Una de las cuestiones
más candentes y persistentes en el enfrentamiento de la derecha y la izquierda
políticas en España en materia de educación es “el momento” en que los alumnos
pueden (o deben) ser seleccionados y clasificados para seguir itinerarios académicos
distintos. La LOMCE
no escapa a la controversia. La descalificación a esta nueva ley educativa
propuesta por el Partido Popular por segregadora, clasista y discriminadora no
se ha hecho esperar a la vista de las vías o desvíos que propone para los
escolares desde el mismo instante en que ponen los pies en los Institutos de Educación
Secundaria, cumplidos los 12 años. Lo que se discute es el tiempo mínimo que
debe durar una educación básica e igual para todos. La LOGSE fijó el límite en los 16 años (de 6 a 16; y de 3 a 6 con carácter de
voluntariedad), si bien en el último tramo introducía, ante la realidad de un
fracaso escolar insoportable, los Programas de Cualificación Profesional Inicial
y los Programas de Diversificación Curricular.
En una consideración superficial
cabría pensar que no es para tanto alboroto la separación del alumnado a los 13
o 15 años; más bien, que cada alumno se agrupe homogéneamente con sus iguales
tiene toda la apariencia de ser lo justo y razonable. Así lo cree el Partido
Popular y de tal guisa lo razona: “todos los alumnos tienen talento”, pero
talentos desiguales y diversos. Es evidente que un número importante de escolares al
iniciar la ESO y
en sus primeros tramos se muestran incapaces de seguir el ritmo de la clase y
de “aprovechar” en el itinerario
ordinario y que faltos de motivación e incentivos se dedican a boicotear el
proceso enseñanza-aprendizaje de profesores y compañeros; por tanto, no tiene
nada de malo, sino todo lo contrario, el ofrecerles otras alternativas
adaptadas a sus posibilidades…
Así pues, la LOMCE expone las siguientes
vías para facilitar el progreso de los alumnos, una vez que se haya demostrado
que por el itinerario ordinario no pueden avanzar:
Primera.- Los Programas de mejora del
aprendizaje y el rendimiento en el primer ciclo. Destinados a alumnos que,
habiendo repetido al menos un curso en cualquier etapa y cursado el primer año
de ESO, no estén en condiciones de
promocionar al segundo curso; o que habiendo cursado el segundo curso no
muestren condiciones para pasar a tercero. A estos programas están destinados
alumnos con considerables problemas de aprendizaje.
Segunda.- Se establece el Ciclo de
Formación Profesional Básica (FPB) a
partir de los 15 años y sin superar los 17, habiendo pasado por el primer Ciclo
de ESO y excepcionalmente por el segundo curso. Desaparecen los Programas PCPI y los
PDC.
Tercera.- Las asignaturas optativas
del tercer curso predeterminan la orientación hacia la Formación Profesional
o el Bachillerato. Prácticamente el cuarto curso se convierte en educación
postobligatoria.
De la lectura atenta de la Ley se deduce, visto el
sistema de evaluación y las cláusulas exigidas para pasar de un Programa a otro
o de un Ciclo a otro ─asunto al que dedicaremos comentario aparte─, que el
Partido Popular ha decidido separar cuanto antes a los alumnos que demuestran
capacidad académica de aquellos que por sus limitaciones “intelectuales” sólo
pueden conseguir algún éxito en la Formación Profesional.
Esta operación de desvío precoz de
alumnos se fundamenta en primer lugar en la coartada de la baja tasa de titulación en Secundaria de personas
entre 25-34 años, que es del 65% frente al 82%, el promedio de la OCDE (indicadores del 2012).
Y también en la extendida ingobernabilidad de las aulas donde al lado de
alumnos que, por ejemplo, se manejan bien con las operaciones con números
combinatorios hay otros que apenas dominan las cuatro reglas de la aritmética.
Pero por debajo de estos datos fácticos existe una ideología sobre la
igualdad/desigualdad del hombre que es preciso desenmascarar.
En la tradición del pensamiento
conservador está la idea, la convicción profunda, de que el hombre es desigual
por naturaleza, por herencia, de forma innata. Más allá de lo que, en los
planos religioso y político, se dice en la Biblia de los cristianos (“todos somos iguales,
criados a imagen y semejanza de Dios”) o en la Declaración de
Independencia de EEUU (“todos los hombres fueron criados iguales”), lo cierto
es que desde la sociedad esclavista de Aristóteles (cada hombre ocupa el lugar y la función
social que a su naturaleza corresponde), pasando por Gobineau, que consideraba
a amarillos y negros “variaciones inferiores de nuestra especie,” y otros
innumerables biólogos, psicólogos y antropólogos de los tiempos modernos, hay
una asentada doctrina sobre el carácter hereditario de la inteligencia o los
talentos. Sin ir más lejos en un artículo reciente tuve ocasión de traer a
colación las tesis del señor Rajoy, Presidente del Gobierno, vertidas en
escritos de los años 80 del siglo pasado en El Faro de Vigo… Rozaban el
racismo.
La cuestión, sin embargo, no es
pacífica. Desde una perspectiva política, J.J. Rousseau en su ‘Discurso sobre el origen y fundamentos de la
desigualdad entre los hombres’ sostuvo que la desigualdad comenzó en el
momento mismo en tuvo lugar la primera ayuda mutua entre los hombres, tesis curiosa
que ayuda poco a nuestro propósito, que no es otro que averiguar el tipo de
diferencias humanas determinantes en la necesidad de separar a los escolares en
programas diferentes a la temprana edad de 13 años.
En oposición al pensamiento
conservador, se alza la idea progresista de que no es tan fácil distinguir
entre lo hereditario y lo que es fruto del ambiente. Se reconocen diferencias
biológicas, fisiológicas y temperamentales de origen genético, pero al mismo
tiempo se tiene comprobado que los estímulos ambientales modifican los comportamientos
de los individuos radicalmente. Las diferencias individuales no son, pues,
alternativamente fruto de la herencia o del ambiente, sino de la interacción de
ambos polos.
Pero la cuestión sigue en pie: ¿Las
diferencias académicas reales, sea cual fuere su origen, entre los alumnos más
dotados y los menos dotados son tales como para hacer imprescindible la
segregación de los segundos del programa común, aquél que implica los
conocimientos y competencias básicos para todo ciudadano? ¿Es porque un 30% de
escolares de Secundaria básica no tienen inteligencia suficiente? Pero, ¿qué es
la inteligencia?, ¿capacidad de adaptación?, ¿capacidad de abstracción? Binet dijo al fin: inteligencia es lo que
miden los tests de inteligencia. Curiosa definición, que rompiendo la primera norma
de la lógica de las definiciones, nos pone en la pista, sin embargo, de la
falacia del concepto de inteligencia manejado en la academia. Como escribe
Michel Tort, “una vez definida la inteligencia por referencia a su marco real
de ejercicio, se desprende un importante corolario: la inteligencia no es una
propiedad invariable del individuo. El mismo individuo, según los medios
sociales en los que funciona, puede muy bien ser intelectualmente productivo e
intelectualmente estéril, superdotado y débil mental”.
Como han puesto de manifiesto no sólo
los estudios de la sociología de tradición marxista (Baudelot y Establet,
Bourdieau y Passeron y el mismo Tort), sino también la simple observación empírica de los
profesores, la inteligencia de los alumnos en la escuela está determinada por
el origen social y más específicamente por el nivel cultural de los padres. Dicho
de otro modo: los alumnos de clases sociales desfavorecidas arrastran en el
momento de ingresar en la escuela deficiencias lingüísticas, actitudinales y de
expectativas respecto al tipo de “inteligencia” o “instrumento” para el trabajo
exigido. Es necesario un tiempo suficiente para que estas primeras dificultades
sean compensadas y superadas antes de que los sujetos ingresen en los
callejones sin salida de una prematura Formación Profesional, diseñada para
minusdotados y sin posibilidad alguna de conectar con el dinamismo y
elasticidad del mundo laboral de después de la Segunda Revolución
Industrial.
¿Qué hacer? Porque los hechos son los
hechos: demasiados alumnos llegan a la
ESO sin capacidad para transitarla por el itinerario común.
Así las cosas, el Partido Popular intenta resolver el problema separando a los
alumnos cuanto antes y reproduciendo el sistema de clases mecánicamente, y el
Partido Socialista fidelizado a sus principios de educación común hasta los 16
años. La LOGSE , la LOCE , la LOE y ahora la LOMCE no son más que picas
en Flandes sin vencedores ni vencidos de una batalla interminable.
Mientras en un posterior escrito
avanzamos en las causas y posibles soluciones del problema, quedémonos con esta
optimista cita del Discurso de Rousseau más arriba mencionado: “Cualquiera que
sea la inclinación que se tenga hacia el vicio, es difícil que una educación
donde se mezcle el corazón quede perdida para siempre”.
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