martes, 28 de enero de 2014

REFORMAS EDUCATIVAS Y LIBROS DE TEXTO




El Departamento de educación de la Generalitat Catalana ha anunciado que no va a renovar los libros de texto para adaptarlos a la LOMCE. Ahorrar gasto a las familias en tiempos de penuria económica no sabemos si es el motivo sincero o es el pretexto para señalar un hito más en el proceso soberanista.
Lo curioso es que, dejando de lado la política soberanista del gobierno catalán, objetivamente el cambio de los libros de texto exigido por la ley educativa del PP resulta a todas luces evitable. Sobre esto queremos aquí reflexionar.
Tradicionalmente los libros han sido los depositarios del saber. Los libros sagrados, del saber sagrado, y los libros  profanos, del saber secular. Aprender era leer directamente de esos libros o mediante la hermenéutica de los sabios. Controlar los libros era objetivo insoslayable del poder. Salirse del texto de los libros equivalía a abandonar la verdad. Giordano Bruno, Galileo y tantos otros dan buena cuenta de ello.
Cuando los revolucionarios franceses, Condorcet principalmente, sentaron los principios de la educación pública ─argamasa de la Nación─  la libertad de enseñanza, entendida como lo que más tarde se llamó libertad de cátedra, supuso un cambio radical en el estatus del conocimiento y en el papel de los profesores en la impartición del mismo. El maestro o profesor ya no debía limitarse ahora a dispensar el saber acumulado en los manuales, sino que venía obligado a cuestionar, indagar y experimentar lo sabido y a proponer hipótesis y teorías nuevas. Sin embargo, el control de los libros escolares nunca lo descuidaron los poderes, la Iglesia y el Estado. En plena efervescencia liberal, por ejemplo, se dice: “Será uno mismo el método de enseñanza, como también los libros elementales que se destinen a ella” (artículo 2º del Reglamento General de Instrucción Pública. Decreto de las Cortes de 29 de junio de 1821). Superada en la actualidad la aprobación previa de los textos escolares, la sujeción al saber establecido lo mantienen las Administraciones por medio de la fijación normativa de los currículos, instrucciones pedagógicas, programaciones, taxonomías de competencias y demás especificaciones invasoras que la vis expansiva de los psicopedagogos genera.
En la práctica, pues, de poco sirve que las modernas tendencias pedagógicas releguen a un segundo término los libros de texto, concediéndole valor central al trabajo interactivo de profesores y alumnos apoyado en otros instrumentos didácticos y en las nuevas tecnologías de la información (TICs). No hay pedagogo moderno que se precie que no sostenga el papel auxiliar, secundario, de los libros de texto, de los que se puede, y aún se debe, prescindir en la medida en que la “ley de la maestría” del profesor se impone. Dicho de otro modo: cuanto mejor es el maestro, menos necesario es el libro; el maestro novicio e inseguro, por el contrario, se agarra al guión del manual para no naufragar.
Cada reforma educativa ─olvidemos aquí los aspectos ideológicos─ en lo tocante a los saberes o contenidos de conocimiento los agrupa, parcela, organiza y gradúa en áreas, asignaturas o ámbitos temáticos, lo que al fin y al cabo obedece a decisiones convencionales, dado que, si bien la realidad es una, los enfoques epistemológicos y metodológicos son múltiples y diversos. Como el conocimiento no se transforma ni se incrementa de la noche a la mañana ─por más que don Hilarión cante “que hoy las ciencias adelantan que es un barbaridad”─ los libros de texto de la educación básica y aún de los universitarios tienen vocación de permanencia, demasiadas veces contrariada por intereses comerciales.
Después de cada reforma educativa se pone en marcha una desaforada máquina pedagógico-burocrática. Primero es el Decreto del currículo; después, en el marco de éste, los Decretos de los currículos de las Autonomías; a continuación, se requiere que cada centro adapte los anteriores currículos a sus condiciones particulares; luego los Departamentos y Coordinaciones de Ciclo o curso han de hacer lo propio y, finalmente, el profesor debe elaborar sus programaciones por asignatura y curso, sistematizando objetivos generales, específicos, materiales, formales, cognitivos, afectivos, actitudinales, sin olvidar la temporalización, el inventario de recursos a utilizar y los criterios de evaluación, Añádase aquí el incesante torrente de Orientaciones pedagógicas y las Instrucciones de principio de curso de las Direcciones Generales competentes y demás Servicios centrales empeñados en elevar la calidad educativa desde sus despachos. Para entonces, los profesores, a punto de perecer por aplastamiento y ahogo, se agarran al libro de texto como tabla de salvación.
Como se sabe, los libros de texto son puestos en el mercado por editores particulares que utilizan en su elaboración no a maestros y profesores de secundaria experimentados a pie de obra, sino a equipos didácticos ad-hoc que no pueden contrastar sus productos de laboratorio en la práctica de las aulas. Desde luego son manifiestamente mejorables. Cuando una nueva ley toca a rebato los editores ponen a sus equipos a trabajar con la premura de los plazos y se procede al cambio de la fachada de los textos precedentes,  a adaptarlos a la nueva jerga de moda y poco más.
Las reformas educativas, en lo que afecta a los contenidos, en el fondo se reducen a las modificaciones que incorporan los libros de texto, que, como hemos dejado dicho, son banalidades, de las que, en aras de la economía y el buen gobierno, habría que prescindir.
Por tanto, no debe extrañarnos que la señora Irene Rigau no quiera cambiar los textos de las 180 asignaturas que conlleva la LOMCE. Pocas medidas de política educativa podrán presentarse con argumentación mejor fundada: la pedagogía moderna da a los libros un papel secundario, las familias ahorran y, además, se evita el peligro de que al independentismo catalán le retoquen las fronteras nacionales o de que al rey Pedro IV el Ceremonioso le llamen aragonés en vez de catalán.

martes, 21 de enero de 2014

MANIFIESTO POR LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA EN CASTELLÓN




(Este escrito data de los primeros meses de 20007, vísperas de las Elecciones Autonómicas de la Comunidad Valenciana. Por diversas circunstancias quedó inédito. Y las elecciones las ganó por mayoría absoluta el señor Camps, hoy tristemente célebre por “los trajes” y por haber arruinado por muchos años a esta Comunidad. Condenado Carlos Fabra por varios delitos contra la Hacienda Pública, las secuelas y los hábitos de la corrupción persisten entre nosotros como las malas hierbas…)



“La política, señores ─sigue hablando Mairena─ es una actividad importantísima… Yo no aconsejaré nunca el apoliticismo, sino en último término, el desdén de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política,  aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y naturalmente contra vosotros”
Antonio Machado


LOS ABAJO FIRMANTES, CIUDADANOS Y CIUDADANAS DE CASTELLÓN

MIRAMOS con amor a nuestra ciudad. Con satisfacción observamos cómo en las últimas décadas ha crecido notablemente la población, y con ella la industria, el comercio, los servicios y, en consecuencia, la riqueza, que, aun repartida desigualmente, ha alcanzado a significativas capas sociales. El mercado laboral, por lo demás, ha absorbido por completo a la población activa e incluso está siendo foco importante de atracción para gentes e otros países.

SABEMOS, es cierto, que Castellón es una ciudad desorganizada y caótica, hecha a impulsos de un urbanismo dominado por intereses particulares, alicorto y sin perspectiva, y que los problemas de movilidad urbana y en general los atinentes a la prestación de servicios son graves. A pesar de lo cual, en una primera mirada apreciamos un aire de bienestar que envuelve a una ciudadanía aparentemente satisfecha.

FIJAMOS a continuación la vista con más detenimiento y descubrimos un fenómeno penoso: un malestar moral profundo corroe a la sociedad, un malestar difuso, casi imperceptible para algunos; agudo e insoportable para otros.
¿De dónde nos viene este malestar moral? Nos viene de la más grave pérdida humana, la libertad. Libertad, que es posibilidad de participar en la vida ciudadana por medio de la política. Pero, ¿qué ocurre si la política se corrompe? Que la libertad se nos arrebata y perdemos la condición de ciudadanos.

HACEMOS esta afirmación conscientes de su gravedad: la vida política en nuestra ciudad ha alcanzado tal grado de deterioro y perversión que nos resulta insoportable y nos obliga a romper el silencio.


I. CAUSAS Y CIRCUNSTANCIAS DE LA DEGENERACIÓN POLÍTICA

VIVIMOS con plena consciencia de que somos gobernados por un cacicato provincial al que a menudo tildamos de decimonónico y trasnochado con una displicencia tan ingenua como equivocada. El caciquismo en Castellón, lejos de haber quedado obsoleto por las transformaciones económicas, sociales y de las propias Administraciones Públicas (instrumento todopoderoso del Estado de Bienestar, que nada tiene que ver, por cierto, con el estado mínimo del siglo XIX) sigue rampante y en plena vigencia.

RECORDAMOS que don Manuel Azaña, Presidente de la Segunda República, se quejaba de cómo el caciquismo en su época había sobrevivido desde el viejo régimen incrustándose en la democracia y amenazaba con destruirla. Hoy, iniciado el siglo XXI, los y las cstellonenses con toda razón debemos lamentarnos de que los modos caciquiles de hacer política, extendidos como una densa tela de araña por toda la provincia desde el Palacio de las Aulas, no sólo anidan y se nutren de las formas democráticas , sino que expoliando el inmenso botín de las Administraciones Públicas y de los sectores privados  más dependientes de ellas, ha logrado perdurar y campar por sus respetos en una sociedad tan compleja como actual.

NOS PREGUNTAMOS cómo un solo hombre desde la Presidencia Provincial de un partido político y de una Corporación local ha podido adueñarse de todos los resortes de poder públicos y estar en todas las encrucijadas del tráfico económico; como ha sido posible que nada en la esfera política, económica, social y cultural; nada de lo que nos afecta como ciudadanas y ciudadanos se mueva sin pasar directa i indirectamente por su arbitrio.

SABEMOS que es por el camino de las estrategias concienzudamente unidas por dónde hay que buscar la explicación al caciquismo de Castellón. No tenemos duda alguna de que la prostitución del noble ejercicio de la política en Castellón es producto de actuaciones como las que siguen:

a)             Se ha gobernado en ausencia de derecho, prescindiendo sistemáticamente del          principio de legalidad, desposeyendo a los más débiles de toda protección legal.

b)                 En consecuencia, ha sido la identificación-subordinación al líder el único conducto del ciudadano para conseguir sus pretensiones legítimas.

c)        Unas relaciones públicas basadas en la afectuosidad, la campechanía, la familiaridad, el paternalismo y el populismo, unidos a un reparto generoso y personalizado de premios y recompensas han proporcionado al cacique la nutrida mesnada de vasallos fidelizados a prueba de sangre que se extiende por toda la provincia.

d)                  Simultáneamente, no ha temblado la mano en el uso del castigo e incluso de la venganza contra díscolos y opositores. Se ha seguido al pie de la letra la recomendación de Maquiavelo al Príncipe: si no consigues que tus súbditos te amen, al menos haz que te teman.

e)                  Percibimos miedo en la ciudadanía. Y somos dados a pensar que lo que a veces se consigna como individualismo descomprometido no es más que la coartada de un temor existente, que no es emoción expresa, sino sentimiento larvado que se activa sólo ante la previsión de eventuales represalias.

f)                  Elemento clave en la estrategia de dominación caciquil ha sido el “entrismo” como método de ocupación por intermediarios fuertemente fidelizados (regidos por la voz de mando y no por la vox legis) de puestos relevantes en todos los  “espacios normativos  institucionalizados”  (legislativo, judicial, administrativo, tributario, empresarial, asociativo…), con lo que las formas corruptoras de la vida política han sido interiorizadas.

g)                  El establecimiento de conexiones con poderes fácticos valencianos y nacionales; la correlación de fuerzas en el Partido Popular de la Comunidad valenciana y las hipotecas que parecen pender sobre este partido… todo hace pensar en una organización maniatad y contaminada que nada puede hacer contra el cacique y sus formas.

h)                  Hace ya más de tres años que el Presidente de la Diputación fue imputado por varios delitos contra la administración, más otro posterior por posible fraude fiscal. El “caso Fabra” saltó a la agenda nacional de la corrupción. El aforismo de que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente parece que una vez más se habrá cumplido.

i)                    Ha pasado el tiempo, más de tres años ─ya lo hemos dicho─ y para pasmo de propios y extraños el caso sigue escurriéndose por los vericuetos del sistema judicial.

j)                    La sociedad de Castellón, sometida a un régimen intenso de “desensibilización sistemática” como el utilizado para el tratamiento psicológico de aversiones y fobias, se ha acostumbrado a convivir con normalidad con el escándalo. El Presidente de la Diputación recorre prepotente las calles y foros públicos, nombra asesores  que ningún fiel se quede sin pesebre) y sigue instruyendo a sus gentes en el manejo de los censos…Y no pasa nada.
¿O sí pasa?

Pasa que los ciudadanos de Castellón nos sentimos mal.
Pasa que la desesperanza nos paraliza.
Pasa que la desafección de la política y de lo público deja todo el campo libre a los caciques.
Pasa que el individualismo aumenta y la ley civil es devorada por la ley de la selva.
Pasa que el nihilismo se expande en metástasis mortífera necrosando tejidos sociales.
Pasa que estamos perdiendo, con la libertad, la condición de ciudadanos y regresando al estado de metecos.


II. UN DECALOGO PARA LA REGENERACION DEMOCRÁTICA

Los firmantes de este Manifiesto cívico decimos NONO nos resignamos. No aceptamos la impotencia. No desistimos. Somos ciudadanas y ciudadanos y todavía estamos en posesión de la mejor arma para limpiar la vida pública: nuestro voto.

Primero.- Queremos políticos de reconocida vocación y dedicación a lo público. Queremos políticos que hagan políticas reales sobre las necesidades de la sociedad y no ciencia ficción y fuegos de artificio en que se quema el presupuesto.

Segundo.- Exigimos que nuestros gobernantes sean honestos y lo parezcan; que de su gobernación no salgan enriquecidos, ni ellos ni sus familias ni sus amigos. El decoro y el recato ha de regir sus vidas. Las muestras de lujo y de boato nos molestan por ridículas y por sospechosas. Por ello:

Harán pública su declaración de bienes ellos y los miembros de su familia nuclear al principio y al final de su actividad pública.

Cuando termine su mandato cesarán en todos los puestos de responsabilidad los que hayan accedido por razón de su cargo.

Durante dos años no podrán regresar o iniciar actividad relacionada con las competencias ejercidas durante su mandato.

En el caso de ser inculpados por un juez cesarán inmediatamente en su cargo para desde la esfera privada defender su presunta inocencia.

Exigimos a los partidos políticos que se abstengan de incluir en sus listas electorales a personas inculpadas por la Justicia.

Tercero.- Es imprescindible que los administradores públicos respeten escrupulosamente el principio de legalidad, fuera del cual sólo crecen las malas hierbas de la recomendación, el amiguismo, el nepotismo, el clientelismo y, en definitiva, el delito, esquilmadores del campo de la democracia.

Cuarto.- Queremos hombres y mujeres veraces. La mentira sistemática como arm de contienda partidaria ha arruinado la política. La mentira en interés del partido, la incoherencia, la fullería, las patrañas, las tergiversaciones, las calumnias, las injurias…, la mentira repetida  hasta hacerse “verdad” han convertido la política en algo innoble y despreciable.

Quinto.- Nuestros representantes han de ser transparentes. La visibilidad ha de presidir lo que planean, lo que deciden y lo que consiguen.

Sexto.- La participación en la res pública nos hace ciudadanas y ciudadanos. Los órganos de participación en nuestra ciudad yacen maniatados por ligazones espurias que atan a muchos de sus representantes. La nueva política se ha de imponer como primera tarea el deshacer los vínculos venales urdidos por el caciquismo.

Séptimo.- Una ciudad sólo es habitable si se rige por la justicia, la libertad, la igualdad, la honestidad y la solidaridad. Estos son los valores morales de los políticos que queremos.

Octavo.- Deseamos una ciudad justa. Y una ciudad justa sólo puede ser liderada por mujeres y hombres justos, que son aquellos que están dispuestos a dar a cada uno lo que le corresponde, a tratar desigualmente a quienes son desiguales. Sin el principio de diferenciación no hay verdadera justicia: los jóvenes, las mujeres, la gente mayor, los emigrantes… requieren especial atención.
     
Noveno.- Pretendemos para el gobierno de nuestra ciudad hombres y mujeres con una conciencia moral madura, que no sólo sean justos, sino también compasivos y responsables de sus acciones.
       
Décimo.- A los que ostentan la representación de sus convecinos les es exigible modestia y comedimiento. No han de subirse a engañosos pedestales de lujo ni a tarimas de vanidad. Vivan mejor a ras de suelo para no perder una idea aproximada de su estatura.




III. CONVOCATORIA GENERAL.

Lento y laborioso es para los pueblos hacerse con un puesto honorable y prestigioso en el concierto de las sociedades. Por el contrario, resulta sumamente fácil acceder a un lugar sobresaliente en el hit parade de la corrupción y el desprestigio.


LOS Y LAS CASTELLONENSES DEBEMOS ELEGIR

Por la decencia, por la limpieza, por la veracidad te convocamos, ciudadano/a de Castellón a la insoslayable tarea de regenerar la vida pública y, como primer acto, te invitamos a apoyar con tu firma este MANIFIESTO.







miércoles, 15 de enero de 2014

LOS HINCHADOS EGOS DE JUECES Y POLITICOS




Haberse atrevido a imputar a la Infanta Doña Cristina, hija del Rey, en  un auto de más de doscientas páginas ─como si de una tesis doctoral se tratase─   ha supuesto para el juez Castro ser tildado de ególatra, justiciero y aspirante al estrellato por los medios monárquicos y en especial por la airada caverna mediática.
En esta caterva de acerados críticos figura curiosamente un socialista, el señor J. Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid, que se ha detenido con entusiasmo digno de mejor causa en desarrollar la perversidad del juez justiciero y estrella y de asimilar al juez Castro con el ex juez Baltasar Garzón.
Pues, ¿qué es un juez justiciero? Prima facie, entenderíase que es aquél que ama la justicia intensamente y con igual intensidad la persigue en su juzgado. Pero, por debajo de esta interpretación literal, la almendra semántica es muy otra: el juez justiciero ama la justicia, cierto, en sí misma o por mor del prestigio y reconocimiento social que su consecución conlleva, mas la pasión que despliega en el empeño jurisdiccional le conduce a veces a desbordar los cauces formales, forzar los medios de prueba y, a la postre, subordinar las formalidades procesales al fin “justo” previamente establecido por el juez. Los encausados ante este tipo de juez vienen obligados a confesar lo que conviene al proceso, que es lo que conviene al juez.  Así, el juez justiciero suele bordear la prevaricación y en ocasiones caer en ella. Otras veces este prototipo de juez es un pseudorrevolucionario social que pretende hacer la revolución desde la barrera de su juzgado, misión imposible, como ha podido comprobar en sus propias carnes Garzón.
La opinión general no creo yo que considere a Castro como justiciero y portador de un ego que no le cabe en el pecho. Más bien lo tiene por trabajador, independiente, experimentado y experto en la técnica jurídica. No estaría uno tan seguro de la normalidad volumétrica del ego del señor Leguina.
Economista, estadístico-demógrafo, político relevante durante muchos años, intelectual, autor de una veintena de ensayos y novelas, la biografía del señor Leguina, vista en retrospectiva, permite que su propietario dijese lo que Pablo Neruda tituló en sus Memorias: “Confieso que he vivido”. Sin embargo, el expresidente de la Comunidad madrileña no se muestra satisfecho. Desde que dejó la primera línea en la política  sus ataques a compañeros socialistas han sido tan frecuentes como desconsiderados y crueles, ataques hechos normalmente desde plataformas mediáticas  de la ultraderecha. Empezó por descalificar a Zapatero ─sin duda el Presidente de Gobierno más honesto personal e intelectualmente de nuestra democracia─; siguió insultando al que fue secretario general del PSC, señor Iceta; abominó de Cristina Carbona recriminando a Borrell haberse echado una novia como ésa… En fin, toda una serie de vómitos propios del ajuste de cuentas con compañeros. Algo estéticamente muy feo. De la ética no hablemos.
¡Qué insoportable resulta para algunos políticos abandonar la escena e ingresar en la penumbra del ostracismo! En estos tiempos de iconolatría pareciera que si no aparecemos no somos. Si nuestra imagen desaparece del escaparate público, es como si dejásemos de existir. Es el inconveniente de vivir hacia fuera, es la desgracia de no encontrar nada dentro de nosotros capaz de “entretenernos”.
Si para seguir “siendo” hay que salir en los medios de la derecha extrema, no le vendría mal al señor Leguina, amigo de Ruiz Gallardón, recordar aquel aforismo de Mc Luhan: el medio es el mensaje.

martes, 14 de enero de 2014

CONSUMISMO, ESTAFA Y FRUSTRACIÓN




Las grandes quiebras económicas tienen, entre otros muchos efectos, el de darnos aceleradas lecciones de economía elemental (la letra con sangre entra): la deuda hay que pagarla para que los mercados nos sigan prestando, nos dicen unos; hay que gastar para tirar de la demanda, si no la producción se detiene y el desempleo aumenta, afirma otro maestrillo según su propio librillo. La economía está llena de paradojas y contradicciones difíciles de conjugar. Nunca tenemos claro si hay que consumir o no consumir, si poco o mucho. Cuándo uno es mero consumidor o declarado consumista.
Consumismo en principio es un exceso en la acumulación, uso y disfrute de bienes y servicios que el mercado ofrece. Podría decirse que se cae en la situación de consumista cuando se consume más de lo necesario. Pero distinguir lo necesario de lo superfluo no es nada fácil. Es más, esta distinción, si hemos de seguir a Ortega y Gasset, no nos lleva a parte alguna. Así nos lo advirtió: “el concepto de necesidad humana abarca indiferenciadamente lo objetivamente necesario y lo superfluo. Si nosotros nos comprometiésemos a distinguir cuáles de entre nuestras necesidades son rigurosamente necesarias, ineludibles, y cuáles superfluas, nos veríamos en el mayor aprieto” (Meditación de la técnica, 1933). Porque el hombre, sigue el filósofo, es un animal para el cual sólo lo superfluo es necesario. El hombre no es naturaleza, es historia, proyecto, autoprogramación, en función del avance de la técnica, sin la que el hombre deviene imposible. Con la técnica nos aseguramos la satisfacción de las necesidades humanas, pero éstas son asimismo una invención, según lo que en cada época y lugar un pueblo o una persona pretende ser.
Se planteaba Ortega y Gasset cómo habría de llenar el hombre el hueco de tiempo ahorrado por la técnica y, de la mano de Keynes, profetizaba que las 8 horas de trabajo diario se convertirían 2 a no tardar (esto escribía en 1933). No se ha cumplido tal utopía. Tampoco acertó el filósofo raciovitalista en cómo evolucionaría el problema de los deseos humanos.
Ya en 1922 había denunciado un hecho grave: “Europa padece una extenuación en su facultad de desear”. El problema del hombre del futuro iba a ser el de aprender a desear dentro del inabarcable abanico de potencialidades que la técnica estaba dispuesta a proporcionar.
También en esto de los deseos la utopía, fiel a su naturaleza, se incumplió. El sistema económico se encargó de convertir a los hombres de la sociedad post-industrial en “máquinas deseantes” (El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. G.Deleuze y F. Guattari). Cuando en los años veinte del siglo pasado en EEUU la producción desbordaba las capacidades normales de consumo, fue el momento de la mercadotecnia, el marketing, la publicidad y demás mecanismos de persuasión y manipulación de los deseos. Aprender a desear  (a proyectar la propia vida) ya no requería esfuerzo.  Basta consumir lo que produce la Gran Máquina y conectarse a ella. El mercado ofrece tal cantidad y variedad de cosas que la activación del deseo y el objeto mismo se confunden. Hacerse consumidor y, al fin, consumista es el destino último.
El consumismo es una patología social que afecta a individuos que mantienen con los objetos y los bienes una relación falsificada: estos objetos y bienes no obedecen a necesidades inscritas en un proyecto vital autónomo, sino a intereses ajenos, de fuera del individuo. Ocurre entonces que el hombre no posee a las cosas, éstas lo poseen a él, en ellas se enajena, en sentido marxiano.
La patología consumista cursa hasta un punto en que los objetos sólo existen para el adicto como estímulo-excusa para la acción de comprar. El placer está en comprar por comprar. Todo momento es bueno: las fiestas navideñas, las rebajas, ofertas varias, oportunidades irrepetibles, cachivaches multiuso, lo último, lo jamás visto, aquello que todo el mundo tiene, ese artefacto que guisa sólo, aquél otro que aspira la basura por los rincones más escondidos del piso… Las grandes superficies comerciales son catedrales-laberinto donde los creyentes consumistas son más predecibles que las ratas en un laboratorio.
El fenómeno del consumismo recibió la oportuna crítica cultural décadas atrás. Hoy en España presenta un aspecto tristemente desconcertante: las generaciones que fueron criadas en un cierto bienestar, a las que los padres nacidos en la postguerra civil trataron de evitar penalidades y miserias, en la hora presente carecen de los más básicos recursos para satisfacer las necesidades orgánicas de un animal.
Educados en el consumo y abocados al consumismo, están recibiendo una terapia de electroshock contra su adicción, pero de la pérdida de toda posibilidad de proyecto vital, de la gran estafa que han sido objeto, ¿quién los curará?

viernes, 10 de enero de 2014

POR QUÉ LA GENTE NO SE REBELA





Hay flotando en el ambiente una pregunta. Se formula en la familia, entre los amigos, en las conversaciones de café, e incluso ha saltado a las tertulias de radio y televisión y a las columnas y comentarios de la prensa escrita: cómo es posible que el pueblo aguante tanto y no se eche a la calle; millones de personas inmersas en la pobreza y en riesgo de supervivencia física y, sin embargo, no se levantan contra la minoría responsable al grito de ¡basta ya!

Es claro que el asunto de la pobreza de los más y la riqueza obscena de los menos no afecta en exclusiva a España. El incremento acelerado de las desigualdades de renta entre ricos y pobres en EEUU y en el resto del mundo ha sido estudiado por Pickertty & Saez, dos economistas franceses afincados en universidades americanas. Paul Krugman viene reiterando también la nocividad de la desigualdad de riqueza entre el 1% de la población y el resto, tanto a efectos del desencadenamiento de las crisis de recesión económica como de impedimento para salir de ellas. Y entre nosotros el profesor Viçenc Navarro abunda en similares análisis y conclusiones. Pero por encima de estudios econométricos está la vivencia, la observación cotidiana de la miseria material de allegados, vecinos y conciudadanos que crece y crece y nos envuelve con la mano extendida pidiendo pan para sobrevivir.

Lamentable es también el espectáculo de los trabajadores que han conservado el empleo o han logrado uno aunque sea precario y abusivo. Peor lo tenían los esclavos negros de Alabama o los campesinos vasallos de los señores feudales… ¿Seguro?  No tanto. Los unos y los otros tenían el condumio diario y el techo asegurados; a los trabajadores del capitalismo neoliberal se les puede desahuciar y echar de sus casas, eso sí,  tras un legalísimo procedimiento judicial. En un reciente estudio se ha averiguado que la mayoría de los jóvenes de entre 18 y 24 años  está dispuesta a aceptar cualquier trabajo, con cualquier salario y en el lugar que sea.  En esto han quedado las conquistas de la clase trabajadora.

El inefable señor Julio Anguita proclamaba recientemente en una entrevista televisiva con la solemnidad que le caracteriza: los males de España, y del mundo, claro, se terminarán cuando el pueblo salga a la calle y diga ¡basta!, pacíficamente, por supuesto. A la pregunta de una periodista por las primeras medidas que él tomaría si fuese presidente del Gobierno, tras componer el gesto (oh, yo no soy de este mundo) respondió con más énfasis del acostumbrado: nada de grandes medidas, nada de proclamar la República; simplemente, que se cumpla la Constitución, que se cumpla la Constitución en todos sus términos… Y se quedó tan ancho. Ningún periodista le cuestionó el cómo.

La pregunta, pues, sigue en pié: cuál es la razón profunda por la que los explotados y oprimidos no se revuelven contra los explotadores y opresores. ¿Es de naturaleza cognitiva o volitiva? ¿Es asunto de saber o de querer o de una combinación de las dos cosas? Estas son viejas cuestiones de la psicología, de la sociología y de la política: la génesis, el desarrollo y consecuencias de las revoluciones-parteras de la historia. Con el tiempo los dos bandos han aprendido mucho. El uno, a colonizar las mentes del pueblo; el otro, a no entregar su sangre de hoy en el altar de un porvenir trascendente a la vida individual.

Noam Chomsky describió diez estrategias de manipulación de las masas: estrategia de la distracción o desvío de la atención de los asuntos cruciales; de la creación de falsos problemas para después resolverlos; de la gradualidad; del diferimiento de las medidas “dolorosas y necesarias”; de la interpelación al público como si fuese menor de edad; de la referencia al aspecto emocional más que a la reflexión; de la estimulación hacia la mediocridad (poner de moda la ignorancia y la estupidez); la de reforzar la autoculpabilidad; la que supone conocer a cada individuo mejor de lo que él se conoce en base a los avances de la biología, la neurobiología, psicología, etc. El célebre lingüista y activista americano concluye: “la población general no sabe lo que está ocurriendo y ni siquiera sabe que no lo sabe”. Así que  ¿cómo puede uno liberarse de la envolvente manipulación?

Condorcet, seguramente el filósofo, científico, político y teórico de la educación más liberal de la Revolución Francesa, dejó escrito : “Cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de una de las partes, cuenta entre sus medios con los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas” (Esquisse d´un tableau historique des progrès de l´esprit humain). El gran filósofo E. Kant entendía el fenómeno de la Ilustración como la progresiva salida de la Humanidad de su minoría de edad. Las “luces de la razón” habrían de conducir al hombre a la justicia, a la libertad y a la felicidad a lo largo de un proceso de perfectibilidad indetenible…

Sin embargo, este noble ideal tropezó desde el principio con la reacción de las élites del sistema, que se desplegó en un doble sentido: por una parte, se convirtió la educación popular, llamada a ser pública, en mercancía, de la que cada cual adquiría la ración que su economía permitiese; se diseñó una educación instrumental, desprovista de los saberes auténticamente liberadores, subordinada al mundo de la producción e incapaz de formar ciudadanos críticos y hábiles para el escrutinio de la elección democrática. Por otra parte, se pusieron en marcha todos los aparatos ideológicos del estado al servicio de la corrupción de la voluntad del individuo y la desmoralización pública, en el doble sentido de esta palabra, ausencia de valores morales y decaimiento del ánimo para la acción enérgica.

La ignorancia y la desmoralización explican, pues, los “inexplicables” niveles de tolerancia a la frustración de las masas populares en España. Si se entiende que Belén Esteban escriba un libro de éxito, todo lo demás es explicable en nuestro amado país.