Como tantos antimadridistas esperan
ansiosos los ‘últimos minutos’ del Real Madrid, por su frecuencia en dar la
vuelta al resultado del partido en el suspiro final, así estaba yo en la tarde
del sábado, día 9 de enero, expectante ante la negociación in extremis de JxSí y la CUP. Un dribling por el costado de Mas y... ¡gool! casi en el tiempo de descuento. Como
experto en antimadridismo, no me sorprendí. Ninguna de las dos partes podía
soportar el coste de unas nuevas elecciones.
Y ya estamos de nuevo con el procés en marcha. Fuimos a votar el 20-D
y disfrutamos las navideñas fiestas haciendo abstracción del problema catalán,
gracias a las buenas tácticas del señor Rajoy... Pero ahora resulta que ha de
ser el PSOE quien resuelva el
rompecabezas, pues mal lo puede hacer quien contribuyó en gran medida a
generarlo y agravarlo. La Razón
independentista ha sido prolífica partera de monstruos, como éste que
amenaza con comerse al partido de los socialistas.
Aquí, en este escrito, quiero analizar
otro monstruo de la Razón independentista,
que para mi sorpresa ha pasado desapercibido, que yo conozca, a los
comentaristas políticos. Me refiero al texto del Acuerdo entre JxSí y la CUP, que, más allá del
engrudo indigesto de su prosa, supone la actualización de La Autocrítica, instituida en los regímenes comunistas. Como es
sabido, en tiempos de Lenin, Stalin o
Mao, los disidentes, supuestos o reales, eran sometidos a juicio ante las
autoridades del Partido y allí debían reconocer errores en la doctrina o en la
praxis. Era una especie de ‘prueba diabólica’ al estilo de la Inquisición. El
reo venía obligado a demostrar su inocencia ante el Tribunal Popular. Para los
cinéfilos, el recuerdo de la película La
Confesión (J. Semprúm y Costa
Gavras) o de El último emperador (Bernardo
Bertolucci) será sobremanera
ilustrativo.
El proceso de La Autocrítica tenía tres fases o momentos. Primero: «Reconocimiento del error, desvío o
traición al Partido». Segundo: «Asunción
de las responsabilidades por las acciones criminales de obra o pensamiento». Tercero: «Cumplimiento del castigo
impuesto para restablecer el orden de la organización alterado por el revisionista o el traidor». Pues bien, en el texto del Acuerdo se
dan las tres fases de la institución de La Autocrítica Marxista: En primer lugar,
la CUP asume el pecado de «haber puesto en riesgo el empuje y el voto
mayoritario de la población y el electorado a favor del proceso hacia la
independencia...» Y es «necesario reconocer errores en la beligerancia
expresada hacia Junts pel Sí», así se dice en el punto 4. También está escrito:
«por todo esto la CUP-CC se compromete a reconstruir, a todos los efectos, la
potencia discursiva y movilizadora de la etapa política que se inicia con este
acuerdo...» En el punto 5 se dispone: «La CUP-CC pone a disposición del acuerdo
el compromiso de reconocer, tanto como sea necesario, el propio grupo
parlamentario (...). Los relevos en el grupo parlamentario se producirán
inmediatamente tras el pleno de
investidura».
En resumen, Mas y su gente recetan y hacen tragar a los cuperos un guiso
a base de aceite de ricino. En La Autocrítica de la CUP se da el reconocimiento
del error-pecado, la asunción de responsabilidades y el apechugamiento con la
carga de la pena o penitencia, que
consiste en depurar a los diputados cuperos que fueron más malos y dejar
en depósito como rehenes permanentes o rotatorios a otros dos, por una
parte, y, por otra, obligarse a trabajar
desde ahora a destajo para recuperar el tiempo perdido, al estilo del último
emperador bertolucciano, Pu-yi, que renegó de su pasado y se convirtió en
jardinero siguiendo el método maoísta de
reeducación por el trabajo. Una auténtica purga endosada por un partido de
derecha liberal a otro anticapitalista de raíces comunisto-libertarias. Todo esto
es mostrenco.
Lo monstruoso es lo que se produce
contra el orden regular de la naturaleza. De ahí nace la curiosidad de los
niños. Los niños escuchan con
expectación atemorizada los cuentos de bosques oscuros y maravillosos poblados
de seres extraños en que el intruso corre gravísimos peligros. Al final, los
cuentos infantiles no son más que representaciones lúdicas que divierten sin hacer
mal a nadie.
El bosque en que nos adentramos ahora en
España, infectado de monstruos paridos por La Razón independentista, sin embargo, no es un juego y dentro
de él se producirán daños irreversibles para los unos y los otros.
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