jueves, 14 de enero de 2016

¡¡NOS VAMOS..., QUE NOS VAMOS, SEÑORES!!

La exclamación del título antecedente pertenece a una señora independentista de Convergencia, que participa con alguna asiduidad en la tertulia de los sábados en La Noche de la Sexta. Las palabras de la señora Miriam Noguera, que así se llama la referida, se producían a las pocas horas de que el Acuerdo entre Junts x Sí y la CUP-CC permitía la investidura de un nuevo President de la Generalitat y desbloqueaba el procés dejando abierta la puerta al Estado Independiente  de la República Catalana. Aparecía eufórica la señora y en su clamor jubiloso subyacía tanto ilusión como desafecto; ilusión por tener a la vista la utopía soñada y desapego hacia la carcundia española que se dejaba atrás. Nos vamos y ahí os quedáis, casposos, era el sentido profundo del apóstrofe de la señora Noguera.
El esquematismo mental con que suele conducirse la señora Noguera −a menudo bordeando la simpleza, con frases hechas por los gurús de la secta− no merecería ni un minuto de atención por mi parte, si no fuera porque este pensar y sentir es reflejo del paradigma cognitivo-emotivo de muchos catalanes. Desconocer que demasiados catalanes viven ‘ilusionados’ con el salto definitivo a un país nuevo, independiente, desconectado y libre de una España vieja, caduca, cerril y corrupta es cerrar los ojos a la realidad. No tomar conciencia de que a la ilusión por inaugurar una República nueva y catalana, acompaña toda una gama de sentimientos negativos hacia los españoles −desde la indiferencia displicente hasta la inquina y el odio pasando por el desprecio−  es abandonarse a la irresponsabilidad.
Así son las cosas por desgracia y quizá también irremediablemente. Pero por si algún arreglo hubiera, conviene precisar muy bien cómo, por qué y quiénes han sido los principales culpables del desafuero.
Como es notorio, el problema catalán viene de lejos. Por ceñirnos a los tiempos modernos, conviene recordar las ya clásicas posiciones de Ortega y Gasset y Manuel Azaña durante las Cortes de la II República. La Sublevación del 36 no dio margen a verificar si era viable la perspectiva más profunda de Azaña o había que resignarse a la conllevancia orteguiana. El franquismo ocultó el conflicto bajo los escombros de la Guerra Civil y la Constitución del 78 inventó el Sistema Autonómico en cuyo marco Cataluña ha convivido con el resto de España con tensiones siempre resueltas en los trámites finales. ¿En qué momento se desquició todo y el nacionalismo catalán se echó al monte, se hizo independentista y emprendió un camino de no retorno? La perspectiva histórica dirá lo que tenga que decir sobre causas económicas, sociales, generacionales, culturales, personalistas, etc., pero al día de hoy  −aun conscientes de toda esa etiología germinada por el contexto de crisis económica− hemos de contemplar los hechos que han actuado como desencadenantes de una confrontación de resultados desastrosos para las dos partes.
El Partido Popular tiene como base electoral y es representante de las clases que conforman el franquismo sociológico. Como tal está incapacitado para reconocer la diversidad y la diferencia de los pueblos de España. Su integrismo connatural le inhabilita para la convivencia con lenguas diferentes y culturas diversas. Todo lo que no es uniforme atenta contra la unidad de España. Todos los españoles hemos de ser unos e iguales. Mientras no ha tenido mayorías absolutas el PP,  si ha sido preciso, ha hablado catalán en la intimidad, pero, en teniéndolas, empezó a actuar sin complejos, dando rienda suelta a su natural autoritario y centralista. Hizo campaña contra productos catalanes, recogió firmas contra el Estatuto de 2006 − último intento del Partido Socialista de resolver la articulación de Cataluña con España, desgraciadamente fallido−  y trató de «españolizar a los niños catalanes» aprobando una nueva Ley de Educación (LOMCE). Por honestidad intelectual debo reconocer que la falta de sensibilidad de la plurinacionalidad de España no ha sido pecado exclusivo del PP. Entre las filas del socialismo ha habido unos ‘clásicos’ de vena jacobina fecunda: Guerra, Bono,  Rodríguez Ibarra, Leguina..., alguno de los cuales ha hecho un análisis del nacionalismo en términos de lucha de clases, según el manual marxista de Marta Harneker, hoy obsoleto.
Sorprende sobremanera tanta actividad del Partido Popular para emponzoñar y agravar el problema en el primer momento, frente a la anemia resolutiva a la hora de achicar el agua cuando el  tsunami lo anega todo. Los cuatro años de la legislatura de Rajoy han visto avanzar las aguas en forma de declaraciones, resoluciones, de palabras cada vez más provocadoras y rupturista; en forma de movilizaciones  de la sociedad civil; en forma de manejo de la psicología de masas... Y Rajoy ha sido el rey pasmado. Pasividad, pereza, abulia, negligencia, sin más acción que la de invocar la Ley.  ¿No tiene el Estado de un país de más de cuarenta millones de ciudadanos capacidad para otra cosa que no sea la de los recursos de los Abogados del Estado? ¿No existen otros recursos?
Y ahora el mismo el señor Rajoy se ofrece como única y mejor solución para España, incluida Cataluña, eso sí, exigiendo al Partido Socialista que le ayude por responsabilidad. Pero ello es imposible. ¿Tomará conciencia el PP de que su líder está ya fuera de la historia? No lo creo.

Y, pues, si Cataluña se va, ¿qué hacemos? Mientras otros, entre los que no debe estar el señor Rajoy, intentan hallar solución a este tremendo desaguisado, acaso no nos quede otro remedio que acudir al humor de un paisano mío de Aragón, que al escuchar «Cataluña se va», respondió: «Pues así en Aragón tendremos playa». Esperemos que mi paisano no se entere de que algunos de la Franja aragonesa también se quieren ir, pues entonces a lo peor el asunto no se lo toma con humor.

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