viernes, 18 de marzo de 2016

LOS DESAFÍOS DE PEDRO SÁNCHEZ

Si la vida de por sí está regida en buena medida por el azar, contra el que poco pueden los más esforzados afanes planificadores, cuando se trata de la política y, específicamente, del nacimiento, formación, porvenir, auge o declive de los liderazgos, entonces toda previsión es un ejercicio de astrología. Individuos inicialmente brillantes y prometedores, al poco, no superan la trayectoria de las estrellas fugaces y, por contra, personajes anodinos, sin ningún carisma innato, con el paso de los años logran construirse una personalidad política duradera, persistente, vitalicia, flotante como un corcho, al pairo sobre las aguas revueltas o tormentosas, al estilo de un Mariano Rajoy paradigmático.
Pedro Sánchez hace apenas dos años era un joven diputado del que nadie imaginaba que el 20-D de 2015 iba a ser el candidato a la Presidencia del Gobierno por el PSOE y que semanas más tarde recibiría el encargo del Rey de intentar formar gobierno. El hecho es que sobre Pedro Sánchez en este momento de la historia de España y del Partido Socialista penden interrogantes  trascendentales:  ¿Conseguirá ser Presidente tras superar el dédalo pluridilemático en que se debaten encerrados los líderes partidarios? En caso negativo, ¿podrá conservar el liderazgo en el partido? En caso positivo, y contando con el ciclotímico Pablo Iglesias y/o con el neoliberal Albert Rivera de partenaires, acabará asentándose como líder y gobernante fiable? En todo caso, y sea cual sea el signo de los anteriores futuribles, el PSOE y Pedro Sánchez se enfrentan a unos retos en los está en juego no sólo el futuro del personaje político −que aparentemente sería secundario−, sino el de la centenaria organización socialista.
Cargar con la herencia. La gran e histórica tarea de modernización de España gestionada por el PSOE −el electorado es olvidadizo y las generaciones se renuevan− ha sido enterrada bajo los escombros de la crisis, la gestión de Zapatero y las políticas social-liberales de Boyer, Solchaga, Solbes, Salgado..., como antecedentes. Rubalcaba, brillante cabeza, gran político, una vez instalada la idea de que PP y PSOE son lo mismo, ya nada pudo hacer. No era cuestión de líder. La masa electoral socialista venía progresivamente enflaqueciendo a cuenta de los jóvenes, los urbanitas y los grupos sociales con superiores niveles académicos.
Por otra parte, Pedro Sánchez se encontró con un organización anquilosada y rígida, pero por eso mismo resistente, según la ley de hierro de las burocracias. Una burocracia la del PSOE en gran medida resignada a perder elecciones a cambio de conservar los pesebres de alcaldías, concejalías, diputaciones, puestos en los Parlamentos nacionales y autonómicos y asesorías... Una burocracia con sus baronías y señoriazgos crecidos y empoderados ante el liderazgo de Pedro Sánchez, al que consideraron interino en la plaza a la que, no sé por qué, estaba destinada Susana Díaz.
También tuvo que lidiar Pedro Sánchez con la competencia agresiva de los partidos emergentes, con la de Podemos en especial, populista y socialdemócrata al mismo tiempo, faltón y pretendido melífluo compañero de viaje después. Los resultados electorales del 20-D no fueron buenos, pero tampoco los peores de la historia del PSOE, a no ser que se cuente con que la historia empezó en 1977 (en 1933 el Partido Socialista obtuvo 59 diputados de los 473 del Congreso).
 Los desafíos. Cualquiera que sea la salida del embrollo político que vivimos, con la paciencia de la ciudadanía a punto del agotamiento, el PSOE debe afrontar los siguientes objetivos:
- Recuperar al electorado más dinámico: jóvenes, capas urbanas y ciudadanos mejor formados.
- Fragmentada la clase trabajadora y en crisis los sindicatos de clase −soportes fundamentales de la socialdemocracia auténtica−, la incorporación de los numerosos autónomos, hasta hace dos días trabajadores por cuenta ajena, a las estrategias políticas y electorales del PSOE  es imprescindible.
- Aumentar el número de militantes y simpatizantes, previa reforma radical de la burocracia partidaria, teniendo en cuenta las posibilidades de comunicación instantánea que ofrecen las nuevas tecnologías.
- Mantener un discurso socialdemócrata modélico, trasladando la convicción a las clases bajas de antes y a las advenidas por las políticas crueles de la crisis de que, en las sociedades abiertas del mundo occidental, lo que no consigan con el Partido Socialista no sueñen con obtenerlo con las declaraciones de amor del populismo posmarxista del milagrero Pablo Iglesias o de cualquier otro charlatán de feria.
Los anteriores objetivos están ahí ante el PSOE, firmes y tozudos, cualquiera que fuere la salida del laberinto (gobierno, siempre problemático, o nuevas elecciones). La tarea −soy muy consciente−  conlleva planes estratégicos de gran envergadura y amplio alcance, respecto a cuya implementación soy pesimista o realista escarmentado.
    En todo caso, tengo la profunda convicción de que si no se afrontan con determinación los desafíos referenciados, los tiempos del PSOE tienen una fecha de caducidad señalada en el reloj biológico de los remanentes viejos socialistas, familiares y allegados. Por más esfuerzos que haga Pedro Sánchez −que los está haciendo con creces−,  no servirán para dar el salto del raquítico 20% de electores fieles y conservar la hegemonía de la izquierda. La biología inexorablemente nos extinguirá y ningún añejo bálsamo de Fierabrás andaluz podrá evitarlo, más bien acelerará el fin del dinosaurio.

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