Es un lugar
común predicar de la educación los excesos burocráticos que la asfixian.
Tradicionalmente los maestros y profesores se han quejado del papeleo que les
distrae y absorbe el tiempo de su actividad esencial, que es la enseñanza. Sin
embargo, a la vista de las dimensiones
letales que el virus burocrático ha adquirido en el sistema escolar, en
concreto, en el valenciano que conozco directamente, lo sorprendente es que no se haya producido
una rebelión profesional, lo que me sugiere que los mismos profesores no son
conscientes de la gravedad del fenómeno, bien por embotamiento perceptivo
derivado de la costumbre o bien por vivir dentro de la telaraña y carecer de
perspectiva.
En los
centros educativos se dan dos clases de tareas: las burocráticas, que se
refieren a la gestión administrativa de los elementos materiales, económicos y
personales, que tienen carácter instrumental, y las que constituyen el objeto
propio de la enseñanza-aprendizaje de maestros y alumnos, de carácter esencial.
Pues bien, la tragedia está en que la burocratización no se ha restringido al
primer ámbito de tareas, sino que ha invadido a modo de metástasis cancerígena
todos los estratos de la organización escolar y todo meandro y recoveco en que
la relación didáctica profesor-alumno discurre. Hoy, en las escuelas, ni un
instante ni un átomo de vida se escapa a la norma, al reglamento, al protocolo,
al procedimiento, a la comunicación escrita, al registro.
Del modelo
burocrático de Max Weber, basado en la legalidad de las normas y reglamentos,
el formalismo en las comunicaciones, la racionalidad de la división del
trabajo, la impersonalidad de las relaciones laborales (hay “puestos”,
“funciones” no personas), la jerarquía de la autoridad, las rutinas y
procedimientos bien estandarizados (guías, manuales…), etc. son conocidas sus
disfunciones: mitificación de la norma (que de ser medio se convierte en fin),
exceso de formalismos y papeleo, resistencia al cambio (se hace lo ya
establecido y reglado), despersonalización de las relaciones, adhesión adictiva
a las rutinas…
Si hay una
actividad para la que no sea en absoluto recomendable este modelo burocrático
ésa es la educativa, en la que la creatividad y la innovación son esenciales,
siendo la rutina enemiga mortal de ambas.
Todo el mundo
habla y discute de los temas educativos y está bien que así sea, pues, junto
con la sanidad, ninguna cuestión es de mayor interés general. Pero, salvo los
que viven o han vivido profesionalmente en los centros educativos, pocos pueden
imaginar la gran impostura que se da en la educación valenciana: por una parte,
el torrente incesante de leyes, decretos, ordenes, resoluciones, instrucciones
y circulares inunda a los centros creando una pseudorrealidad, a la vista de la
cual bien pareciera que se había hecho la utopía pedagógica, y, por otra, está
el trabajo cotidiano de los profesores que hacen lo que pueden y que nada se
parece a los parámetros que rezan en Proyectos educativos, Proyectos
curriculares y demás Planes y Programas que por imperativo legal hay en los
centros. El inventario de estos productos, excreciones burocráticas sin más, es
labor ímproba. Cada poco nace un
Proyecto (así, con mayúscula) para afrontar cualquier problema real o
imaginario, importante o trivial: nuevo decreto, nueva orden, nuevas
resoluciones e instrucciones, otro programa informático, nuevo mareo a los
docentes, más malversación de recursos públicos. La casuística es numerosa y
variada.
Hace unos
años, con ocasión de visita de inspección, una directora me mostraba satisfecha
el Proyecto Curricular del Centro, que a peso no bajaría de los tres kilos de
papel. Al preguntarle por el reflejo concreto que tan exhaustivo documento
tenía en las aulas me contestó que ninguno, pues estaba pendiente el
profesorado de que el Asesor les explicase la forma de pasar de las musas al teatro.
Recientemente me dicen que la
Consellería está preparando un decreto para desarrollar la
autonomía de los centros. Luego vendrán las órdenes, las instrucciones, etc.
Ante este nuevo propósito de la Administración educativa lo que el sentido común
de los directores debiera decir es: por favor, no me haga autónomo, déjeme como
estoy, no me cargue con un nuevo reglamento.
Si los ciudadanos vislumbrasen siquiera, en estos tiempos de terribles
recortes en educación, los recursos derrochados, malbaratados, perdidos en ese
bosque encantado de realidades virtuales, jergas vacuas y luces de feria
puestas en escena por los tecnoburócratas de la Consellería , se
presentarían masivamente en la puerta de la Consellera y le
exigirían como medida previa la reducción a la mitad del personal del
organigrama. Muerto el perro, se acabó la rabia. Un pedagogo, psicólogo o
psicopedagogo con acceso fácil al Diario Oficial es un peligro público. No es
por reducir puestos de trabajo ─que a pie de obra hay mucho que hacer─; es
simplemente para evitar que hagan perder el tiempo a los profesores.
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