miércoles, 20 de enero de 2016

REGRESO AL PASADO IMPERFECTO

Viajar es bueno. Es sano para el cuerpo y reconfortante para el espíritu, aunque uno no tenga la necesidad de curarse del mal del nacionalismo, según la prescripción de don Pío Baroja, que dejó dicho: «el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando».  Abandonar por un breve espacio de tiempo el lugar habitual de residencia merece la pena aunque solo fuere por comprobar si las percepciones que tenemos de lo que realmente está pasando en nuestro entorno son verificadas en los lugares extraños que visitamos o, por el contrario, donde vivimos domiciliados se producen fenómenos especiales que nada tienen que ver con lo que pasa en el resto del mundo.
En un reciente viaje, no más abrir la puerta de un  vagón del Talgo Barcelona-Cartagena fui recibido por una vaharada de orines como una bofetada nauseabunda; a lo largo del trayecto comprobé que la voz enlatada que avisa de la «próxima estación» sufría  mutismos arbitrarios, lo que resultó ser no un hecho casual, sino repetido  en el regreso Valencia-Castellón y en la ruta de un Altaria de Murcia a Madrid. Detalles sin importancia. Como también es un pequeño desliz el que al descender del tren en la estación-apeadero de Archena (de cuya presencia, por supuesto, no has sido advertido por el altavoz del tren) te encuentres con que, en contra de la confirmación de la agencia de viajes, nadie ha venido a recogerte y te veas tirado en un lugar desértico, sin taxis ni otro medio de comunicación, y alejado ocho o diez kilómetros del destino. Igualmente puede parecer una minucia que en el hotel Levante del balneario no aparezcan en la pantalla del ordenador las reservas previamente confirmadas y tengas que esperar una hora a que se resuelva el error. Pelillos a la mar asimismo si el empleado que te administra los barros, un hombretón de más de cien quilos, te enchufa los manguerazos gritando como un carretero «!de frente!, !de espaldas!, !del lado!, !del otro lado!», sin mediar un por favor. Si te has despertado por tu cuenta y no has perdido el tren, tampoco tiene mucha relevancia el olvido del recepcionista del hotel de despertarte a la hora de la mañana indicada... Pequeñeces. Rarezas de las personas mayores.
Por dondequiera que voy, en estas tierras hispanas, vecinas o alejadas, detecto señales de suciedad y mugre, signos inequívocos de la pobreza sobrevenida, pero las anécdotas de mi viaje −pequeñeces, nimiedades−  son de naturaleza diferente, no necesariamente ligada a causas económicas; son de otra especie, de la especie de la desmotivación, la desidia, el abandono y la irresponsabilidad, de todas aquellas taras cívicas y vicios públicos que hacen que las sociedades no funcionen. Felipe González, en tiempos de rebajas ideológicas, de socialdemocracias de mínimos, acuñó un eslogan electoral que hizo fortuna: hacer que España funcione, síntesis reduccionista, pero poderosamente significativa.
Parecía que la modernización, palabra de referencia de la pasada época, se había instalado entre nosotros, hasta que el resplandor de la riqueza fácil y el lujo deslumbrante de pronto se apagaron, como si una mano maléfica hubiera pulsado el interruptor de la luz, dejando entre las sombras los escorzos de los viejos hábitos y las atávicas actitudes: la costumbre de la chapuza, el escamoteo de la norma, la afición a la pillería, el desprecio por las cosas bien hechas.
Es obvio que no se debe ser muy exigente con el funcionario que, humillado sobre la mesa, adopta la forma del camaleón y pide disculpas mudas por haber conservado el puesto de trabajo a pesar de todo; ni con el recepcionista del hotel que empalma jornadas de 12 horas; ni con el empleado de  limpieza que hace ahora el trabajo de tres y percibe dos tercios del salario de antes; ni con el bancario que es obligado, por temor al ERE pendiente, a hacer horas vespertinas extraordinarias sin retribución alguna; ni con el chapuzas que te viene a casa,  sin contrato, enviado por un empresario autónomo; ni con el profesor que, con la nómina disminuida, ha visto incrementado el número de alumnos en su clase... ¿Y qué podríamos esperar de aquel trabajador que hubiese aceptado una oferta laboral consistente en permanecer dos meses de prueba sin sueldo y después ya veremos...? ¿Por qué no se mete directamente en la cárcel al menos por esos dos meses al empresario desvergonzado que hace tal propuesta?  Quizás aquí esté la clave. Mientras los sinvergüenzas, los aprovechados, los explotadores, la minoría que acumula la mayor parte de la riqueza nacional no sean severamente castigados, no será posible que la filosofía calvinista del trabajo extinga la vieja tradición de nuestra picaresca nacional.
En plena depresión económica y social (2012), el periodista Enric Juliana publicó un sugestivo ensayo titulado Modesta España. Paisaje después de la austeridad. Venía a sostener el autor que después de la crisis nada volvería a ser como antes, que las cotas de consumo, especulación y hedonismo de las dos últimas dos décadas no regresarían. El autor catalán proponía la modestia como salida moral (y económica, en el fondo) a la crisis. Modestia, no entendida como ‘falta de ambición’ o ‘estrechez de miras’, sino como virtud cívica relacionada con la naturalidad, la sencillez, el equilibrio, la mesura, la morigeración, la humildad, rasgos todos estos encarnados en uno de los personajes más significativos del Quijote, el Caballero del Verde Gabán.
Por lo que vengo observando a las alturas del inicio de 2016, me temo que no transitamos por el camino de la modestia. Más bien, estamos volviendo por donde solíamos. La gente triturada por la crisis vive en el silencio de la exclusión social, pero las clases supervivientes, una vez verificado que el mundo sigue, han retornado al consumo y al hedonismo insolidarios. En vísperas de la noche de Fin de Año presencié esta escena: señora sesentona debatía con la dependienta de una boutique de ropa; la señora quería a toda costa una blusa; las alternativas de pago en mensualidades por unos pocos euros no  satisfacían a la compradora; la conversación giraba y giraba (¡oh, esas conversaciones circulares inagotables que vuelven y vuelven cansinamente al inicio!); acudió en auxilio otra vendedora y el jefe del departamento. Pero los hechos no variaban, la señora quería la blusa y no tenía recursos para pagarla. Pero «yo la quiero, yo la quiero», repetía la sesentona... No pude más. Me fui perdiéndome el desenlace.

No hemos aprendido nada de la crisis. El consumo en bares y restaurantes está volviendo. Estupendo para los que se lo pueden permitir. Lo próximo será que los centenares de oficinas inmobiliarias que había antes de la crisis florezcan de nuevo. Un regreso perfecto a un pasado imperfecto.

jueves, 14 de enero de 2016

¡¡NOS VAMOS..., QUE NOS VAMOS, SEÑORES!!

La exclamación del título antecedente pertenece a una señora independentista de Convergencia, que participa con alguna asiduidad en la tertulia de los sábados en La Noche de la Sexta. Las palabras de la señora Miriam Noguera, que así se llama la referida, se producían a las pocas horas de que el Acuerdo entre Junts x Sí y la CUP-CC permitía la investidura de un nuevo President de la Generalitat y desbloqueaba el procés dejando abierta la puerta al Estado Independiente  de la República Catalana. Aparecía eufórica la señora y en su clamor jubiloso subyacía tanto ilusión como desafecto; ilusión por tener a la vista la utopía soñada y desapego hacia la carcundia española que se dejaba atrás. Nos vamos y ahí os quedáis, casposos, era el sentido profundo del apóstrofe de la señora Noguera.
El esquematismo mental con que suele conducirse la señora Noguera −a menudo bordeando la simpleza, con frases hechas por los gurús de la secta− no merecería ni un minuto de atención por mi parte, si no fuera porque este pensar y sentir es reflejo del paradigma cognitivo-emotivo de muchos catalanes. Desconocer que demasiados catalanes viven ‘ilusionados’ con el salto definitivo a un país nuevo, independiente, desconectado y libre de una España vieja, caduca, cerril y corrupta es cerrar los ojos a la realidad. No tomar conciencia de que a la ilusión por inaugurar una República nueva y catalana, acompaña toda una gama de sentimientos negativos hacia los españoles −desde la indiferencia displicente hasta la inquina y el odio pasando por el desprecio−  es abandonarse a la irresponsabilidad.
Así son las cosas por desgracia y quizá también irremediablemente. Pero por si algún arreglo hubiera, conviene precisar muy bien cómo, por qué y quiénes han sido los principales culpables del desafuero.
Como es notorio, el problema catalán viene de lejos. Por ceñirnos a los tiempos modernos, conviene recordar las ya clásicas posiciones de Ortega y Gasset y Manuel Azaña durante las Cortes de la II República. La Sublevación del 36 no dio margen a verificar si era viable la perspectiva más profunda de Azaña o había que resignarse a la conllevancia orteguiana. El franquismo ocultó el conflicto bajo los escombros de la Guerra Civil y la Constitución del 78 inventó el Sistema Autonómico en cuyo marco Cataluña ha convivido con el resto de España con tensiones siempre resueltas en los trámites finales. ¿En qué momento se desquició todo y el nacionalismo catalán se echó al monte, se hizo independentista y emprendió un camino de no retorno? La perspectiva histórica dirá lo que tenga que decir sobre causas económicas, sociales, generacionales, culturales, personalistas, etc., pero al día de hoy  −aun conscientes de toda esa etiología germinada por el contexto de crisis económica− hemos de contemplar los hechos que han actuado como desencadenantes de una confrontación de resultados desastrosos para las dos partes.
El Partido Popular tiene como base electoral y es representante de las clases que conforman el franquismo sociológico. Como tal está incapacitado para reconocer la diversidad y la diferencia de los pueblos de España. Su integrismo connatural le inhabilita para la convivencia con lenguas diferentes y culturas diversas. Todo lo que no es uniforme atenta contra la unidad de España. Todos los españoles hemos de ser unos e iguales. Mientras no ha tenido mayorías absolutas el PP,  si ha sido preciso, ha hablado catalán en la intimidad, pero, en teniéndolas, empezó a actuar sin complejos, dando rienda suelta a su natural autoritario y centralista. Hizo campaña contra productos catalanes, recogió firmas contra el Estatuto de 2006 − último intento del Partido Socialista de resolver la articulación de Cataluña con España, desgraciadamente fallido−  y trató de «españolizar a los niños catalanes» aprobando una nueva Ley de Educación (LOMCE). Por honestidad intelectual debo reconocer que la falta de sensibilidad de la plurinacionalidad de España no ha sido pecado exclusivo del PP. Entre las filas del socialismo ha habido unos ‘clásicos’ de vena jacobina fecunda: Guerra, Bono,  Rodríguez Ibarra, Leguina..., alguno de los cuales ha hecho un análisis del nacionalismo en términos de lucha de clases, según el manual marxista de Marta Harneker, hoy obsoleto.
Sorprende sobremanera tanta actividad del Partido Popular para emponzoñar y agravar el problema en el primer momento, frente a la anemia resolutiva a la hora de achicar el agua cuando el  tsunami lo anega todo. Los cuatro años de la legislatura de Rajoy han visto avanzar las aguas en forma de declaraciones, resoluciones, de palabras cada vez más provocadoras y rupturista; en forma de movilizaciones  de la sociedad civil; en forma de manejo de la psicología de masas... Y Rajoy ha sido el rey pasmado. Pasividad, pereza, abulia, negligencia, sin más acción que la de invocar la Ley.  ¿No tiene el Estado de un país de más de cuarenta millones de ciudadanos capacidad para otra cosa que no sea la de los recursos de los Abogados del Estado? ¿No existen otros recursos?
Y ahora el mismo el señor Rajoy se ofrece como única y mejor solución para España, incluida Cataluña, eso sí, exigiendo al Partido Socialista que le ayude por responsabilidad. Pero ello es imposible. ¿Tomará conciencia el PP de que su líder está ya fuera de la historia? No lo creo.

Y, pues, si Cataluña se va, ¿qué hacemos? Mientras otros, entre los que no debe estar el señor Rajoy, intentan hallar solución a este tremendo desaguisado, acaso no nos quede otro remedio que acudir al humor de un paisano mío de Aragón, que al escuchar «Cataluña se va», respondió: «Pues así en Aragón tendremos playa». Esperemos que mi paisano no se entere de que algunos de la Franja aragonesa también se quieren ir, pues entonces a lo peor el asunto no se lo toma con humor.

lunes, 11 de enero de 2016

LA ‘AUTOCRÍTICA’ DE LA CUP Y LAS PURGAS COMUNISTAS

Como tantos antimadridistas esperan ansiosos los ‘últimos minutos’ del Real Madrid, por su frecuencia en dar la vuelta al resultado del partido en el suspiro final, así estaba yo en la tarde del sábado, día 9 de enero, expectante ante la negociación in extremis de JxSí y la CUP.  Un dribling por el costado de Mas y... ¡gool! casi en el tiempo de descuento. Como experto en antimadridismo, no me sorprendí. Ninguna de las dos partes podía soportar el coste de unas nuevas elecciones.
Y ya estamos de nuevo con el procés en marcha. Fuimos a votar el 20-D y disfrutamos las navideñas fiestas haciendo abstracción del problema catalán, gracias a las buenas tácticas del señor Rajoy... Pero ahora resulta que ha de ser el PSOE quien resuelva el rompecabezas, pues mal lo puede hacer quien contribuyó en gran medida a generarlo y agravarlo. La Razón independentista ha sido prolífica partera de monstruos, como éste que amenaza con comerse al partido de los socialistas.
Aquí, en este escrito, quiero analizar otro monstruo de la Razón independentista, que para mi sorpresa ha pasado desapercibido, que yo conozca, a los comentaristas políticos. Me refiero al texto del Acuerdo entre JxSí y la CUP, que, más allá del engrudo indigesto de su prosa, supone la actualización de La Autocrítica, instituida en los regímenes comunistas. Como es sabido, en tiempos de Lenin, Stalin o Mao, los disidentes, supuestos o reales, eran sometidos a juicio ante las autoridades del Partido y allí debían reconocer errores en la doctrina o en la praxis. Era una especie de ‘prueba diabólica’ al estilo de la Inquisición. El reo venía obligado a demostrar su inocencia ante el Tribunal Popular. Para los cinéfilos, el recuerdo de la película La Confesión (J. Semprúm y Costa Gavras) o de El último emperador (Bernardo Bertolucci) será sobremanera ilustrativo.
El proceso de La Autocrítica tenía tres fases o momentos. Primero: «Reconocimiento del error, desvío o traición al Partido». Segundo: «Asunción de las responsabilidades por las acciones criminales de obra o pensamiento». Tercero: «Cumplimiento del castigo impuesto para restablecer el orden de la organización alterado por el  revisionista o el traidor». Pues bien, en el texto del Acuerdo se dan las tres fases de la institución de La Autocrítica Marxista: En primer lugar, la CUP asume el pecado de «haber puesto en riesgo el empuje y el voto mayoritario de la población y el electorado a favor del proceso hacia la independencia...» Y es «necesario reconocer errores en la beligerancia expresada hacia Junts pel Sí», así se dice en el punto 4. También está escrito: «por todo esto la CUP-CC se compromete a reconstruir, a todos los efectos, la potencia discursiva y movilizadora de la etapa política que se inicia con este acuerdo...» En el punto 5 se dispone: «La CUP-CC pone a disposición del acuerdo el compromiso de reconocer, tanto como sea necesario, el propio grupo parlamentario (...). Los relevos en el grupo parlamentario se producirán inmediatamente tras el pleno  de investidura».
   En resumen, Mas y su gente recetan y hacen tragar a los cuperos un guiso a base de aceite de ricino. En La Autocrítica de la CUP se da el reconocimiento del error-pecado, la asunción de responsabilidades y el apechugamiento con la carga de la pena o penitencia, que  consiste en depurar a los diputados cuperos que fueron más malos y dejar en depósito como rehenes permanentes o rotatorios a otros dos, por una parte,  y, por otra, obligarse a trabajar desde ahora a destajo para recuperar el tiempo perdido, al estilo del último emperador bertolucciano, Pu-yi, que renegó de su pasado y se convirtió en jardinero siguiendo el método maoísta  de reeducación por el trabajo. Una auténtica purga endosada por un partido de derecha liberal a otro anticapitalista de raíces comunisto-libertarias. Todo esto es mostrenco.
Lo monstruoso es lo que se produce contra el orden regular de la naturaleza. De ahí nace la curiosidad de los niños. Los niños escuchan con expectación atemorizada los cuentos de bosques oscuros y maravillosos poblados de seres extraños en que el intruso corre gravísimos peligros. Al final, los cuentos infantiles no son más que representaciones lúdicas que divierten sin hacer mal a nadie.

El bosque en que nos adentramos ahora en España, infectado de monstruos paridos por La Razón independentista, sin embargo, no es un juego y dentro de él se producirán daños irreversibles para los unos y los otros.

miércoles, 6 de enero de 2016

LA BARONESA Y SUS BARONES

En la última columna de mi blog tracé el escenario de la España-2016 en base a la predecible victoria electoral de las derechas (la suma de escaños PP y Ciudadanos). La especulación de entonces no era tanto un ejercicio de habilidades adivinatorias como  la práctica deductiva de los datos que aportaba la demoscopia y la percepción intuitiva del clima que se respiraba en la sociedad. Un amigo que sigue fielmente mis devaneos escribanos, vistos los resultados electorales, se apresuró a decirme: «La cosa no ha ido tan mal como predecías». A lo que de inmediato respondí: «¿Conoces la ley de Murphy, aquella que afirma que toda situación susceptible de empeorar acaba empeorando o que la tostada siempre cae del lado de la mantequilla?». En efecto, más pernicioso para las clases populares españolas que un gobierno de derechas es un imposible gobierno de derechas y un imposible gobierno de izquierdas.
A estas alturas poco falta por decir de la situación postelectoral creada. Columnistas, tertulianos y politólogos de toda ralea han analizado la encrucijada de la política española por la cara y el envés, por la diestra y la siniestra, y todos coinciden en un calificativo: el conflicto es endiablado. Y, paradójicamente, el Partido Socialista, que ha obtenido «el peor resultado de su historia» −como interesadamente y con absoluta falta de rigor sostienen los voceros de la derecha−, es el único partido que tiene en su mano la posibilidad de facilitar la formación de un gobierno.
Pedro Sánchez  se ha visto obligado a batirse en un terreno cruzado por seis ejes de alta tensión, respecto a cuyos polos al Partido Socialista le era imposible fijar su posición o siquiera hacerse oír: izquierda / derecha, arriba (la casta) / abajo (la gente),  corrupción / transparencia, lo viejo / lo nuevo, la unidad de España / el independentismo, el inmovilismo en la Constitución del 78 / la apertura de un proceso constituyente.
El PSOE es un partido inequívocamente socialdemócrata, pero las políticas neoliberales a que se vio obligado Zapatero en un momento crucial de la crisis económica le grabaron en la piel el peor estigma: el PSOE y el PP son lo mismo. A la difícil percepción del PSOE en el eje derecha/izquierda, junto al interés del PP, ha contribuido en buena medida la propaganda del postcomunismo populista de Podemos situándolo machaconamente en la casta de los de arriba. El que la oposición arriba/abajo no sea más que lo que llamé en otro momento ‘trampa topológica’ poco ha variado la percepción dislocada del PSOE en este eje ideológico.
Corrupción/limpieza ha sido otra antinomia poco favorable a los socialistas. Fuera de algún que otro caso del que ninguna gran organización está libre, el PSOE no se ha comportado como una organización estructuralmente corrupta; sin embargo, el habitual recurso dialéctico de los voceros del PP al caso de los ERES no solo nos ha chirriado a los militantes, sino que ha logrado el objetivo de meter en el común saco de la corrupción al viejo partido socialista.
En la dicotomía lo viejo/lo nuevo el PSOE tampoco sale bien parado. Arrojado al rincón de los trastos viejos, junto al PP e incluso IU,  poco podía hacer el joven líder, Pedro Sánchez, voluntarioso, trabajador y capaz, que no salió a alta mar a luchar contra los elementos, pero que se encontró con la más horripilante de las tormentas perfectas. ¿Qué podía hacer Pedro Sánchez con la herencia de unas clases urbanas y unos jóvenes enajenados para el PSOE?
La unidad territorial frente al independentismo es sin duda el eje de más alta tensión de la España de hoy. Frente a la polarización extrema de las fuerzas políticas, la posición intermedia, federal, del Partido Socialista no ha encontrado eco ni se ha hecho visible. En fin, en la alternativa Constitución del 78 versus apertura de un proceso constituyente, la reforma constitucional que propone también ha sido desconsiderada.
Identificado el PSOE ideológicamente con el PP y con la casta, con lo viejo, caduco e incapaz de proponer un proyecto seductor a jóvenes y clases urbanas; considerado igualmente corrupto que el PP y desdeñada su propuesta federal para la solución del problema territorial, Pedro Sánchez tuvo que trabajarse al electorado voto a voto para vencer a las encuestas y al fin conseguir un resultado «bueno-malo» (oxímoron que utiliza el profesor Federico Arnau), que colocó al PSOE en el centro de la escena decisional, donde recibe una presión insoportable desde todos los frentes.
Y en esas estábamos cuando, mientras el Titanic hace aguas por varias vías, la baronesa se monta, con barones y varoncillos a punto de desahucio en sus territorios, un coro danzante en torno a Pedro Sánchez al son de una música sacrificial delirante. ¿Y qué pregón nos trae la baronesa? La unidad entre los hombres y tierras de España, la igualdad entre todos los españoles. Arcaicos tópicos, discurso simple, elemental, superficial, vacío. ¿Acaso España se reduce a Andalucía, Extremadura y las Castillas? Al menos, da la impresión de que Pedro Sánchez ha entendido la idea de la crisis de Gramsci, «lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir», de que está más abierto a lo complejo y profundo que se remueve en la sociedad española. Si se me permite la chanza, al menos Pedro Sánchez habla inglés. 
Así que algo tendremos que decir los militantes socialistas de este demencial e irresponsable espectáculo de la baronesa y sus varoncitos.