El 1 de agosto el
Presidente del Gobierno compareció forzadamente ante los diputados para dar
cuenta del escándalo ‘Bárcenas’ y no hizo más que reconocer que se había
equivocado con el extesorero, sin asumir responsabilidad penal alguna (el
asunto está sub iudice), ni tampoco
política. Si ya había reconocido su error,
¿qué querían sus señorías, que se tiznase la frente con ceniza y se
azotase con un cilicio? A otra cosa, señorías, a lo que de verdad interesa a la
gente: la prima de riesgo, el déficit, la economía.
Aunque sólo fuere
por la huella malsana que el señor Rajoy va a dejar tras su desgobierno, bien
merece la pena para un retrato psicopolítico del personaje aportar los
siguientes apuntes.
Como ya tuve
ocasión de documentar en otro artículo (Levante, 20-04-2013) el señor Rajoy es
un conservador reaccionario sin fisuras: todo en el hombre viene dado por la
naturaleza; por naturaleza los hombres son desiguales y pretender alterar esta
condición es “ocurrencia” de una progresía tonta. Se hace lo que se puede, lo que se debe en
cada caso según las circunstancias a sabiendas de que las estructuras básicas
no se modificarán.
Por eso, su tendencia principal es
hacia el inmovilismo. No intervenir,
dejar que el discurrir de los acontecimientos solucione los problemas. Recuerdo que es lo que un Inspector Central
resabiado nos aconsejaba a la nueva promoción de Inspectores de Educación:
cuando un papel llegue a la mesa de vuestro despacho como conflicto urgente,
dejadlo dormir dos o tres días; al cabo, o el problema se habrá resuelto por sí
solo o el tiempo lo habrá hecho olvidar. Siguiendo esta cínica recomendación,
esta filosofía práctica, Rajoy no ha dejado elemento reseñable en los
Ministerios y múltiples cargos que ha desempeñado, salvo aquella célebre
contribución a la ciencia natural de los “hilillos de plastilina” con ocasión
del Prestige.
El inmovilismo lleva aparejada la estrategia
de la resistencia a ultranza. Resistir es vencer. Es su gran aportación a
la ciencia y a la práctica política. Los militantes y colaboradores próximos
observan a este tipo de líderes con ansiedad en espera de su respuesta a las
urgencias. Pero el líder-corcho
calla y la expectación aumenta. Sigue el silencio. A veces el tiempo tornadizo
hace olvidar el conflicto o lo relativiza… Entonces aquellos ansiosos se hacen
comprensivos y aduladores de la sabiduría del maestro, de su paciencia, de su
control de los tiempos políticos, de su resistencia a la presión. Y si el
problema se encona, se pudre y trae funestas consecuencias, éstas las sufre el
ciudadano sin nombre mientras el líder-corcho
sigue flotando.
El líder-corcho es aquél también que sabe generar entre su gente una
curiosidad admirativa por saber lo que piensa de la cuestión acuciante que el
día a día plantea. ¿Qué piensa Mariano del iva de las gambas ─se supone que
pregunta el señor De Guindos a la sabihonda vicepresidenta del Gobierno? ¿Qué opina el jefe del indulto al conductor kamikaze?─
Lo que piensa el líder es un arcano, un secreto inaccesible. El jefe no piensa
nada. Calla porque no tiene nada que decir.
La estrategia del líder-corcho es la que yo llamo estrategia de la resultante, ese vector virtual que en mecánica
compendia la composición de varias fuerzas. Se plantea una cuestión. Todo el
mundo opina, discute. El líder permanece en su mutismo. Decantada una hipótesis intermedia, ecléctica, el líder
por fin habla y la hace suya. No hay margen para el error. Todo el mundo se
admira. Qué sabio es el jefe.
Este tipo de líderes-corcho, reactivos, incapaces para producir
ideas proactivas, jamás podría acometer la solución al problema de la
corrupción en España. Por el material de que están hechos, su destino es flotar
sobre las aguas. Si éstas son
putrefactas, nada debe esperarse del líder-corcho.
Ante el caso Fabra ─la gran tragedia
moral de la sociedad de Castellón─ a don Mariano sólo se le ocurrió alabar al
gran hombre y político ejemplar;
respecto al expresidente de la Generalitat , señor Camps, que ha hundido a la Comunidad Valenciana
para todo un siglo, se ofreció a colocarse delante, detrás, a su lado… Ana Mato
es una eficiente ministra de sanidad y el señor Bárcenas, todo un señor…
Mentir es una condición natural del
líder-corcho. Verdad, mentira ¿qué diferencia hay? En cada momento se hace lo
que se debe. Pero ¿qué es lo que se debe? Lo que se hace. Y no se le dé más
vueltas. Dejémonos de logomaquias de letraheridos.
El Presidente del Gobierno tiene fama
de no lector, excepto de prensa deportiva. Este verano parece que está leyendo
Victus, una novela histórica. ¿El principio de un nuevo tiempo? ¿Se decidirá a
afrontar el problema catalán tras la lectura del libro? Mientras, el corcho
sigue flotando sobre aguas corrompidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario