El fracaso escolar se ha constituido
en los últimos años en cuestión nuclear de la educación. Se suele medir en
términos de abandono escolar prematuro y de no obtención de las titulaciones
académicas propuestas. Fracaso significa frustración, no lograr los objetivos
previstos, hecho que da pie a la entrada en escena de los reformadores de los
sistemas educativos.
En España la tasa de abandono temprano
es del 26,5% en 2011, muy por encima del 10% fijado por la Estrategia UE para 2020. El
valor medio europeo está en el 13,5%. Por otra parte, la tasa de titulados en educación secundaria entre los 25-35 años
la tenemos en un 65%, frente al promedio OCDE del 82%. (2012). Además, el
Informe Pisa-2009 nos da resultados por debajo de la media en comprensión
lectora, competencia matemática y competencia científica.
De acuerdo a estos parámetros
convencionales la educación en España debe mejorar notablemente. Ahora bien, si
la educación es en parte preparación para la inserción en la vida laboral, no
debería hablarse de fracaso escolar, sino de catástrofe del sistema económico y
social, pues desgraciadamente nuestro país exporta ingenieros, arquitectos,
médicos, enfermeros, investigadores, etc.
El fracaso escolar depende de los
objetivos fijados convencionalmente y éstos están inspirados en axiologías
múltiples y contradictorias, de donde trae causa un relativismo desbordante que
inunda el campo semántico éxito-fracaso; por lo que hacer pivotar una reforma
educativa sobre él es hacerlo sobre arenas movedizas. Yo más bien creo que esta
centralidad del fracaso escolar en la agenda educativa se debe a una operación
ideológica que trata de distraernos de los auténticos problemas de la educación
y del sistema económico.
En la tradición ilustrada y
revolucionaria de 1789 circula consistentemente la idea de que en la educación está el fundamento de
la libertad de los individuos y de las naciones. Hoy, mediante la revolución
tecnológica y de las TICs, las transformaciones de la economía global han
generado un tipo de trabajadores especiales clasificados como “analistas
simbólicos”, de altas capacidades para el pensamiento abstracto, sistémico,
crítico y creativo, dispersados en empresas o corporaciones transnacionales
organizadas en red. La nación como “economía nacional” está desapareciendo y
queda reducida al territorio y a los ciudadanos que lo habitan.
Se habla de “economía a rayas”, en la
que las rayas blancas estarían formadas por trabajadores creadores de alto
valor añadido y las zonas oscuras las ocuparían los trabajos de baja o nula
especialización, junto a parados y demás marginados. Objetivo de los gobiernos
deberá ser implementar sistemas educativos que formen el mayor número de
ciudadanos para profesiones del tipo “analistas simbólicos”.
La reforma educativa que propone el
Partido Popular se basa en “evidencias”, según pregona el ministro, señor Wert.
Las evidencias son éstas: los países que han mejorado son los que han
introducido en sus sistemas educativos modificaciones relativas a la
“simplificación del currículo”, “el refuerzo de los conocimientos
instrumentaales”, “la flexibilización de las trayectorias” (itinerarios), “el
desarrollo de sistemas de evaluación externa censales”, el “incremento de la
transparencia de los resultados”, la “promoción de una mayor autonomía y
especialización de los centros docentes”, mejorar la exigencia a estudiantes, profesores y centros docentes
de la rendición de cuentas, y el incentivo del esfuerzo.
Pero estas evidencias del señor Wert
son contradichas por la experiencia y la teoría del profesor menos avisado. Los
factores de la enumeración anterior que la LOMCE propone reformar son ambivalentes, es
decir, adquieren positividad o negatividad en función de las estructuras,
matrices, contextos y tradiciones culturales en que se inscriben. Por otra
parte, los resultados escolares en el País Vasco ─que resisten toda comparación
con los países europeos mejor situados─ demuestran que dentro del sistema escolar
actual se puede tener éxito.
En escritos posteriores iremos viendo
el sentido real que tiene establecer itinerarios a cierta edad, agrupar el currículo,
reforzar los conocimientos instrumentales y demás propuestas reformadoras. De
momento, conviene dejar la sospecha de
que las modificaciones formales de la
Ley no tienen más propósito que el de resolver el problema
disciplinario de los alumnos de ESO estabulándolos en espacios separados,
apuntalar la religión católica y excluir la educación para la ciudadanía.
Una reforma que sobre la esencial cuestión del profesorado se limita a
remitirnos a la elaboración futura de una ley de la función docente es estéril
e impostora. El día que un reformador
afronte radicalmente la formación
inicial y la selección de los profesores estaremos ante una reforma educativa
creíble. Mientras, estamos como Sísifo,
empeñados en una tarea imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario