En
la última columna de mi blog tracé el escenario de la España-2016 en base a la
predecible victoria electoral de las derechas (la suma de escaños PP y
Ciudadanos). La especulación de entonces no era tanto un ejercicio de habilidades
adivinatorias como la práctica deductiva
de los datos que aportaba la demoscopia y la percepción intuitiva del clima que
se respiraba en la sociedad. Un amigo que sigue fielmente mis devaneos
escribanos, vistos los resultados electorales, se apresuró a decirme: «La cosa
no ha ido tan mal como predecías». A lo que de inmediato respondí: «¿Conoces la
ley de Murphy, aquella que afirma que toda situación susceptible de empeorar
acaba empeorando o que la tostada siempre cae del lado de la mantequilla?». En
efecto, más pernicioso para las clases populares españolas que un gobierno de
derechas es un imposible gobierno de derechas y un imposible gobierno de
izquierdas.
A
estas alturas poco falta por decir de la situación postelectoral creada.
Columnistas, tertulianos y politólogos de toda ralea han analizado la
encrucijada de la política española por la cara y el envés, por la diestra y la
siniestra, y todos coinciden en un calificativo: el conflicto es endiablado. Y, paradójicamente, el Partido
Socialista, que ha obtenido «el peor resultado de su historia» −como
interesadamente y con absoluta falta de rigor sostienen los voceros de la
derecha−, es el único partido que tiene en su mano la posibilidad de facilitar
la formación de un gobierno.
Pedro
Sánchez se ha visto obligado a batirse
en un terreno cruzado por seis ejes de alta tensión, respecto a cuyos polos al Partido
Socialista le era imposible fijar su posición o siquiera hacerse oír: izquierda
/ derecha, arriba (la casta) / abajo (la gente), corrupción / transparencia, lo viejo / lo
nuevo, la unidad de España / el independentismo, el inmovilismo en la
Constitución del 78 / la apertura de un proceso constituyente.
El
PSOE es un partido inequívocamente socialdemócrata, pero las políticas
neoliberales a que se vio obligado Zapatero en un momento crucial de la crisis
económica le grabaron en la piel el peor estigma: el PSOE y el PP son lo mismo. A la difícil percepción del PSOE en
el eje derecha/izquierda, junto al interés del PP, ha contribuido en buena
medida la propaganda del postcomunismo populista de Podemos situándolo
machaconamente en la casta de los de arriba. El que la oposición arriba/abajo
no sea más que lo que llamé en otro momento ‘trampa topológica’ poco ha variado
la percepción dislocada del PSOE en este eje ideológico.
Corrupción/limpieza
ha sido otra antinomia poco favorable a los socialistas. Fuera de algún que
otro caso del que ninguna gran organización está libre, el PSOE no se ha
comportado como una organización estructuralmente corrupta; sin embargo, el
habitual recurso dialéctico de los voceros del PP al caso de los ERES no solo
nos ha chirriado a los militantes, sino que ha logrado el objetivo de meter en
el común saco de la corrupción al viejo partido socialista.
En
la dicotomía lo viejo/lo nuevo el PSOE tampoco sale bien parado. Arrojado al
rincón de los trastos viejos, junto al PP e incluso IU, poco podía hacer el joven líder, Pedro
Sánchez, voluntarioso, trabajador y capaz, que no salió a alta mar a luchar
contra los elementos, pero que se encontró con la más horripilante de las
tormentas perfectas. ¿Qué podía hacer Pedro Sánchez con la herencia de unas
clases urbanas y unos jóvenes enajenados para el PSOE?
La
unidad territorial frente al independentismo es sin duda el eje de más alta
tensión de la España de hoy. Frente a la polarización extrema de las fuerzas
políticas, la posición intermedia, federal, del Partido Socialista no ha
encontrado eco ni se ha hecho visible. En fin, en la alternativa Constitución
del 78 versus apertura de un proceso
constituyente, la reforma constitucional que propone también ha sido
desconsiderada.
Identificado
el PSOE ideológicamente con el PP y con la casta, con lo viejo, caduco e
incapaz de proponer un proyecto seductor a jóvenes y clases urbanas;
considerado igualmente corrupto que el PP y desdeñada su propuesta federal para
la solución del problema territorial, Pedro Sánchez tuvo que trabajarse al
electorado voto a voto para vencer a las encuestas y al fin conseguir un resultado
«bueno-malo» (oxímoron que utiliza el profesor Federico Arnau), que colocó al
PSOE en el centro de la escena decisional, donde recibe una presión
insoportable desde todos los frentes.
Y
en esas estábamos cuando, mientras el Titanic hace aguas por varias vías, la
baronesa se monta, con barones y varoncillos a punto de desahucio en sus
territorios, un coro danzante en torno a Pedro Sánchez al son de una música
sacrificial delirante. ¿Y qué pregón nos trae la baronesa? La unidad entre los
hombres y tierras de España, la igualdad entre todos los españoles. Arcaicos
tópicos, discurso simple, elemental, superficial, vacío. ¿Acaso España se
reduce a Andalucía, Extremadura y las Castillas? Al menos, da la impresión de que Pedro
Sánchez ha entendido la idea de la crisis de Gramsci, «lo nuevo no acaba de
nacer y lo viejo no termina de morir», de que está más abierto a lo complejo y profundo que se remueve en la
sociedad española. Si se me permite la chanza, al menos Pedro Sánchez habla
inglés.
Así que algo tendremos que decir los militantes
socialistas de este demencial e irresponsable espectáculo de la baronesa y sus
varoncitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario