Los efectos perniciosos de la Ley de Educación, aprobada por
el PP contra el viento y la marea de toda la oposición y las fuerzas sociales
más representativas de la comunidad educativa, no van a desaparecer por el
hecho de que el Ministro de Educación, señor Wert, se vaya de embajador a la
OCDE tras su novia, la ex-Secretaria General del Ministerio. Tampoco se
extinguirán los daños por el simple advenimiento de un nuevo gobierno que
desplace al PP y derogue la LOMCE.
La nefasta inestabilidad normativa de la educación en España
─desde la LOGSE (1990), hemos pasado por la LOPEGCE (1995), la LOCE (2002), la
LOE (2006) y la LOMCE (2013)─ hace que
cualquier nueva ley que se apruebe sin el consenso mayoritario de los Partidos
y la comunidad educativa devendrá mala per se. Es el caso de la LOMCE, que nació ya con esa maldad congénita. Pero
lamentablemente esta patología mortal de necesidad no se agota en sí misma y se
corrige por una derogación jurídica, pues, como es conocido, a estas alturas,
la ley ha sido implementada inicialmente y ha llegado a los claustros en forma
de nueva estructuración de los contenidos, nuevos currículos, nuevas
instrucciones didácticas y, por supuesto, nueva jerga pedagogista..., una lluvia ácida bastante asfixiante para los
pulmones ya muy castigados del profesorado.
No me detendré aquí en
los aspectos más ideológicos de la Ley (economicismo de bajo vuelo,
clasismo, discriminación por el sexo, recentralización, neoconfesialismo,
promoción de la escuela privada...). Me referiré someramente a los efectos de
la LOMCE cuando desde el texto salido del Parlamento ha empezado a tomar
cuerpo en los colegios e institutos y en
las familias a través de reales decretos, decretos de los gobiernos
autonómicos, órdenes, resoluciones, instrucciones y demás documentos técnico-pedagógicos
dirigidos a explicar a los docentes las bondades de la buena nueva. Al igual
que los escolásticos, hasta llegar a definir la educación como la intencional
ordenación del hombre hacia la perfección encarnada en el modelo del Alter Christus, aguzaban el magín
distinguiendo entre esencia y existencia, materia y forma, substancia y
accidente, potencia y acto, cualidad como variante de la forma, hábito como
clase de cualidad, etc., etc., así hoy los pobres profesores debaten y se
debaten en el aprendizaje de un lenguaje (o jeringonza) formado por conceptos
vagos, multívocos, mutantes de una reforma educativa a la siguiente y trenzado
por una gramática enajenada de la realidad.
No es extravagante imaginar a un padre o madre de familia
que al interesarse por la marcha de su hijo en matemáticas, por ejemplo, reciba
del tutor una respuesta del siguiente tenor:
«Juanito, dentro del ‘marco general de la evaluación’ y en el contexto
del ‘currículum estandarizado’ y de la ‘matriz de desempeño’, teniendo en
cuenta la ‘concreción curricular’, el ‘perfil del criterio de evaluación’ y el
‘perfil del indicador del logro’, en la ‘dimensión’ resolución de problemas de
la ‘competencia’ matemática, a pesar de que el ‘elemento actitudinal’ es
aceptable, su hijo, señores, no alcanza
el ‘estándar de aprendizaje’ fijado en la Programación del nivel o aula,
que es la concreción de la Programación departamental, la cual es explicitación
de la Programación del Centro, que a su vez es desarrollo del Decreto del Currículo
del Gobierno Autonómico, emanante en fin del Real Decreto del Currículo del
Gobierno de la nación». En este punto, los perplejos padres no sabrán si se
encuentran ante la por fin advenida revolución científico-técnica de cuerpo
presente en la escuela de su hijo (!qué afortunado!) o ante una hemorragia
semantopatológica de origen paranoico. Pues bien, yo, que como inspector he
visitado centenares de aulas, les digo a los padres que están ante la segunda
alternativa, la mala, la de un mundo kafkiano que devora las mejores energías
de profesores y profesoras.
Sé que un nuevo Gobierno
tendrá que modificar la LOMCE y al mismo tiempo tiemblo por ello pensando,
entre otras cosas, en el profesorado. La educación en España es el tejer y
destejer de Penélope esperando a un Ulises largamente esperado y difícilmente
hallable. No es que piense que no hay nadie que sepa lo que hay que hacer.
Algunos hay, pero son muy pocos frente a los muchos que confunden saber con
interés. Un criterio final: cualquier ley nueva que no afronte radicalmente la
formación inicial del profesorado y la selección de los mejores estudiantes
será afincarse en lo de siempre, un tributo más al mito del eterno retorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario