Si la
vida de por sí está regida en buena medida por el azar, contra el que poco
pueden los más esforzados afanes planificadores, cuando se trata de la política
y, específicamente, del nacimiento, formación, porvenir, auge o declive de los
liderazgos, entonces toda previsión es un ejercicio de astrología. Individuos
inicialmente brillantes y prometedores, al poco, no superan la trayectoria de
las estrellas fugaces y, por contra, personajes anodinos, sin ningún carisma
innato, con el paso de los años logran construirse una personalidad política
duradera, persistente, vitalicia, flotante como un corcho, al pairo sobre las
aguas revueltas o tormentosas, al estilo de un Mariano Rajoy paradigmático.
Pedro
Sánchez hace apenas dos años era un joven diputado del que nadie imaginaba que
el 20-D de 2015 iba a ser el candidato a la Presidencia del Gobierno por el
PSOE y que semanas más tarde recibiría el encargo del Rey de intentar formar
gobierno. El hecho es que sobre Pedro Sánchez en este momento de la historia de
España y del Partido Socialista penden interrogantes trascendentales: ¿Conseguirá ser Presidente tras superar el
dédalo pluridilemático en que se debaten encerrados los líderes partidarios? En
caso negativo, ¿podrá conservar el liderazgo en el partido? En caso positivo, y
contando con el ciclotímico Pablo Iglesias y/o con el neoliberal Albert Rivera
de partenaires, acabará asentándose como líder y gobernante fiable? En todo
caso, y sea cual sea el signo de los anteriores futuribles, el PSOE y Pedro
Sánchez se enfrentan a unos retos en los está en juego no sólo el futuro del
personaje político −que aparentemente sería secundario−, sino el de la
centenaria organización socialista.
Cargar con la herencia.
La gran e histórica tarea de modernización de España gestionada por el PSOE −el
electorado es olvidadizo y las generaciones se renuevan− ha sido enterrada bajo
los escombros de la crisis, la gestión de Zapatero y las políticas social-liberales
de Boyer, Solchaga, Solbes, Salgado..., como antecedentes. Rubalcaba, brillante
cabeza, gran político, una vez instalada la idea de que PP y PSOE son lo mismo,
ya nada pudo hacer. No era cuestión de líder. La masa electoral socialista
venía progresivamente enflaqueciendo a cuenta de los jóvenes, los urbanitas y
los grupos sociales con superiores niveles académicos.
Por
otra parte, Pedro Sánchez se encontró con un organización anquilosada y rígida,
pero por eso mismo resistente, según
la ley de hierro de las burocracias. Una burocracia la del PSOE en gran medida
resignada a perder elecciones a cambio de conservar los pesebres de alcaldías,
concejalías, diputaciones, puestos en los Parlamentos nacionales y autonómicos
y asesorías... Una burocracia con sus baronías y señoriazgos crecidos y
empoderados ante el liderazgo de Pedro Sánchez, al que consideraron interino en
la plaza a la que, no sé por qué, estaba destinada Susana Díaz.
También
tuvo que lidiar Pedro Sánchez con la competencia agresiva de los partidos
emergentes, con la de Podemos en especial, populista y socialdemócrata al mismo
tiempo, faltón y pretendido melífluo compañero de viaje después. Los resultados
electorales del 20-D no fueron buenos, pero tampoco los peores de la historia
del PSOE, a no ser que se cuente con que la historia empezó en 1977 (en 1933 el
Partido Socialista obtuvo 59 diputados de los 473 del Congreso).
Los
desafíos. Cualquiera que sea la salida del embrollo político que vivimos,
con la paciencia de la ciudadanía a punto del agotamiento, el PSOE debe
afrontar los siguientes objetivos:
-
Recuperar al electorado más dinámico: jóvenes, capas urbanas y ciudadanos mejor
formados.
-
Fragmentada la clase trabajadora y en crisis los sindicatos de clase −soportes
fundamentales de la socialdemocracia auténtica−, la incorporación de los
numerosos autónomos, hasta hace dos días trabajadores por cuenta ajena, a las
estrategias políticas y electorales del PSOE
es imprescindible.
-
Aumentar el número de militantes y simpatizantes, previa reforma radical de la
burocracia partidaria, teniendo en cuenta las posibilidades de comunicación
instantánea que ofrecen las nuevas tecnologías.
- Mantener
un discurso socialdemócrata modélico, trasladando la convicción a las clases
bajas de antes y a las advenidas por las políticas crueles de la crisis de que,
en las sociedades abiertas del mundo occidental, lo que no consigan con el
Partido Socialista no sueñen con obtenerlo con las declaraciones de amor del
populismo posmarxista del milagrero Pablo Iglesias o de cualquier otro
charlatán de feria.
Los
anteriores objetivos están ahí ante el PSOE, firmes y tozudos, cualquiera que
fuere la salida del laberinto (gobierno, siempre problemático, o nuevas
elecciones). La tarea −soy muy consciente−
conlleva planes estratégicos de gran envergadura y amplio alcance,
respecto a cuya implementación soy pesimista o realista escarmentado.
En todo
caso, tengo la profunda convicción de que si no se afrontan con determinación
los desafíos referenciados, los tiempos del PSOE tienen una fecha de caducidad
señalada en el reloj biológico de los remanentes viejos socialistas, familiares
y allegados. Por más esfuerzos que haga Pedro Sánchez −que los está haciendo
con creces−, no servirán para dar el
salto del raquítico 20% de electores fieles y conservar la hegemonía de la
izquierda. La biología inexorablemente nos extinguirá y ningún añejo bálsamo de
Fierabrás andaluz podrá evitarlo, más bien acelerará el fin del dinosaurio.