Por mucho que se repita que el profesorado
constituye el factor fundamental en la educación institucional no será
suficiente, más allá de la retórica, mientras los futuros maestros y profesores
de secundaria no se extraigan entre los mejores bachilleres, la formación
inicial no se base en Planes de Estudio sólidos y consistentes, el ingreso en
los cuerpos docentes no se produzca a través de procedimientos racionales y
objetivos, el perfeccionamiento en ejercicio no se desburocratice y, en fin, el
régimen jurídico docente no pivote sobre el principio de que el colectivo
docente, por muy numeroso y potente que sea, debe subordinarse a la finalidad
del sistema, que es una educación de calidad. Y no a la inversa.
Cualquier reforma escolar que no
comience por afrontar la cuestión del profesorado está abocada al fracaso,
malbaratándose los recursos utilizados. Las revisiones curriculares, la
actualización de contenidos, métodos y criterios de evaluación, las propuestas
organizativas más participativas, las innovaciones pedagógicas más audaces, la
disposición de las tecnologías más punteras, la mejora de los edificios y del
aparataje informático e, incluso, el incremento de las dotaciones financieras (y
no digamos nada de la adulación ladina de los poderes públicos hacia los
profesores)... de nada o de muy poco servirán si no se reforma la formación y
la selección de los docentes de las escuelas e institutos. Es el ojo, la mente
incisiva o roma del maestro la que hace brillar o ensombrece, afila o mella el
espíritu del alumno y la que vivifica y potencia al resto de los elementos del
sistema.
Por tanto, no se reforme nada en educación que no comience por el profesorado, postulado éste que viene a secundar aquél otro que ya enunciamos en anterior
escrito: prescíndase de toda reforma
global que no cuente con el acuerdo de las fuerzas politicas mayoritarias.
Hemos repasado toda la historia de la
formación de los profesores y analizado los distintos Planes de Estudio, a
partir de la primera Escuela Normal, la de Pablo Montesino, de 1839; la Escuela
Normal Central surgida de la Ley Moyano, de 1857 y la integración de las
Normales en los Institutos de Enseñanza Media. Nos hemos detenido con placer en
el célebre Plan Profesional de 1931, de la II República. Nos hemos deprimido
con la vuelta en 1939 a la caverna del Plan de 1914 y hemos vivido en directo (y
en algún caso sufrido personalmente) la miseria de los Planes de 1945 y
1950 y la lenta recuperación de los
Planes de 1967, 1971, 1992 y 1996, hasta el actual Plan perfilado en el Espacio
Común Europeo de Estudios Superiores. Y hemos concluido lo que sigue:
Primero.- A las Facultades de
Magisterio deben ir los mejores expedientes del Bachillerato, de forma similar
a lo que ha sucedido en Medicina, donde los mejores alumnos han hecho la mejor
Sanidad. Esta es una verdad apodíctica.
Segundo.- La formación
científico-cultural del Bachillerato es insuficiente. Para enseñar hay que saber
mucho de aquello que se enseña. La polémica entre contenidos científicos y
saberes didácticos casi siempre es falaz. Normalmente de la abundancia del
corazón habla la boca y un saber profundo de la matemática se comunica con
facilidad, mientras que mal puede transmitirse lo que solo superficialmente se
conoce. Por tanto, el Grado de Magisterio habría de incluir 1/3 de horas
lectivas para la formación científica (Letras y Ciencias por igual).
Tercero.- Después del Grado, sería
imprescindible crear una especie de ‘MIR’ para profesores, con un proceso
selectivo rápido y objetivo para cubrir las plazas que las Administraciones
Educativas ofertasen en función de las necesidades del sistema: un primer examen
tipo test de cuestiones cognitivas de respuesta inequívoca y un año de
desempeño de un aula bajo la guía de un tutor titularizado al efecto y
gratificado por su cargo.
Cuarto.- El ingreso en el Cuerpo
docente del Magisterio se determinaría por las notas medias obtenidas durante
los estudios de Grado, el examen de ingreso en el ‘MIR’ y la nota otorgada por la Comisión de evaluación ad
hoc.
En relación con el régimen jurídico del
maestro ya en ejercicio, cabe formular algunas indicaciones operativas, dada la
imposibilidad de abordar el tema en sus múltiples implicaciones. En primer
término, hay que modificar toda disposición que impida la constitución de
equipos docentes estables: concursos de traslados permanentes, engrosamiento de
una masa de interinos con ‘derecho de permanencia’, falta de autonomía de los
centros para seleccionar parte de su plantilla (con todas las garantías de objetividad
que se quiera), rigidices de la Administración para reorganizar sus efectivos
en función de las necesidades, unidimensionalidad funcional de las especializaciones,
etc. En segundo término, debe afrontarse la tarea pendiente de la evaluación
del profesorado (el que lo mismo ocurre con el resto de los funcionarios no es
excusa). No puede ser que un profesor, una profesora, culmine 40 o 50 años de
vida profesional sin que en su hoja de servicios exista la más somera anotación
de cómo ha hecho su trabajo. Esta situación beneficia y cubre a los mediocres y
a los que construyeron en sus clases un monumento al tedio y la ineficacia,
pero resulta lacerante e injusta para magníficos, excelentes profesores que
hicieron de la ley de la maestría su quehacer diario.
Los profesores de Secundaria merecen
una consideración aparte, si bien los principios generales planteados para el
Magisterio les son aplicables. Obtenido el Grado, los aspirantes a profesar en las Enseñanzas Secundarias
habrían de superar un examen del mismo perfil que los maestros para acceder al ‘MIR’
de Secundaria (Máster, en la actual terminología), que duraría dos años, uno
dedicado a los saberes psicopedagógicos y otro al desempeño de un aula, bajo la
dirección de un tutor.
En fin,
la buena gobernanza de la educación exige enfrentarse con la cuestión de los
profesores, que no está resuelta ni mucho menos en la matriz de Europa. La
escuela pública está en juego. Todos los funcionarios docentes la quieren y sus
representantes todo lo que dicen es a favor de ella, mas la sospecha de que la
escuela pública sea solo de los profesores persiste.
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