viernes, 14 de agosto de 2015

¿ES GOBERNABLE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA? (II)

La segunda causa de la difícil gobernanza de la educación en España ─que a la vez es efecto de la secular guerra ideológica─ proviene del incesante cambio en las grandes leyes educativas. A partir de la Constitución de 1978, el partido de Adolfo Suárez, la UCD, con la oposición de todas las fuerzas de izquierda, aprobó la Ley Orgánica del Estatuto de Centros Escolares, la LOECE (1980), ley que, en cuanto llegó al poder el PSOE en 1982, sucumbió ante la Ley Orgánica del Derecho a la Educación, la LODE (1985).  Fueron años de intensos debates y acaloradas controversias: la libertad de enseñanza (gran mantra de la derecha), el derecho a la elección del modelo de educación y de Centro (ideario, decían entonces los clericales)...; escuela público-comunitaria, laica, plural ad intra, libertad de cátedra de los profesores (se defendía desde la izquierda). ¿Quién venció en esta gran batalla? El ministro Maravall hizo lo que pudo, pero la LODE supuso el reconocimiento de los conciertos a los centros privados, que resolverían problemas de escolarización, que eran muchos y acuciantes, y la palabra ‘ideario’ fue sustituida por la expresión ‘carácter propio’. Un sarcasmo. Con el tiempo se demostró que carácter propio equivalía a confesionalidad católica y las necesidades de escolarización se interpretaron como conciertos para todo centro que lo solicitase... ¿Pudo hacer otra cosa la izquierda? Cuando se plantean futuribles sobre la Transición yo siempre me acuerdo del 23F de 1981.
En 1990 el PSOE patrocinó la Ley Orgánica General del Sistema Escolar, la célebre LOGSE, la ley más desaforadamente criticada por la derecha y sectores pseudoprogresistas de sesgo corporativo, pero que amplió la escolaridad obligatoria hasta los 16 años, lo cual no era pequeña muestra de progresismo. De esta ley se dijo de todo: desde ser la responsable del mayor fracaso escolar de la historia (qué poca historia se supone que sabemos los españoles) hasta de ser causante del más grande paro y más temprano abandono escolar de Europa (como si la crisis económica, burbuja inmobiliaria incluida, fuesen creaciones de ciencia ficción). Cinco años más tarde, en 1995,  la Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los Centros Docentes (LOPEGCE) vino a poner ciertos límites a las alegrías idealistas de que la LOGSE sin duda adolecía. El título es revelador: con excusa de regular la participación, se recreó el Cuerpo de Inspectores de Educación, declarado a extinguir por la Ley de Medidas de la Reforma de la Función Pública del año 1984 (una decisión nefasta, propia del infantilismo y la demagogia en que la izquierda suele caer al llegar al gobierno).
Y llegó el PP al poder. Su objetivo: erradicar la LOGSE y cualquier vestigio de la misma. El trabajo ideológico de desgaste estaba hecho, la demolición se preveía inminente. Sin embargo, desde el año 1996 hasta la aprobación de la ley educativa del PP, la Ley Orgánica de la Calidad de la Educación (LOCE), en 2002, pasó un largo tiempo de debate y enfrentamientos sobre los temas de siempre, que la ministra del ramo, Pilar del Castillo, trató de camuflar tras el manto mítico del concepto calidad, el más falaz e ideológico de los constructos mentales, incorporado al mismo título de la ley. Triste destino el de la LOCE, que no llegó a aplicarse, y vanos y penosos los esfuerzos de la ministra Pilar del Castillo, una excomunista reconvertida al radicalismo neoliberal...
En 2006 el PSOE ya había aprobado una nueva ley, la Ley Orgánica de la Educación (LOE). Con buen sentido, se hizo desaparecer del título de la ley del PP la ‘c’ de la calidad, auténtico burladero ideológico, y se intentó salvar lo máximo posible de la LOCE, pero no fue suficiente para que el PP, ya en el poder a finales de 2011, renunciase a aprobar su propia ley,  inspirada y cocinada en la factoría FAES. Aprobada con toda la oposición en contra y conjurada para derogarla en cuanto cambiase la mayoría parlamentaria, la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Educación (LOMCE) nació muerta y hoy, cuando escribimos esto, las doce Comunidades Autónomas que no son del PP están ya intentando retrasar su aplicación o bloquearla para ganar tiempo antes de hacerla desaparecer en el próximo ejercicio parlamentario.
Desde 1980  hemos producido siete grandes Leyes de Educación, si bien una de ellas, la LODE, ha pervivido con ligeros retoques desde 1985, pues no en balde sentó las bases de los conciertos educativos en unas condiciones nada desfavorables para el sector privado confesional católico. Sintéticamente, el fondo del debate derecha / izquierda gira sobre estos ejes: educación humanística, al servicio del hombre / educación para la producción y la economía; educación servicio público, derecho ciudadano / educación mercancía que se compra en el mercado; educación comprensiva, compensatoria / educación selectiva, jerarquizadora; escuela pública comunitaria / escuela privada concertada; escuela laica / escuela confesional; educación para la ciudadanía /  educación en valores religiosos.
Mientras no se alcance un pacto a medio camino entre los polos de las anteriores antinomias y se desplace la guerra ideológica y política desde el ámbito de la escuela a otros ámbitos sociales e institucionales, la educación seguirá siendo difícilmente gobernable. Y más si el responsable político carece de formación, experiencia y sentido de la realidad compleja que tiene en sus manos. Por ejemplo, en esta Comunidad Valenciana en poco más de un mes el Conseller de Educación ha abierto todos los frentes de la vieja guerra: la lengua, la religión y los conciertos educativos. Y todo ello sin haber tomado ninguna medida de cierto calado; todo ello por simples (simplonas, inmaduras...) declaraciones sobre lo que piensa o lo que hará en el futuro. Como si el electorado no conociese el programa educativo de Compromís, como si el más elemental sentido común no aconsejase coger los huevos del gallinero antes de alarmar gratuitamente a las gallinas... Oyendo al treintañero Conseller de Educación es como si casi cuarenta años hubiesen transcurrido en vano.

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