Disfruto de
la amistad de dos amigos catalanes. Es una amistad basada curiosamente en
elementos que respecto a mi componen una casi perfecta simetría. Ambos residen
en Cataluña, uno en Badalona y el otro en Barcelona, y los dos, como yo,
nacieron en la provincia de Teruel, el primero en un lugarejo de las Sierras de
Albarracín y el segundo en un pueblito de la Franja , comarca la Matarraña. En ambos casos la
amistad viene de lejos, del bachillerato en internado de frailes y de los
tiempos universitarios. El reencuentro con ellos al cabo de más de cuarenta
años me depara sorpresas agradables, aparte ese sabor agridulce de la nostalgia, del tiempo irrecuperable y la
comprobación de que nosotros los de entonces ya no somos los mismos… Al uno lo
descubro filósofo neonietzscheano, vitalista, viajero, hedonista, gran lector
de literatura e historia del arte y escritor solipsista. El otro, a quien dejé
economista, me sorprende como escritor, articulista y poeta y artista plástico,
muy afanado en la búsqueda de sus raíces locales y de su lengua de leche, el
catalán aragonés. Políticamente los dos son gente de izquierdas,
socialdemócratas sin duda.
Y entonces
llegó la movida independentista en Cataluña. La armónica simetría saltó por los
aires. El filósofo echa pestes del ambiente pletórico de banderas y cánticos
independentistas y se enfurece viendo en las festivas manifestaciones, junto a
jóvenes y adultos, a viejos y niños gritando ¡independencia!... ¡Qué irresponsables
y ridículos los viejos! No han aprendido nada de la vida y de la historia. Y
los niños… explicando por qué hay que separarse de España… !Qué vergüenza! Si
lo de los mayores es deprimente, lo de los niños es de juzgado de guardia.
El economista
transformado en poeta del pueblo ha cantado las banderas esteladas desplegadas
al viento en el Nou Camp y los
sentimientos de un pueblo maltratado por Madrid. Sostiene que el divorcio no es
cosa de dos, sino de uno (si una parte quiere separarse, la otra no puede
“democráticamente” impedírselo). El derecho a decidir (el objeto de la decisión
lo ocultan) es irrenunciable en pura democracia.
El filósofo
cosmopolita concluye que si la independencia llega, él se domiciliaría fuera de
Cataluña para no pagar impuestos a Cataluña (¿) y predice que esta tierra
catalana quedaría como Bosnia-Herzegovina. Es más, me describe las veguerías y
distritos que serían bosnios, bosnio-croatas, servio-bosnios. Este amigo está
rabioso: acaba de escuchar de un profesor de inglés de la Universidad de
Barcelona que si se dirige a él en castellano y no en catalán peligra su puesto
de trabajo. Los talibanes de la
Universidad vigilan.
Mientras, el
amigo independentista viaja a L´Alguer y fotografía murales en Orgásolo, en la Cerdeña , con motivo de la
movilización de la Diada. La
comunidad se expande. ¿Por qué no reunir a todos los territorios de habla
catalana? ¿Por qué no desandar lo andado, borrar los segmentos de la historia
que contradicen nuestras teorías nacionalistas y encontrar el paraíso, la
patria común y pura?
En este punto
la simetría armónica de la amistad está rota. Mis dos amigos responden a
paradigmas ético-políticos enfrentados, de diálogo imposible en estos momentos.
Personalmente se desconocen. Y yo estoy en el medio.
Desde el
paradigma comunitarista ─degenerado en el caso que nos ocupa en nacionalismo
independentista, y en el que yo situaría a mi amigo poeta popular─ se critica al paradigma del pensamiento
liberal su falta de compromiso con la comunidad, su individualismo egoísta, su
evasión cosmopolita de los deberes y obligaciones con los próximos y allegados,
su concepción defectuosa de la persona, que no puede ser tal si no en la
comunidad de los padres, amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo,
correligionarios y conciudadanos; si no tenemos arraigo por pensar que no
pertenecemos a nadie ni a ningún lugar, todo se nos hace ajeno y se pierde el
interés por todo lo que no nos afecta directamente.
Por el
contrario, desde el pensamiento liberal ─en el que inscribo al amigo
cosmopolita─ se aborrece las constricciones de lo comunitario, de la
afectividad adherente de las relaciones interpersonales, del sentido de
pertenencia excluyente, del espíritu del terruño chato, del afán identitario
tantas veces xenófobo, de los controles de la vecindad coartadores de la
libertad. El pensamiento liberal no renuncia a su ideal transgresor,
históricamente rompedor de la telaraña de prejuicios, tradiciones, tabúes,
folklores y patologías neurotizantes de la familiaridad que lastran el
desarrollo de las comunidades.
Introversión
en la vida comunitaria vs extraversión al mundo global; localismo vs
cosmopolitismo; historia vs razón; colectividad vs individuo; arraigo
identitario vs abstracta vinculación planetaria; comunitarismo vs
universalismo… Son parejas de antinomias reales que determinan el modo como los
seres humanos nos situamos para hacer efectivas la libertad y la justicia. Si
fuesen antinomias lógicas, la razón kantiana nos disuadiría del intento de
resolverlas. Pero, ya lo hemos dicho, son reales y la Ética y la Filosofía política
prácticas sí que pueden encontrar soluciones buscando el equilibrio y la
armonía.
Hoy por hoy,
ante el conflicto catalán haría bien el amigo comunitarista ─devenido en
defensor del derecho a decidir, que es decir la independencia─ en reflexionar e intentar salir del útero nacionalista,
evitarse las emociones fuertes poco recomendables a ciertas edades, y beber un
poco de la razón liberal más sana para el cuerpo y para el espíritu. Y convendría también a mi amigo el filósofo
escéptico y cabreado dejar la furia a un lado y regresar de su evasión
cosmopolita para participar en la búsqueda de un equilibrio en que sin rupturas previas Cataluña
encuentre una estancia cómoda en España, a salvo todas sus identidades
comunitarias.
De momento,
el independentismo catalán ya ha roto la simetría de mi amistad con dos
catalanes. Ellos entre sí se desconocen, pero yo, que soy el punto de
convergencia, siento que todo esto es más que una metáfora geométrica. Es el
principio de muchas rupturas, quebrantos y sufrimientos para unos y para otros.
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