Cada día tiene su afán y cada
septiembre un nuevo curso escolar comienza con el ritual consabido: los
discursos de inauguración de los responsables políticos alardeando de los
incrementos en recursos personales,
materiales y formales aportados al sistema educativo y la
contrapropaganda de los portavoces de los sindicatos de los profesores
subrayando recortes, supresiones de unidades y deficiencias múltiples en
general. Ambos discursos se legitiman
desde el baluarte de la calidad de la educación en cuya defensa dicen estar
empeñados, pero en la práctica se neutralizan y empieza el curso, la vida sigue
y no hubo más.
Hoy todo es diferente. La crisis
económica se ha cebado con la educación y el discurso de los profesores no
puede ser neutralizado por la propaganda de los políticos. La realidad se
impone. Las plantillas de los centros se han reducido drásticamente, el
personal de educación especial y educación compensatoria ha disminuido, los
centros no perciben los gastos de funcionamiento, las becas de comedor,
transporte y libros han disminuido o no se pagan… ¿Y los profesores? A la
rebaja del salario se le ha añadido la del complemento de formación en un 50% y la congelación sine die de este incentivo. Hasta ahora a los docentes
(similarmente a los sanitarios) se les retribuía cada sexenio a condición de
que hubiesen realizado un número determinado de horas de formación. Hoy este
incentivo al perfeccionamiento del personal docente en ejercicio ha
desaparecido.
Pues bien, en éstas viene el señor Wert
con su Ley Orgánica para la
Mejora de la Calidad
Educativa. Si la ley se propusiese sostener, estabilizar,
apuntalar o evitar el hundimiento de la educación… lo entenderíamos y no
sentiríamos ofendida muestra inteligencia.
El gobierno Rajoy no pretende mejorar
la calidad de la educación. Pretende llevar a cabo una reforma cuyos objetivos
explícitos o implícitos conectan con la tradición antiilustrada, reaccionaria,
clasista, elitista y clerical que arranca
desde el Antiguo Régimen, se combate a nuestros ilustrados (tan
fervorosos creyentes en el poder de la educación), pugna durante todo el siglo
XIX y primer tercio del XX contra los intentos de liberales, progresistas e
institucionistas de convertir la educación en el motor de la regeneración de
las clases populares… Es la guerra
escolar soterrada o abierta que, tras el paréntesis del éxito de la izquierda
durante el bienio azañista de la II
República, cambia de signo en el bienio radical-cedista hasta terminar, después
de la Guerra Civil ,
en la educación nacional-católica del franquismo. La LGE , la LOECE , la LODE , la LOGSE , la LOPEGCE , la LOCE , la LOE y ahora la LOMCE no son más que hitos
de victorias pírricas de una de las partes de esta guerra interminable en la
que la Iglesia
y sus intereses siempre han sido omnipresentes.
Lo que ha sufrido la educación
española por el azote persistente de las fuerzas clericales es indescriptible.
Durante la década ominosa, el Plan Calomarde de 1824 impone el método de una
educación “monárquico-religiosa”. El Concordato de 1851 reconocía a la Iglesia el derecho de
inspección de todo tipo de centros educativos. Don Claudio Moyano, ministro de
Fomento a la sazón, después de los intentos fallidos de Someruelos, Infante y
Alonso Martínez, logra aprobar su Ley de Bases de 1857, manteniendo ese derecho
de inspección de la Iglesia. Romanones ,
al presentar su Reforma en el Congreso (legislatura de 1899), en línea con Costa y los regeneracionistas,
se lamentaba del estado oficial de la enseñanza oficial y se rebelaba contra la
escuela confesional, “reducto del clericalismo”; se quejaba asimismo de la
desorganización de la enseñanza media, que había padecido 17 Planes diferentes
en 20 años…
Así que la guerra escolar viene de
lejos: escuela pública frente a escuela privada, enseñanza media como
ampliación de la primaria (enseñanzas básicas) en oposición a enseñanza media
enfocada al acceso a los estudios superiores, escuela secular contra escuela
confesional, educación para capacitar a los hombres para el ejercicio de la
libertad a diferencia de educación para la producción y el empleo, educación
para paliar las desigualdades sociales o educación para la reproducción de las
clases… Los temas, bajo terminologías cambiantes con el tiempo, siguen siendo
los mismos.
La guerra continúa. El curso empieza y
con él el trámite parlamentario de la LOMCE.
Pero , disminuidos los recursos del sistema y desincentivado
el profesorado ¿qué mejora de calidad educativa nos promete el gobierno del PP?
De momento, la Iglesia
católica ha visto satisfechas sus demandas, la Educación para la Ciudadanía ha
desaparecido y se quiere establecer un filtro selectivo en la educación
secundaria.
Calidad educativa, ¡cuántos crímenes en tu nombre!
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