El acto del recinto ferial Ifema,
del 26 de marzo, de presentación de la candidatura de Susana Díaz a la
Secretaria General del PSOE fue una demostración de fuerza imponente,
avasalladora, soberbia. Allí no faltó nadie de los que han sido, son y aspiraban
a ser algo en el Partido Socialista. Los estrategas de la Gran Parada siguieron
el primer principio de ‘El Arte de la Guerra’ (Sun
Tsu), vencer al enemigo sin tener que entrar en combate, infundiéndole miedo
disuasorio, pero no tuvieron en cuenta el diagnóstico de San Agustín según el
cual «la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece
grande pero no está sano». Y así les fue. Tan insano, tan erróneo había sido el
análisis de la situación, que Felipe Gonzalez —el que desde los micrófonos de la
Ser había lanzado esa especie de ’Grandola.
Vila Morena’ contra Sánchez (Borrell)—, humillado y urgido por la
prensa, se vio obligado a reconocer tras la derrota de su protegida: «Sí, estoy en minoría, pero hay que
apoyar a la mayoría..., estoy en minoría como en otras ocasiones». ¿Hay cinismo en las palabras de
Felipe González o ha encontrado la sabiduría por medio de la humildad siguiendo
al Rey Salomón? La cuestión de fondo, sin embargo, es si el ex Presidente está
en minoría o está en la Historia.
Que la parte perdedora acepte la
victoria de la parte mayoritaria e intente integrarse, colaborar y apoyarla es
norma de obligado cumplimiento democrático; y que los vencedores sean generosos
y eviten purgas y limpiezas étnicas no sólo resulta noble y moral sino
recomendable desde el punto de vista práctico. Así se produce el discurso
políticamente correcto y pocos se atreven a contrariarlo en público o a ponerle
matices.
Cierto es que la disputada
elección de un nuevo líder implica una crisis de la organización, que se trata
de resolver haciendo votar a la militancia. Pero hay crisis y crisis. La de
mayo de este 2017 era a vida o muerte. Al menos, así la viví yo y gran parte de
la militancia socialista. El PSOE aparecía ante la sociedad española como un
partido viejo, caduco, del pasado; coautor de políticas neoliberales contrarias
a las clases trabajadoras; incurso en casos de corrupción asimilables a los del
PP; lastrado por avejentados líderes reacios a hacer mutis por el foro;
responsable, vía ABSTENCIÓN, de la continuidad en el Gobierno de un partido
carcomido por una corrupción insoportable; con unas perspectivas electorales
declinantes, abandonado por las clases urbanas y los jóvenes... La imagen de
Susana Díaz en Ifema, flanqueada, a la derecha, por F. González y Rubalcaba y,
por la izquierda, por Zapatero y Guerra, era la de un daguerrotipo recuperado
del desván del tiempo y ésa no podía ser la referencia de ningún tiempo de
futuro. Así lo entendió la militancia, que se pronunció mayoritariamente, contra
viento y marea, por la refundación de un nuevo PSOE. Es lo que ahora está en
juego.
Pedro Sánchez, con su ‘NO es No’,
y su ‘sacrificio’, se ha redimido él y nos ha redimido a todos los socialistas
que le acompañamos en el Viacrucis. Ahora está en estado de Gracia. Pero la
Salvación es trabajosa y los dilemas no han desaparecido de su horizonte
político: debe administrar con generosidad la victoria, lo que supone integrar
a la fracción vencida con su lideresa y barones al frente (?) y, al mismo tiempo,
evitar que la integración (hacer un todo o conjunto con partes diversas)
contamine y desvirtúe el proyecto. Si, pasado el tiempo, a los electores se les
da ocasión y razón para concluir que todo sigue igual, que, enfrentado o
integrado, el PSOE sigue siendo el de antes, todo el esfuerzo habrá sido inútil
y elección tras elección no habrá más destino que el de la irrelevancia.
La tarea es ardua. La
Generación 2K, Z, 2018, Selfie
o como quiera llamarse lleva en la mochila todo el peso de la crisis
económica. Según el INE, a finales de 2016 había en España casi ocho millones
de nacidos desde el año 2000. La primera cohorte votará ya en las próximas
Elecciones. Estos chicos y chicas son hijos de la Generación del Baby-boom del
70 del siglo pasado, generación que fue criada con un cierto desahogo y
bienestar y que ahora vive la frustración de la crisis y el desapego de los
partidos tradicionales a los que culpa de su derrota vital. Estos nacidos en el
siglo XXI, dice José Durán (El Salto,
núm. 1), son la primera generación que crece mientras ve a Pablo
Iglesias por televisión.
Insisto: el reto de Pedro Sánchez
no es fácil. La lejanía mental, icónica y emocional de la dirigencia y
militancia del PSOE tradicional respecto a los nuevos jóvenes es demasiado
grande. Podemos está
tratando de crear una red de comunicación a su alrededor. Pero el PSOE, como ya
he escrito hace algún tiempo, no tiene quién le escriba...
En fin,
lo dicho: la cuestión clave es dilucidar y decidir si Felipe González y todo lo
que hoy representa está en el Psoe, aunque sea en minoría, o ya está
en la Historia. La cosa está entre el Vae victiis y el Curate victiis.
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