSOE, Podemos e EU juntos.
Está, sin embargo, la vieja cuestión de la sociología electoral: las encuestas detectan la intención del voto o la inducen, averiguan lo que piensan los ciudadanos o persuaden, condicionan e incluso manipulan su voluntad. Es inútil que demos vueltas a si predomina el efecto Mateo o el efecto Lucas, que los sociómetras contraponen. ¿Cambia más el elector para apuntarse a caballo ganador o lo hace a favor del que aparece como perdedor por mor de una compasión compensadora? Mientras la estadística más sofisticada no nos lo clarifique, conviene atenerse a hechos que son de evidencia palmaria: las empresas que encargan las encuestas suelen ser empresas de comunicación con intereses económicos e ideológicos de general conocimiento (ABC, EL Mundo, La Razón, El País –quién te ha visto y quién te ve− , La Sexta, La Cuatro, Onda Cero, la Cope...); los resultados de las encuestas favorecen a unos partidos u otros en función de la proximidad política de éstos a la empresa de comunicación que encarga el estudio demoscópico. Se trata de una constatada regularidad que explica las importantes discrepancias que se dan entre unas y otras encuestas. Parece, pues, que la primera batalla que un partido competidor electoral ha de ganar es la demoscópica, que realmente es una disputa comunicacional, a la que la izquierda acude con mermadas armas. En el mismo momento que escribo estas líneas el CIS acaba de publicar los resultados de su última macroencuesta y, en efecto, mientras el PSOE se hunde las dos derechas (PP y Ciudadanos) alcanzan sobradamente la mayoría absoluta. Seguirá gobernando Rajoy con apoyo puntual de Albert Rivera.  
Bajo el presupuesto que antecede, quizá empiece a vislumbrarse una explicación a esta pregunta: ¿cómo es posible que el PP se mantenga como ganador en las Elecciones del 20-D  con la gestión que ha hecho de la crisis económica, el independentismo catalán y la corrupción, cuando cualquiera de estos tres problemas por sí solo bastaría para desahuciar a un Gobierno para las próximas elecciones?  ¿Qué ha ocurrido para que la demoscopia preelectoral se aparte de la lógica?
En primer lugar, uno debe estar a lo que George Lakoff  tilda de gran error o trampa en la que suelen caer los progresistas: pensar que la razón es algo completamente consciente, verbalizado, lógico, universal y libre de emociones; pensar que los electores son ‘racionales’ y deciden su voto en función de las propuestas de los partidos y de sus intereses materiales. No es así. Los electores actúan determinados por marcos cognitivo-afectivo-valorativos (frames) que se troquelan en el cerebro desde la primera infancia y en los que la repetición juega un papel decisivo.
Respecto a la depresión económica y sus consecuencias (empobrecimiento de clases medias y bajas, paro que realmente no mejora, desprotección social, pérdida absoluta de derechos de los trabajadores, exclusión social, etc.), el PP ha logrado inocular en la mente colectiva la verdad de que la crisis ha terminado, que hemos salido del agujero en que nos dejó el PSOE y que nos hemos salvado en definitiva. ¿Quién  se va a resistir a esta verdad si se nos repite machaconamente a través de todas las terminales mediáticas del partido gobernante? Los supervivientes del desastre ¿por qué van a dejar de votar al PP, si están vivos? Y los masacrados y desahuciados han perdido, entre otros esenciales atributos humanos,  la voz y la palabra y no votan.
Pero, con ser grave la crisis económica, no es comparable con el problema del independentismo catalán. El señor Rajoy ha incrementado exponencialmente los independentistas que encontró al hacerse cargo del gobierno de España. Su inactividad y su falta de capacidad política han producido una declaración formal de  independencia de Cataluña (aunque de momento solo sea ‘intencional’). Es todo un hito histórico que hay que cargar al debe del Presidente del Gobierno. Cualquier otro gobernante progresista (Felipe González o Rodríguez Zapatero) que hubiese llevado a España al callejón sin salida de Cataluña estaría ya ardiendo en la pira de la plaza pública. El señor Rajoy no. El señor Rajoy ha puesto pie en pared, ha frenado la independencia catalana y ya el tiempo dirá lo que pasa con esa mitad de los catalanes inflamados por la ilusión independentista...
Es cansino abundar en el castigo que el partido gobernante merecería por la corrupción que lo ha ocupado de un extremo a otro y de la superficie al fondo mismo de la organización. Pues no. Pelillos a la mar. En todos los partidos hay casos de corrupción y, además, los corruptos son casos particulares, el Partido como tal permanece limpio e incorrupto, nos repiten hasta la saciedad los voceros de la derecha. Y la gente ha tragado y está digiriendo el gran sapo de la corrupción, perdonándole la vida al señor Rajoy, que volverá a gobernar esta España de nuestros pecados.
Cierto es que las cosas van a ser así no por causa de milagrería, sino de factores causales que las explican. En primer lugar, la coyuntura económica exterior (precio del petróleo, intervenciones del BCE, etc.) ha permitido la afloración de datos macroeconómicos que han servido de pilón argumental para fijar la convicción social de que la crisis está superada. En segundo término, las Elecciones Autonómicas y Locales, en las que el PP perdió importantes parcelas de poder,  han tenido un efecto de descompresión. Digamos que, pagada una penitencia relativa, el electorado alcanzó una suficiente satisfacción vindicativa y, por otra parte, la memoria es débil porque hay necesidad de olvidar algunas insoportables cosas. En tercer lugar, la independencia de Cataluña, tal como se han sucedido los últimos acontecimientos críticos (resolución independentista, sentencia del TC, bloqueo de la formación del gobierno de la Generalitat...) da la impresión de que está atascada y con el motor incapaz de ponerse de nuevo en marcha, de forma que el 20-D nos traerá unas Navidades felices y tranquilas: la firmeza serena del señor Rajoy ha resultado la mejor estrategia para asegurar la unidad de España. En cuarto lugar, la Operación Ciudadanos está perfilándose como una obra maestra de ingeniería política de efecto doble: ha desviado la pulsión de cambio desde Podemos hacia el señuelo de un centro político (ni izquierdas ni derechas), que desembocará en el cauce de la derecha popular; y ha recogido bastantes votos despistados del terreno del centro izquierda del PSOE, aventados por el aire de lo nuevo frente a lo viejo. Finalmente, el terrorismo yihadista, significado en los atentados de París y el estado prebélico de Bruselas, ha creado un clima de temor e inseguridad que favorece las posiciones conservadoras y de cierre de filas alrededor del Pastor responsable de la manada (como decía Ignacio de Loyola, en tiempos de tribulación no hacer mudanza).
Cuando reemprendo la redacción de este escrito −después de días de desidia y pesimismo−, la celebración del ‘Debate Decisivo’  entre P. Sánchez, P. Iglesias, A. Rivera y Sáenz de Santamaría ha tenido lugar y las claves de interpretación del resultado (ganadores/perdedores) abundan en la tesis de que mediáticamente el pescado está vendido: ningún hermeneuta de la derecha ha visto los mojados sobacos del líder de Podemos, mientras recomendaba estúpidamente a sus contrincantes «no os pongáis nerviosos, no os pongáis nerviosos».
Así que el panorama España-2016 no puede ser más desolador: la continuidad de un Presidente que cobró salarios extra en sobres de billetes de 500 euros extraídos de la caja B del PP, nutrida con fondos de comisiones; la persistencia de una política socioecónomica castigadora de los trabajadores en paro, de los precarios y de los fijos mal pagados; el apoyo de Ciudadanos para llevar adelante algunas reformas formales a modo de cosmética de circunstancias; la agudización del problema catalán, que actuará como un foco de incesante desestabilización nacional; la frustración de las izquierdas, que, después de lamerse las heridas, tardarán mucho tiempo en recomponerse dios sabe en qué forma y sentido...
Un escenario sombrío para los progresistas. Si uno supiese rezar, habría que hacerlo para que el vaticinio no se cumpliese. Pero parece que, con permiso del Papa Francisco, Dios es también de derechas.

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