La
exclamación del título antecedente pertenece a una señora independentista de
Convergencia, que participa con alguna asiduidad en la tertulia de los sábados
en La Noche de la Sexta. Las palabras
de la señora Miriam Noguera, que así se llama la referida, se producían a las
pocas horas de que el Acuerdo entre Junts x Sí y la CUP-CC permitía la
investidura de un nuevo President de la Generalitat y desbloqueaba el procés dejando abierta la puerta al
Estado Independiente de la República
Catalana. Aparecía eufórica la señora y en su clamor jubiloso subyacía tanto
ilusión como desafecto; ilusión por tener a la vista la utopía soñada y desapego
hacia la carcundia española que se dejaba atrás. Nos vamos y ahí os quedáis,
casposos, era el sentido profundo del apóstrofe de la señora Noguera.
El
esquematismo mental con que suele conducirse la señora Noguera −a menudo
bordeando la simpleza, con frases hechas por los gurús de la secta− no
merecería ni un minuto de atención por mi parte, si no fuera porque este pensar
y sentir es reflejo del paradigma cognitivo-emotivo de muchos catalanes.
Desconocer que demasiados catalanes viven ‘ilusionados’ con el salto definitivo
a un país nuevo, independiente, desconectado y libre de una España vieja, caduca,
cerril y corrupta es cerrar los ojos a la realidad. No tomar conciencia de que
a la ilusión por inaugurar una República nueva y catalana, acompaña toda una
gama de sentimientos negativos hacia los españoles −desde la indiferencia
displicente hasta la inquina y el odio pasando por el desprecio− es abandonarse a la irresponsabilidad.
Así
son las cosas por desgracia y quizá también irremediablemente. Pero por si
algún arreglo hubiera, conviene precisar muy bien cómo, por qué y quiénes han
sido los principales culpables del desafuero.
Como
es notorio, el problema catalán viene
de lejos. Por ceñirnos a los tiempos modernos, conviene recordar las ya
clásicas posiciones de Ortega y Gasset y Manuel Azaña durante las Cortes de la
II República. La Sublevación del 36 no dio margen a verificar si era viable la
perspectiva más profunda de Azaña o había que resignarse a la conllevancia
orteguiana. El franquismo ocultó el conflicto bajo los escombros de la Guerra
Civil y la Constitución del 78 inventó el Sistema Autonómico en cuyo marco
Cataluña ha convivido con el resto de España con tensiones siempre resueltas en
los trámites finales. ¿En qué momento se desquició todo y el nacionalismo
catalán se echó al monte, se hizo independentista y emprendió un camino de no
retorno? La perspectiva histórica dirá lo que tenga que decir sobre causas
económicas, sociales, generacionales, culturales, personalistas, etc., pero al
día de hoy −aun conscientes de toda esa
etiología germinada por el contexto de crisis económica− hemos de contemplar
los hechos que han actuado como desencadenantes de una confrontación de resultados
desastrosos para las dos partes.
El
Partido Popular tiene como base electoral y es representante de las clases que
conforman el franquismo sociológico. Como tal está incapacitado para reconocer
la diversidad y la diferencia de los pueblos de España. Su integrismo
connatural le inhabilita para la convivencia con lenguas diferentes y culturas
diversas. Todo lo que no es uniforme atenta contra la unidad de España. Todos
los españoles hemos de ser unos e iguales. Mientras no ha tenido mayorías
absolutas el PP, si ha sido preciso, ha
hablado catalán en la intimidad, pero, en teniéndolas, empezó a actuar sin
complejos, dando rienda suelta a su natural autoritario y centralista. Hizo
campaña contra productos catalanes, recogió firmas contra el Estatuto de 2006 −
último intento del Partido Socialista de resolver la articulación de Cataluña
con España, desgraciadamente fallido− y
trató de «españolizar a los niños catalanes» aprobando una nueva Ley de
Educación (LOMCE). Por honestidad intelectual debo reconocer que la falta de
sensibilidad de la plurinacionalidad de España no ha sido pecado exclusivo del
PP. Entre las filas del socialismo ha habido unos ‘clásicos’ de vena jacobina
fecunda: Guerra, Bono, Rodríguez Ibarra,
Leguina..., alguno de los cuales ha hecho un análisis del nacionalismo en
términos de lucha de clases, según el manual marxista de Marta Harneker, hoy
obsoleto.
Sorprende
sobremanera tanta actividad del Partido Popular para emponzoñar y agravar el
problema en el primer momento, frente a la anemia resolutiva a la hora de
achicar el agua cuando el tsunami lo
anega todo. Los cuatro años de la legislatura de Rajoy han visto avanzar las
aguas en forma de declaraciones, resoluciones, de palabras cada vez más
provocadoras y rupturista; en forma de movilizaciones de la sociedad civil; en forma de manejo de
la psicología de masas... Y Rajoy ha sido el rey pasmado. Pasividad, pereza,
abulia, negligencia, sin más acción que la de invocar la Ley. ¿No tiene el Estado de un país de más de cuarenta
millones de ciudadanos capacidad para otra cosa que no sea la de los recursos
de los Abogados del Estado? ¿No existen otros recursos?
Y
ahora el mismo el señor Rajoy se ofrece como única y mejor solución para
España, incluida Cataluña, eso sí, exigiendo al Partido Socialista que le ayude
por responsabilidad. Pero ello es imposible. ¿Tomará conciencia el PP de que su
líder está ya fuera de la historia? No lo creo.
Y,
pues, si Cataluña se va, ¿qué hacemos? Mientras otros, entre los que no debe
estar el señor Rajoy, intentan hallar
solución a este tremendo desaguisado, acaso no nos quede otro remedio que acudir al humor de un paisano mío de
Aragón, que al escuchar «Cataluña se va», respondió: «Pues así en Aragón
tendremos playa». Esperemos que mi paisano no se entere de que algunos de la
Franja aragonesa también se quieren ir, pues entonces a lo peor el asunto no se
lo toma con humor.
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