lunes, 23 de septiembre de 2013

PRIMEROS EFECTOS COLATERALES DEL INDEPENDENTISMO CATALÁN




Disfruto de la amistad de dos amigos catalanes. Es una amistad basada curiosamente en elementos que respecto a mi componen una casi perfecta simetría. Ambos residen en Cataluña, uno en Badalona y el otro en Barcelona, y los dos, como yo, nacieron en la provincia de Teruel, el primero en un lugarejo de las Sierras de Albarracín y el segundo en un pueblito de la Franja, comarca la Matarraña. En ambos casos la amistad viene de lejos, del bachillerato en internado de frailes y de los tiempos universitarios. El reencuentro con ellos al cabo de más de cuarenta años me depara sorpresas agradables, aparte ese sabor agridulce de la  nostalgia, del tiempo irrecuperable y la comprobación de que nosotros los de entonces ya no somos los mismos… Al uno lo descubro filósofo neonietzscheano, vitalista, viajero, hedonista, gran lector de literatura e historia del arte y escritor solipsista. El otro, a quien dejé economista, me sorprende como escritor, articulista y poeta y artista plástico, muy afanado en la búsqueda de sus raíces locales y de su lengua de leche, el catalán aragonés. Políticamente los dos son gente de izquierdas, socialdemócratas sin duda.
Y entonces llegó la movida independentista en Cataluña. La armónica simetría saltó por los aires. El filósofo echa pestes del ambiente pletórico de banderas y cánticos independentistas y se enfurece viendo en las festivas manifestaciones, junto a jóvenes y adultos, a viejos y niños gritando ¡independencia!... ¡Qué irresponsables y ridículos los viejos! No han aprendido nada de la vida y de la historia. Y los niños… explicando por qué hay que separarse de España… !Qué vergüenza! Si lo de los mayores es deprimente, lo de los niños es de juzgado de guardia.
El economista transformado en poeta del pueblo ha cantado las banderas esteladas desplegadas al viento en el Nou Camp y los sentimientos de un pueblo maltratado por Madrid. Sostiene que el divorcio no es cosa de dos, sino de uno (si una parte quiere separarse, la otra no puede “democráticamente” impedírselo). El derecho a decidir (el objeto de la decisión lo ocultan) es irrenunciable en pura democracia.
El filósofo cosmopolita concluye que si la independencia llega, él se domiciliaría fuera de Cataluña para no pagar impuestos a Cataluña (¿) y predice que esta tierra catalana quedaría como Bosnia-Herzegovina. Es más, me describe las veguerías y distritos que serían bosnios, bosnio-croatas, servio-bosnios. Este amigo está rabioso: acaba de escuchar de un profesor de inglés de la Universidad de Barcelona que si se dirige a él en castellano y no en catalán peligra su puesto de trabajo. Los talibanes de la Universidad vigilan.
Mientras, el amigo independentista viaja a L´Alguer y fotografía murales en Orgásolo, en la Cerdeña, con motivo de la movilización de la Diada. La comunidad se expande. ¿Por qué no reunir a todos los territorios de habla catalana? ¿Por qué no desandar lo andado, borrar los segmentos de la historia que contradicen nuestras teorías nacionalistas y encontrar el paraíso, la patria común y pura?
En este punto la simetría armónica de la amistad está rota. Mis dos amigos responden a paradigmas ético-políticos enfrentados, de diálogo imposible en estos momentos. Personalmente se desconocen. Y yo estoy en el medio.
Desde el paradigma comunitarista ─degenerado en el caso que nos ocupa en nacionalismo independentista, y en el que yo situaría a mi amigo poeta popular─  se critica al paradigma del pensamiento liberal su falta de compromiso con la comunidad, su individualismo egoísta, su evasión cosmopolita de los deberes y obligaciones con los próximos y allegados, su concepción defectuosa de la persona, que no puede ser tal si no en la comunidad de los padres, amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo, correligionarios y conciudadanos; si no tenemos arraigo por pensar que no pertenecemos a nadie ni a ningún lugar, todo se nos hace ajeno y se pierde el interés por todo lo que no nos afecta directamente.
Por el contrario, desde el pensamiento liberal ─en el que inscribo al amigo cosmopolita─ se aborrece las constricciones de lo comunitario, de la afectividad adherente de las relaciones interpersonales, del sentido de pertenencia excluyente, del espíritu del terruño chato, del afán identitario tantas veces xenófobo, de los controles de la vecindad coartadores de la libertad. El pensamiento liberal no renuncia a su ideal transgresor, históricamente rompedor de la telaraña de prejuicios, tradiciones, tabúes, folklores y patologías neurotizantes de la familiaridad que lastran el desarrollo de las comunidades.
Introversión en la vida comunitaria vs extraversión al mundo global; localismo vs cosmopolitismo; historia vs razón; colectividad vs individuo; arraigo identitario vs abstracta vinculación planetaria; comunitarismo vs universalismo… Son parejas de antinomias reales que determinan el modo como los seres humanos nos situamos para hacer efectivas la libertad y la justicia. Si fuesen antinomias lógicas, la razón kantiana nos disuadiría del intento de resolverlas. Pero, ya lo hemos dicho, son reales y la Ética y la Filosofía política prácticas sí que pueden encontrar soluciones buscando el equilibrio y la armonía.
Hoy por hoy, ante el conflicto catalán haría bien el amigo comunitarista ─devenido en defensor del derecho a decidir, que es decir la independencia─ en reflexionar  e intentar salir del útero nacionalista, evitarse las emociones fuertes poco recomendables a ciertas edades, y beber un poco de la razón liberal más sana para el cuerpo y para el espíritu.  Y convendría también a mi amigo el filósofo escéptico y cabreado dejar la furia a un lado y regresar de su evasión cosmopolita para participar en la búsqueda de un equilibrio  en que sin rupturas previas Cataluña encuentre una estancia cómoda en España, a salvo todas sus identidades comunitarias.
De momento, el independentismo catalán ya ha roto la simetría de mi amistad con dos catalanes. Ellos entre sí se desconocen, pero yo, que soy el punto de convergencia, siento que todo esto es más que una metáfora geométrica. Es el principio de muchas rupturas, quebrantos y sufrimientos para unos y para otros.

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