Desde hace varios meses voy a
remolque del propósito de escribir este artículo, que una pigricia mental
favorecida por la disipación del verano ha ido postponiendo hasta que la
lectura de un comentario sobre el exsecretario general del PSOE ha disparado mi
adrenalina. “¡Menuda química enseñará Rubalcaba en la Universidad después de
tantos años metido en la política, pobres alumnos!”. Es evidente que el odio ideológico y la mala
baba de alguna gente constituyen una mezcla incompatible con el juicio racional
y la justicia.
La política es muy dura y
tremendamente injusta. Sobre el lecho del pasado (o de la historia, si se
quiere) son arrojados políticos corruptos y políticos honrados, igualados y
confundidos, cubiertos por la tierra del olvido.
Por eso, el propósito de este
artículo no era (no es) caprichoso. Es de perentoria justicia reconocer a
Rubalcaba su excepcional inteligencia política, su dedicación honrada y su
eficacia y, consecuentemente, expresarle mi agradecimiento como ciudadano y
como militante socialista.
Oír hablar, argumentar y
polemizar al político Rubalcaba ha sido siempre para mí un placer intelectual.
Comprobar que su vocación científica le ha conducido en todo lugar y
circunstancia a la elaboración de discursos fundados en la racionalidad,
evitando el emotivismo de la demagogia populista, ha supuesto una satisfacción
impagable, en un medio plagado de oradores vanilocuos abusadores de palabras
proforma, esos vocablos que teniendo todas las propiedades de los de su género
carecen de contenido semántico. No ha sido, pues, un orador castelarino, pero
ha sido el autor de las intervenciones parlamentarias mejor construidas desde
la lógica gramatical, la estructura del discurso, la semántica y la armonía
formal. Sólo Josep Borrell, cuando no se dejaba desestabilizar emocionalmente
por la jauría del PP, podía comparársele.
Por sobradamente conocidos, me
abstengo de referir los numerosos cargos institucionales que Rubalcaba ha
desempeñado a lo largo de su extensa carrera política, pero no me resistiré a
mencionar su dedicación al campo de la educación, dedicación olvidada o
ensombrecida por causa de la relevancia de sus actividades posteriores como
Ministro del Interior o Vicepresidente del Gobierno. Durante la última etapa
del Ministro J.M. Maravall (de 1986 al 1988) y durante los 4 años completos con
el Ministro Solana (de 1988 al 1992) el peso del ministerio de educación recayó
por entero en Rubalcaba. Javier Solana era el político que mejor abrazaba, pero
el que cargó con la tantas veces frustrante tarea de negociar con los
colectivos de educación y lidiar con las convulsiones educativas de la época
fue el incansable Rubalcaba. De 1992
a 1993 fue Ministro de Educación, desde donde fue
reclamado para tareas de superior envergadura política. ¿Podrían calcularse las
horas dedicadas por Rubalcaba a discutir, persuadir, negociar con los diversos,
heterogéneos e ideologizados sectores de la comunidad educativa por aquellos
años? Solo pensarlo produce cansancio.
Rubalcaba ha sido odiado y temido
igualmente por sus enemigos ideológicos de la derecha, pues nada se conlleva
peor con la excelencia intelectual y la honradez personal que la mediocridad
mezquina. El comentario “Menuda química explicará Rubalcaba en la Universidad
después de tantos años en la política” es un agua turbia que sale de varias
fuentes envenenadas: la de la ignorancia, que impide comprender que una persona
de la inteligencia de Rubalcaba en unas pocas semanas será capaz de explicar
los últimos avances de la química magistralmente; la del prejuicio
antipolítica, que considera que los políticos son unos estúpidos que solo
sirven para esa maldad que es la política; la de la contradicción, que exige a
los políticos que no utilicen las ‘puertas giratorias’ y cuando obedecen y
vuelven a sus trabajos originarios los denigramos igualmente.
Lo hemos dicho: la política es
dura, cruel, olvidadiza e injusta. Que una voz, aun insignificante como la mía,
se alce para reconocer los extraordinarios méritos intelectuales y políticos
del exsecretario general del PSOE y para darle las gracias por ser ejemplo de entrega generosa y honesta
al servicio público creo que merece la pena. No hay que olvidar a los
corruptos, por supuesto. Tampoco a los decentes. Por justicia.
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