Junto a la lucha ideológica fijada en el campo de la
educación y los continuos cambios legislativos, existe una tercera causa o
factor que contribuye en grado importante a dificultar un ambiente favorable al
buen gobierno de las instituciones educativas. Nos referimos a la tensión
conflictiva entre el Centro y la Periferia, el Gobierno de Madrid y los
Gobiernos Autonómicos, el nacionalismo español y los nacionalismos
independentistas. La cuestión no va de una disputa administrativa por más o
menos competencias; el asunto se refiere a una pugna persistente e
irrenunciable encaminada a superar hitos conducentes a la detentación de
competencias exclusivas sinónimas de las de un Estado independiente.
La Constitución Española de 1978, en su art. 149.1.30ª, establece que el Estado tiene competencia exclusiva
en el desarrollo de la legislación básica de su artículo 27, a fin de garantizar el cumplimiento de las
obligaciones de los poderes públicos en materia de educación. Los Estatutos de
la primera generación solían ceñirse a competencias plenas o, todo más, compartidas
con el Estado. Pero de entonces a hoy se ha producido un deslizamiento
terminológico y semántico no casual de manera que los Estatutos vigentes
expresan sus competencias educativas en términos de exclusividad, en el marco,
apenas insinuado, del art. 149.1.30ª. El Estatuto de Cataluña de 2006 ─de tan
infausto recuerdo, hoy más que nunca─ es buen ejemplo de la vis expansiva del poder público catalán, que encuentra,
justo es reconocerlo, adecuada respuesta en la vis expansiva (o retractiva)
del poder del Estado español.
El Estatuto catalán muestra una preocupación casi neurótica
por la lengua catalana y a ella dedica los artículos 6, 32, 33, 34, 35 y 50,
pero además el artículo 131, titulado ‘Educación’, recoge la exclusividad
competencial en ciertas enseñanzas posobligatorias, en la determinación de los
contenidos educativos del Primer Ciclo de Educación Infantil, en la inspección
y evaluación interna de la enseñanza, etc. Y lo mismo ocurre en el Estatuto de la Comunidad
Valenciana, que en su artículo 53 dice que es de competencia exclusiva de la Generalitat Valenciana la regulación y
ordenación de la enseñanza....
Conviene precisar que el Estado no es que dé adecuada
respuesta al afán de exclusividad competencial de algunas Autonomías, es que, a
su vez, utiliza desaforadamente la
legislación básica como rejón que
penetra sin complejos en territorio
ajeno, de forma y manera que no se sabe muy bien quién fue primero, si el huevo
o la gallina, tratándose como se trata de dos nacionalismos, el español y el
catalán.
La revisión comparativa de las leyes educativas debidas al
PSOE, por un lado, y al PP, por otro,
nos pone de relieve que mientras las primeras han contado con el
consenso de otras fuerzas políticas, incluidas las nacionalistas, las
infortunadas leyes del PP, la LOCE y la LOMCE, se aprobaron, sobre todo la
última, en solitario y con el rechazo clamoroso de la derechas nacionalistas
vasca y catalana por invadir, dicen, un terreno competencial que les es propio.
Así que hétenos aquí que la educación en España padece, junto al enfrentamiento
político izquierda/derecha, la distorsión de otro eje de oposición entre
nacionalismos, el español y los periféricos vasco y catalán, sin olvidar otros
no tan explícitos como el gallego, o larvados, minoritarios y sintomáticos como
el valenciano que se alienta en el ideal Els
Països Catalans.
El conflicto consiste, por ceñirnos al caso catalán ─al día
de hoy a la espera de los resultados electorales del 27 de septiembre para la
declaración unilateral de la independencia─ en que mientras el ex ministro Wert
pretendía españolizar a los niños catalanes, el President de la Generalitat, señor Más, y su antecesor el señor
Pujol, llevan décadas tratando de formar niños en el espíritu nacional catalán. La Nación necesita en términos generales
un Territorio, una Lengua, una Religión, una Historia particular y una Cultura
diferenciada. Sobre todo, la Lengua y la Escuela. La Escuela es el espacio de
socialización por excelencia, después de la familia. Dadme la Escuela y en su
fragua moldearé a los jóvenes reclutas y construiré una Nación. Dejadme el
Boletín Oficial, contrataca el españolismo del PP, y aprobaré Reales Decretos
con los currículos detallados de lo que los niños catalanes, como todos los
niños españoles, deben aprender de geografía, de historia y de lengua castellana
y ayudaré a universalizar el espíritu nacional español entre todos los
hombres y tierras de España.
Llegados al punto en que estamos ─ya hemos hecho referencia
a la hoja de ruta del soberanismo catalán, que amenaza con una inminente
declaración de independencia─ las posibilidades de articular el sistema escolar
general con los subsistemas escolares autonómicos son nulas. La estabilidad, la
coordinación y la cooperación, tan necesarias para una buena gobernanza de las
instituciones educativas, brillan por su ausencia.
El Presidente del Gobierno, el
señor Rajoy, intenta en las últimas semanas
amedrentar al personal con la
llegada del caos si no le votamos a él en las elecciones generales de fin de
año. A él, paradigma de la estabilidad y de la seguridad, que, al margen de
recortes económicos y otras pequeñas inclemencias sufridas por las clases
desfavorecidas bajo su mandato ─lo que ya es dejar al margen─, ha conducido a España a la crisis territorial
más grave desde la democracia, sin mover más dedo que el indicador de la ley,
ejemplificando al político más pasivo e inútil que pudiéramos imaginar. Una
crisis separatista que, como la historia nos muestra, si no se hace de acuerdo
entre las partes, se resuelve siempre por medios violentos. La derecha, la
derecha ultraconservadora que encarna el señor Rajoy como biotipo perfecto,
conoce esta lección de la historia. En términos de ultima ratio la derecha no tiene nada que perder. Por eso Rajoy
está más tranquilo que nosotros.
Hola Rafael, me gustaría hacerle una consulta. ¿Podría indicarme un email de contacto o escribir a esasevilla@hotmail.com? Un saludo.
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