Con
ese estilo directo, decidido y autosuficiente que gusta mostrar la nueva Presidenta
Regional del PP valenciano en sus intervenciones públicas, pontificaba
recientemente la ex alcaldesa vallera afirmando ante sus conmilitones que,
efectivamente, los políticos estaban mal pagados «porque llegan a la política
gentes sin trayectoria profesional en la sociedad civil y sin ningún tipo de
bagaje».
No
podemos saber si la dirigente popular se refería al joven Vicent Marzá,
promovido sorprendentemente por el Bloc a la Consellerria de Educación en el
gobierno bipartito, o pensaba en algún
otro espécimen de su propio Partido, en el que tanto han abundado buscavidas y
aprovechados en veinte años de poder hegemónico. De lo que sí estamos seguros
es de que la señora Bonig no se refería a ella misma, que debe considerarse
protagonista de una brillante trayectoria profesional y un bagaje (piénsese en
el sentido militar del término) pletórico de méritos, que son los que le
aseguraron el éxito en la política.
Adentrémonos,
pues, en el currículum vitae de la
dirigente popular con la ilusión de descubrir excelencias y la precaución de no
dejarnos deslumbrar por tanta presupuesta maravilla. Sabemos de la señora Bonig
que estudió la carrera de Derecho en la UJI con Premio Extraordinario y no seré
yo quien diga que la memoria es la inteligencia de los tontos, que eso lo dicen
quienes no tienen memoria, pero tampoco procede olvidar que se puede poseer una
gran memoria y carecer de toda sindéresis. En las biografías de nuestra
lideresa se dice que es abogada, sin que nadie le conozca ejercicio de la
abogacía como profesión liberal. El primer trabajo que nos consta de la señora
Bonig es el de funcionaria interina o
eventual en el Ayuntamiento de Villafranca del Cid, regido a la sazón por el
socialista Oscar Tena (tengamos in mente que la familia Bonig es de tradición
socialista). Sin embargo, algo extraño ocurre por ese tiempo que desencadena el
big bang de su conversión ideológica y,
como no queremos hacer psicologismo y mucho menos moralismo, nos limitaremos a
hablar simplemente del fenómeno típico del desclasamiento.
En el
año 2002, nuevo capítulo de su vida conversa, aparece como jefa del Servicio de
Personal del Ayuntamiento de la Vall d’Uixó. El alcalde es el popular Aparici,
personaje célebre por contar con una condena en firme por alzamiento de bienes
y algún otro delito conexo. El puesto de la señora Bonig es eventual, de
confianza, y, con la Ley de la Función Pública en la mano, ilegal. Cuando en
2003 accede a la alcaldía de la Vall d’Uixó el socialista Josep Tur, nuestra amiga es rescatada por Alejandro Font
de Mora, Conseller de Presidencia, el cual, al ser desplazado a la Conselleria
de Educación, se la lleva también en
calidad de asesora. Durante estos años parece ser que la hoy lideresa del
PP intenta obtener una plaza en la
Administración de la Generalitat y
concurre a las Oposiciones sin éxito. Como resulta palmario, su trayectoria
profesional se reduce, pues, a la ocupación de puestos eventuales o de
confianza en las Administraciones Públicas, esos puestos que utilizan los
partidos políticos ganadores en las periódicas elecciones para alimentar a su
clientela y para la realización de trabajo político en la organización del
Partido a cargo de los presupuestos públicos, en la pura versión del spoil
sytem.
Y a
buen seguro que la asesora del Conseller Font de Mora hizo excelente trabajo
políticopartidario. Presidió una Plataforma por el Futuro de la Vall d’Uixó,
lideró la reivindicación de un Hospital para la ciudad (que nunca se construyó)
y adquirió notoriedad suficiente para que el Gran Cacique provincial, don
Carlos Fabra, hoy en la cárcel, la designase en 2007 candidata a la alcaldía. A
partir de aquí, la ex alcaldesa y ex consejera ha ido de éxito en éxito hasta
la derrota final del PP en las últimas elecciones locales y autonómicas.
Ya
hemos comprobado lo que da de sí su bagaje previo a la entrada en política.
Ahora bien, con la vara de mando de alcaldesa en la mano, es otra cosa: entró
en el edificio municipal con una carpeta y un listado gritando «todos estos
funcionarios rojos han de ir a la calle»; y, en compensación, como
ultracatólica confesa, hizo alcaldes honorarios a todos los miembros de la
Corte Celestial, y dio muestras inequívocas de su odio a funcionarios y
sindicalistas. «¿Qué gran causa hubiera triunfado bajo la bandera del consenso?»,
escribió la señora Thatcher. Pues ese es el mundo de la Thatcher vallera: un
mundo poblado de funcionarios, sindicalistas, rojos y ateos a los que odiar.
¿Nos
extrañará que quien entró en política sin haber hecho nada en la vida civil
tenga la desfachatez de responsabilizar a quienes lo hacen como ella (sin
trayectoria, sin bagaje) de los bajos sueldos de los políticos, si esta misma
persona, que acaba de abandonar los despachos del gobierno autonómico, donde
tardará bastante en desaparecer el hedor de la corrupción, da muestra diarias
en su labor opositora de ser ajena a la ruina de la Comunidad que dejaron los
suyos en veinte años calamitosos? No nos
extrañará en quien carece de lo que Santo Tomás llamaba scintilla rationis o sindéresis, esa facultad humana intelectiva
inmediata de los primeros principios del bien y del mal. Y en sus principios
están, entre otras perlas, Aparici y Fabra, el malo.
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