Con no poca pesadumbre vengo
constatando en las últimas semanas que la mayor parte de los elementos
configuradores del Escenario-España-2016
están ya predispuestos y definidos. Si el factor más determinante para nuestro
inmediato futuro se ciñe a cual sea el partido ganador de las Elecciones del
20-D y cuales hayan de ser los inevitables pactos postelectorales, dado que la
mayoría absoluta carece de probabilidad alguna,
al día de hoy la incógnita está ya despejada, ateniéndonos a los datos
de las actuales encuestas. Los distintos estudios demoscópicos han asentado en
el imaginario social esta realidad: el PP volverá a ganar las elecciones, el
segundo lugar se lo disputarán el PSOE y Ciudadanos, atrás quedará Podemos –que
tanto preocupaba– y a la cola, a bastante distancia, IU-Unidad Popular.
Resumiendo: la suma de las derechas, como llama certeramente Pedro Sánchez al
PP y C´s alcanzarán la mayoría absoluta y conseguirán más escaños que PSOE,
Podemos e EU juntos.
Está, sin embargo, la vieja cuestión de
la sociología electoral: las encuestas detectan la intención del voto o la
inducen, averiguan lo que piensan los ciudadanos o persuaden, condicionan e
incluso manipulan su voluntad. Es inútil que demos vueltas a si predomina el efecto Mateo o el efecto Lucas, que los
sociómetras contraponen. ¿Cambia más el elector para apuntarse a caballo
ganador o lo hace a favor del que aparece como perdedor por mor de una
compasión compensadora? Mientras la estadística más sofisticada no nos lo
clarifique, conviene atenerse a hechos que son de evidencia palmaria: las
empresas que encargan las encuestas suelen ser empresas de comunicación con
intereses económicos e ideológicos de general conocimiento (ABC, EL Mundo, La Razón, El País –quién
te ha visto y quién te ve− , La Sexta, La
Cuatro, Onda Cero, la Cope...); los resultados de las encuestas favorecen a
unos partidos u otros en función de la proximidad política de éstos a la
empresa de comunicación que encarga el estudio demoscópico. Se trata de una
constatada regularidad que explica las importantes discrepancias que se dan
entre unas y otras encuestas. Parece, pues, que la primera batalla que un
partido competidor electoral ha de ganar es la demoscópica, que realmente es
una disputa comunicacional, a la que la izquierda acude con mermadas armas. En
el mismo momento que escribo estas líneas el CIS acaba de publicar los
resultados de su última macroencuesta y, en efecto, mientras el PSOE se hunde
las dos derechas (PP y Ciudadanos) alcanzan sobradamente la mayoría absoluta.
Seguirá gobernando Rajoy con apoyo puntual de Albert Rivera.
Bajo el presupuesto que antecede, quizá
empiece a vislumbrarse una explicación a esta pregunta: ¿cómo es posible que el
PP se mantenga como ganador en las Elecciones del 20-D con la gestión que ha hecho de la crisis económica, el independentismo
catalán y la corrupción, cuando cualquiera de estos tres problemas por sí
solo bastaría para desahuciar a un Gobierno para las próximas elecciones? ¿Qué ha ocurrido para que la demoscopia
preelectoral se aparte de la lógica?
En primer lugar, uno debe estar a lo
que George Lakoff tilda de gran error o
trampa en la que suelen caer los progresistas: pensar que la razón es algo
completamente consciente, verbalizado, lógico, universal y libre de emociones;
pensar que los electores son ‘racionales’ y deciden su voto en función de las
propuestas de los partidos y de sus intereses materiales. No es así. Los
electores actúan determinados por marcos
cognitivo-afectivo-valorativos (frames) que se troquelan en el cerebro
desde la primera infancia y en los que la repetición juega un papel decisivo.
Respecto a la depresión económica y sus
consecuencias (empobrecimiento de clases medias y bajas, paro que realmente no
mejora, desprotección social, pérdida absoluta de derechos de los trabajadores,
exclusión social, etc.), el PP ha logrado inocular en la mente colectiva la verdad de que la crisis ha terminado,
que hemos salido del agujero en que nos dejó el PSOE y que nos hemos salvado en
definitiva. ¿Quién se va a resistir a
esta verdad si se nos repite machaconamente a través de todas las terminales
mediáticas del partido gobernante? Los supervivientes del desastre ¿por qué van
a dejar de votar al PP, si están vivos? Y los masacrados y desahuciados han
perdido, entre otros esenciales atributos humanos, la voz y la palabra y no votan.
Pero, con ser grave la crisis económica,
no es comparable con el problema del independentismo catalán. El señor Rajoy ha
incrementado exponencialmente los independentistas que encontró al hacerse
cargo del gobierno de España. Su inactividad y su falta de capacidad política
han producido una declaración formal de
independencia de Cataluña (aunque de momento solo sea ‘intencional’). Es
todo un hito histórico que hay que cargar al debe del Presidente del Gobierno.
Cualquier otro gobernante progresista (Felipe González o Rodríguez Zapatero)
que hubiese llevado a España al callejón sin salida de Cataluña estaría ya
ardiendo en la pira de la plaza pública. El señor Rajoy no. El señor Rajoy ha
puesto pie en pared, ha frenado la independencia catalana y ya el tiempo dirá
lo que pasa con esa mitad de los catalanes inflamados por la ilusión
independentista...
Es cansino abundar en el castigo que el
partido gobernante merecería por la corrupción que lo ha ocupado de un extremo
a otro y de la superficie al fondo mismo de la organización. Pues no. Pelillos
a la mar. En todos los partidos hay casos de corrupción y, además, los corruptos
son casos particulares, el Partido como tal permanece limpio e incorrupto, nos
repiten hasta la saciedad los voceros de la derecha. Y la gente ha tragado y
está digiriendo el gran sapo de la corrupción, perdonándole la vida al señor
Rajoy, que volverá a gobernar esta España de nuestros pecados.
Cierto es que las cosas van a ser así
no por causa de milagrería, sino de factores causales que las explican. En
primer lugar, la coyuntura económica
exterior (precio del petróleo, intervenciones del BCE, etc.) ha permitido la
afloración de datos macroeconómicos que han servido de pilón argumental para
fijar la convicción social de que la crisis
está superada. En segundo término, las Elecciones
Autonómicas y Locales, en las que el PP perdió importantes parcelas de
poder, han tenido un efecto de descompresión. Digamos que,
pagada una penitencia relativa, el electorado alcanzó una suficiente
satisfacción vindicativa y, por otra parte, la memoria es débil porque hay
necesidad de olvidar algunas insoportables cosas. En tercer lugar, la independencia de Cataluña, tal como se
han sucedido los últimos acontecimientos críticos (resolución independentista,
sentencia del TC, bloqueo de la formación del gobierno de la Generalitat...) da
la impresión de que está atascada y con el motor incapaz de ponerse de nuevo en
marcha, de forma que el 20-D nos traerá unas Navidades felices y tranquilas: la
firmeza serena del señor Rajoy ha resultado la mejor estrategia para asegurar la
unidad de España. En cuarto lugar, la Operación Ciudadanos está perfilándose como una obra maestra de ingeniería política de
efecto doble: ha desviado la pulsión de cambio desde Podemos hacia el señuelo
de un centro político (ni izquierdas ni derechas), que desembocará en el cauce
de la derecha popular; y ha recogido bastantes votos despistados del terreno
del centro izquierda del PSOE, aventados por el aire de lo nuevo frente a lo
viejo. Finalmente, el terrorismo yihadista, significado en los atentados de
París y el estado prebélico de Bruselas, ha creado un clima de temor e
inseguridad que favorece las posiciones conservadoras y de cierre de filas alrededor
del Pastor responsable de la manada (como decía Ignacio de Loyola, en tiempos
de tribulación no hacer mudanza).
Cuando reemprendo la redacción de este
escrito −después de días de desidia y pesimismo−, la celebración del ‘Debate Decisivo’ entre P. Sánchez, P. Iglesias, A. Rivera y
Sáenz de Santamaría ha tenido lugar y las claves de interpretación del
resultado (ganadores/perdedores) abundan en la tesis de que mediáticamente el
pescado está vendido: ningún hermeneuta de la derecha ha visto los mojados
sobacos del líder de Podemos, mientras recomendaba estúpidamente a sus
contrincantes «no os pongáis nerviosos, no os pongáis nerviosos».
Así que el panorama España-2016 no
puede ser más desolador: la continuidad de un Presidente que cobró salarios
extra en sobres de billetes de 500 euros extraídos de la caja B del PP, nutrida
con fondos de comisiones; la persistencia de una política socioecónomica
castigadora de los trabajadores en paro, de los precarios y de los fijos mal
pagados; el apoyo de Ciudadanos para llevar adelante algunas reformas formales
a modo de cosmética de circunstancias; la agudización del problema catalán, que
actuará como un foco de incesante desestabilización nacional; la frustración de
las izquierdas, que, después de lamerse las heridas, tardarán mucho tiempo en
recomponerse dios sabe en qué forma y sentido...
Un
escenario sombrío para los progresistas. Si uno supiese rezar, habría que
hacerlo para que el vaticinio no se cumpliese. Pero parece que, con permiso del
Papa Francisco, Dios es también de derechas.
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