Llegamos a la conclusión en un anterior comentario de que la pandemia de corrupción que nos anega
no sobrepasó la esfera de la política, manteniéndose la Administración profesional
incontaminada a grandes rasgos (córrase un tupido velo sobre connivencias,
colaboraciones necesarias, miradas distraídas, pasividades o indiferencias...)
Aceptada la tesis de
la incorruptibilidad de nuestros funcionarios, tanto más meritoria cuanto la
enfermedad fue viral y la cercanía al político íntima, habríamos de
felicitarnos por tener los funcionarios que tenemos, sobre todo en estos meses
en que estamos huérfanos de gobierno y toda la intendencia del país descansa
sobre los empleados públicos, firmes e impertérritos en sus puestos, si mover
los párpados, mientras el inefable Pablo Manuel Iglesias tiene que ser
reconvenido por su asesoría de imagen para que no parpadee más de setenta veces
por minuto en los platós (cosas de la autenticidad de la nueva política).
Sin embargo, cualquiera que tenga alguna experiencia como
miembro de las Administraciones Públicas o como cliente (el lenguaje del mercado lo penetra todo) ha podido
comprobar desgraciadamente que son manifiestamente mejorables cuando no
desastrosas. Conviene distinguir, siempre para razonar bien hay que distinguir.
Nada más lejos de la verdad que aquellas sentencias que queriendo decir todo
acaban no diciendo nada... Los funcionarios son esto, los médicos son aquello,
los músicos son pacíficos...
El Partido Socialista no más llegar al poder aprobó en 1984
la llamada Ley de Medidas para la Reforma de la Función Pública, que supuso,
con todas las deficiencias que se quiera, una reordenación drástica y
racionalización de la selvática maraña de cuerpos, grupos, escalas técnicas
subescalas, etc. A partir de esta Ley Orgánica, otras reformas siguieron, desde
la LRJ-PAC, del 92, hasta el Estatuto Básico del Empleado Público, de 2007, de
forma que en lo tocante a la Administración Central puede decirse que funciona
con niveles aceptables de eficiencia, en no pequeña medida porque el acceso al
empleo público se hace respetando las exigencias constitucionales de mérito,
capacidad y publicidad.
Otro cantar es el que se oye en las Administraciones
Autonómicas y Locales. Conozco muy bien la Administración valenciana desde su
fase embrionaria, desde el momento cero en que, por ejemplo, dos Directores
Generales de la Conselleria de Cultura y Educación ocupábamos un mismo despacho
(en diciembre de 1982, compartí despacho con Toni Asunción, cuya reciente
muerte lamento profundamente). Cuando
abandonamos el gobierno en 1995 los socialistas dejamos una razonable
Administración y unas bases firmes para
garantizar el acceso meritocrático a la misma. La llegada del Partido Popular,
que traía el hambre de casi tres lustros de abstinencia de poder, fue como la
invasión de Atila y los hunos. Ni uno de los principios constitutivos de la
administración weberiana se salvó. Y allí fue Troya, el apoteosis del spoil system.
Pero donde la burocracia es la ejemplificación perfecta del
mundo kafkiano es en la Administración Local. He sido funcionario de la
Administración Central y de la Autonómica, no de la Local, pero los contactos
como administrado y las informaciones de terceros me han llevado a la convicción
de que en demasiados ayuntamientos todo transcurre al albur del caos perfecto
de una burocracia estúpida. ¿Tendrán algo que ver en este estado de cosas los
procedimientos selectivos de los empleados municipales, que suelen saltarse a
la torera mérito, capacidad, igualdad,
publicidad, transparencia, imparcialidad, profesionalidad,
independencia, confidencialidad y objetividad, todos ellos principios
irrenunciables para constituir una Administración moderna y eficiente? En los
ayuntamientos, secretarios, interventores y tesoreros pertenecen a Cuerpos
Nacionales cuya habilitación la obtienen por una oposición que garantiza una
competencia de base, pero de ahí para abajo, técnicos de administración general
(TAG), administrativos, auxiliares, subalternos, policías, funcionarios de
cuerpos especiales, arquitectos, ingenieros y oficios varios han ingresado en
cada Ayuntamiento por procedimientos sospechosos, a veces flagrantemente
fraudulentos. Cada Partido intenta meter a su clientela y el resultado que
heredan los nuevos equipos de gobierno es una Administración Local
sobredimensionada, desestructurada, sin line
and staff distinguibles, carente de jefes que ejerzan la jerarquía (por la
que cobran), con sistemas retributivos (hablo de pluses y productividades)
arbitrarios...
Desespero por conocer algún día a un concejal de izquierdas
(de la derecha sé muy bien lo que espero) que llegue a un Ayuntamiento con
cuatro ideas claras sobre la Administración Local y esté dispuesto a intentar
ponerlas en práctica. ¿Será posible que veamos el día en que para obtener una
licencia de actividad para una tienda de chuches no transcurran dos años? ¿Será
posible que el mismo requerimiento de un nuevo papel no te lo hagan tres funcionarios diferentes, como si se tratase
de tres personajes de Kafka redivivos?
Mientras así no suceda, la corrupción subsistirá como la carcoma
pertinaz, que al final acaba con el mobiliario.
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