martes, 25 de agosto de 2015

EL BAGAJE DE LA SEÑORA BONIG

Con ese estilo directo, decidido y autosuficiente que gusta mostrar la nueva Presidenta Regional del PP valenciano en sus intervenciones públicas, pontificaba recientemente la ex alcaldesa vallera afirmando ante sus conmilitones que, efectivamente, los políticos estaban mal pagados «porque llegan a la política gentes sin trayectoria profesional en la sociedad civil y sin ningún tipo de bagaje».
No podemos saber si la dirigente popular se refería al joven Vicent Marzá, promovido sorprendentemente por el Bloc a la Consellerria de Educación en el gobierno bipartito,  o pensaba en algún otro espécimen de su propio Partido, en el que tanto han abundado buscavidas y aprovechados en veinte años de poder hegemónico. De lo que sí estamos seguros es de que la señora Bonig no se refería a ella misma, que debe considerarse protagonista de una brillante trayectoria profesional y un bagaje (piénsese en el sentido militar del término) pletórico de méritos, que son los que le aseguraron el éxito en la política.
Adentrémonos, pues, en el currículum vitae de la dirigente popular con la ilusión de descubrir excelencias y la precaución de no dejarnos deslumbrar por tanta presupuesta maravilla. Sabemos de la señora Bonig que estudió la carrera de Derecho en la UJI con Premio Extraordinario y no seré yo quien diga que la memoria es la inteligencia de los tontos, que eso lo dicen quienes no tienen memoria, pero tampoco procede olvidar que se puede poseer una gran memoria y carecer de toda sindéresis. En las biografías de nuestra lideresa se dice que es abogada, sin que nadie le conozca ejercicio de la abogacía como profesión liberal. El primer trabajo que nos consta de la señora Bonig es  el de funcionaria interina o eventual en el Ayuntamiento de Villafranca del Cid, regido a la sazón por el socialista Oscar Tena (tengamos in mente que la familia Bonig es de tradición socialista). Sin embargo, algo extraño ocurre por ese tiempo que desencadena el big bang de su conversión ideológica y, como no queremos hacer psicologismo y mucho menos moralismo, nos limitaremos a hablar simplemente del fenómeno típico del desclasamiento.
En el año 2002, nuevo capítulo de su vida conversa, aparece como jefa del Servicio de Personal del Ayuntamiento de la Vall d’Uixó. El alcalde es el popular Aparici, personaje célebre por contar con una condena en firme por alzamiento de bienes y algún otro delito conexo. El puesto de la señora Bonig es eventual, de confianza, y, con la Ley de la Función Pública en la mano, ilegal. Cuando en 2003 accede a la alcaldía de la Vall d’Uixó el socialista Josep Tur,  nuestra amiga es rescatada por Alejandro Font de Mora, Conseller de Presidencia, el cual, al ser desplazado a la Conselleria de Educación,  se la lleva también en calidad de asesora. Durante estos años parece ser que la hoy lideresa del PP  intenta obtener una plaza en la Administración de la Generalitat  y concurre a las Oposiciones sin éxito. Como resulta palmario, su trayectoria profesional se reduce, pues, a la ocupación de puestos eventuales o de confianza en las Administraciones Públicas, esos puestos que utilizan los partidos políticos ganadores en las periódicas elecciones para alimentar a su clientela y para la realización de trabajo político en la organización del Partido a cargo de los presupuestos públicos, en la pura versión del  spoil sytem.
Y a buen seguro que la asesora del Conseller Font de Mora hizo excelente trabajo políticopartidario. Presidió una Plataforma por el Futuro de la Vall d’Uixó, lideró la reivindicación de un Hospital para la ciudad (que nunca se construyó) y adquirió notoriedad suficiente para que el Gran Cacique provincial, don Carlos Fabra, hoy en la cárcel, la designase en 2007 candidata a la alcaldía. A partir de aquí, la ex alcaldesa y ex consejera ha ido de éxito en éxito hasta la derrota final del PP en las últimas elecciones locales y autonómicas.
Ya hemos comprobado lo que da de sí su bagaje previo a la entrada en política. Ahora bien, con la vara de mando de alcaldesa en la mano, es otra cosa: entró en el edificio municipal con una carpeta y un listado gritando «todos estos funcionarios rojos han de ir a la calle»; y, en compensación, como ultracatólica confesa, hizo alcaldes honorarios a todos los miembros de la Corte Celestial, y dio muestras inequívocas de su odio a funcionarios y sindicalistas. «¿Qué gran causa hubiera triunfado bajo la bandera del consenso?», escribió la señora Thatcher. Pues ese es el mundo de la Thatcher vallera: un mundo poblado de funcionarios, sindicalistas, rojos y ateos a los que odiar.
    ¿Nos extrañará que quien entró en política sin haber hecho nada en la vida civil tenga la desfachatez de responsabilizar a quienes lo hacen como ella (sin trayectoria, sin bagaje) de los bajos sueldos de los políticos, si esta misma persona, que acaba de abandonar los despachos del gobierno autonómico, donde tardará bastante en desaparecer el hedor de la corrupción, da muestra diarias en su labor opositora de ser ajena a la ruina de la Comunidad que dejaron los suyos en veinte años calamitosos?  No nos extrañará en quien carece de lo que Santo Tomás llamaba scintilla rationis o sindéresis, esa facultad humana intelectiva inmediata de los primeros principios del bien y del mal. Y en sus principios están, entre otras perlas, Aparici y Fabra, el malo.

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