jueves, 11 de junio de 2015

El MINISTRO WERT SE VA, LA LOMCE SE QUEDA

Los efectos perniciosos de la Ley de Educación, aprobada por el PP contra el viento y la marea de toda la oposición y las fuerzas sociales más representativas de la comunidad educativa, no van a desaparecer por el hecho de que el Ministro de Educación, señor Wert, se vaya de embajador a la OCDE tras su novia, la ex-Secretaria General del Ministerio. Tampoco se extinguirán los daños por el simple advenimiento de un nuevo gobierno que desplace al PP y derogue la LOMCE.
La nefasta inestabilidad normativa de la educación en España ─desde la LOGSE (1990), hemos pasado por la LOPEGCE (1995), la LOCE (2002), la LOE (2006) y la LOMCE (2013)─  hace que cualquier nueva ley que se apruebe sin el consenso mayoritario de los Partidos y la comunidad educativa devendrá mala per se. Es el caso de la LOMCE,  que nació ya con esa maldad congénita. Pero lamentablemente esta patología mortal de necesidad no se agota en sí misma y se corrige por una derogación jurídica, pues, como es conocido, a estas alturas, la ley ha sido implementada inicialmente y ha llegado a los claustros en forma de nueva estructuración de los contenidos, nuevos currículos, nuevas instrucciones didácticas y, por supuesto, nueva jerga pedagogista...,  una lluvia ácida bastante asfixiante para los pulmones ya muy castigados del profesorado.
No me detendré aquí en  los aspectos más ideológicos de la Ley (economicismo de bajo vuelo, clasismo, discriminación por el sexo, recentralización, neoconfesialismo, promoción de la escuela privada...). Me referiré someramente a los efectos de la LOMCE cuando desde el texto salido del Parlamento ha empezado a tomar cuerpo  en los colegios e institutos y en las familias a través de reales decretos, decretos de los gobiernos autonómicos, órdenes, resoluciones, instrucciones  y demás documentos técnico-pedagógicos dirigidos a explicar a los docentes las bondades de la buena nueva. Al igual que los escolásticos, hasta llegar a definir la educación como la intencional ordenación del hombre hacia la perfección encarnada en el modelo del Alter Christus, aguzaban el magín distinguiendo entre esencia y existencia, materia y forma, substancia y accidente, potencia y acto, cualidad como variante de la forma, hábito como clase de cualidad, etc., etc., así hoy los pobres profesores debaten y se debaten en el aprendizaje de un lenguaje (o jeringonza) formado por conceptos vagos, multívocos, mutantes de una reforma educativa a la siguiente y trenzado por una gramática enajenada de la realidad.
No es extravagante imaginar a un padre o madre de familia que al interesarse por la marcha de su hijo en matemáticas, por ejemplo, reciba del tutor una respuesta del siguiente tenor:  «Juanito, dentro del ‘marco general de la evaluación’ y en el contexto del ‘currículum estandarizado’ y de la ‘matriz de desempeño’, teniendo en cuenta la ‘concreción curricular’, el ‘perfil del criterio de evaluación’ y el ‘perfil del indicador del logro’, en la ‘dimensión’ resolución de problemas de la ‘competencia’ matemática, a pesar de que el ‘elemento actitudinal’ es aceptable, su hijo, señores, no alcanza  el ‘estándar de aprendizaje’ fijado en la Programación del nivel o aula, que es la concreción de la Programación departamental, la cual es explicitación de la Programación del Centro, que a su vez es desarrollo del Decreto del Currículo del Gobierno Autonómico, emanante en fin del Real Decreto del Currículo del Gobierno de la nación». En este punto, los perplejos padres no sabrán si se encuentran ante la por fin advenida revolución científico-técnica de cuerpo presente en la escuela de su hijo (!qué afortunado!) o ante una hemorragia semantopatológica de origen paranoico. Pues bien, yo, que como inspector he visitado centenares de aulas, les digo a los padres que están ante la segunda alternativa, la mala, la de un mundo kafkiano que devora las mejores energías de profesores y profesoras.
Sé que un nuevo Gobierno tendrá que modificar la LOMCE y al mismo tiempo tiemblo por ello pensando, entre otras cosas, en el profesorado. La educación en España es el tejer y destejer de Penélope esperando a un Ulises largamente esperado y difícilmente hallable. No es que piense que no hay nadie que sepa lo que hay que hacer. Algunos hay, pero son muy pocos frente a los muchos que confunden saber con interés. Un criterio final: cualquier ley nueva que no afronte radicalmente la formación inicial del profesorado y la selección de los mejores estudiantes será afincarse en lo de siempre, un tributo más al mito del eterno retorno.

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