viernes, 10 de enero de 2014

POR QUÉ LA GENTE NO SE REBELA





Hay flotando en el ambiente una pregunta. Se formula en la familia, entre los amigos, en las conversaciones de café, e incluso ha saltado a las tertulias de radio y televisión y a las columnas y comentarios de la prensa escrita: cómo es posible que el pueblo aguante tanto y no se eche a la calle; millones de personas inmersas en la pobreza y en riesgo de supervivencia física y, sin embargo, no se levantan contra la minoría responsable al grito de ¡basta ya!

Es claro que el asunto de la pobreza de los más y la riqueza obscena de los menos no afecta en exclusiva a España. El incremento acelerado de las desigualdades de renta entre ricos y pobres en EEUU y en el resto del mundo ha sido estudiado por Pickertty & Saez, dos economistas franceses afincados en universidades americanas. Paul Krugman viene reiterando también la nocividad de la desigualdad de riqueza entre el 1% de la población y el resto, tanto a efectos del desencadenamiento de las crisis de recesión económica como de impedimento para salir de ellas. Y entre nosotros el profesor Viçenc Navarro abunda en similares análisis y conclusiones. Pero por encima de estudios econométricos está la vivencia, la observación cotidiana de la miseria material de allegados, vecinos y conciudadanos que crece y crece y nos envuelve con la mano extendida pidiendo pan para sobrevivir.

Lamentable es también el espectáculo de los trabajadores que han conservado el empleo o han logrado uno aunque sea precario y abusivo. Peor lo tenían los esclavos negros de Alabama o los campesinos vasallos de los señores feudales… ¿Seguro?  No tanto. Los unos y los otros tenían el condumio diario y el techo asegurados; a los trabajadores del capitalismo neoliberal se les puede desahuciar y echar de sus casas, eso sí,  tras un legalísimo procedimiento judicial. En un reciente estudio se ha averiguado que la mayoría de los jóvenes de entre 18 y 24 años  está dispuesta a aceptar cualquier trabajo, con cualquier salario y en el lugar que sea.  En esto han quedado las conquistas de la clase trabajadora.

El inefable señor Julio Anguita proclamaba recientemente en una entrevista televisiva con la solemnidad que le caracteriza: los males de España, y del mundo, claro, se terminarán cuando el pueblo salga a la calle y diga ¡basta!, pacíficamente, por supuesto. A la pregunta de una periodista por las primeras medidas que él tomaría si fuese presidente del Gobierno, tras componer el gesto (oh, yo no soy de este mundo) respondió con más énfasis del acostumbrado: nada de grandes medidas, nada de proclamar la República; simplemente, que se cumpla la Constitución, que se cumpla la Constitución en todos sus términos… Y se quedó tan ancho. Ningún periodista le cuestionó el cómo.

La pregunta, pues, sigue en pié: cuál es la razón profunda por la que los explotados y oprimidos no se revuelven contra los explotadores y opresores. ¿Es de naturaleza cognitiva o volitiva? ¿Es asunto de saber o de querer o de una combinación de las dos cosas? Estas son viejas cuestiones de la psicología, de la sociología y de la política: la génesis, el desarrollo y consecuencias de las revoluciones-parteras de la historia. Con el tiempo los dos bandos han aprendido mucho. El uno, a colonizar las mentes del pueblo; el otro, a no entregar su sangre de hoy en el altar de un porvenir trascendente a la vida individual.

Noam Chomsky describió diez estrategias de manipulación de las masas: estrategia de la distracción o desvío de la atención de los asuntos cruciales; de la creación de falsos problemas para después resolverlos; de la gradualidad; del diferimiento de las medidas “dolorosas y necesarias”; de la interpelación al público como si fuese menor de edad; de la referencia al aspecto emocional más que a la reflexión; de la estimulación hacia la mediocridad (poner de moda la ignorancia y la estupidez); la de reforzar la autoculpabilidad; la que supone conocer a cada individuo mejor de lo que él se conoce en base a los avances de la biología, la neurobiología, psicología, etc. El célebre lingüista y activista americano concluye: “la población general no sabe lo que está ocurriendo y ni siquiera sabe que no lo sabe”. Así que  ¿cómo puede uno liberarse de la envolvente manipulación?

Condorcet, seguramente el filósofo, científico, político y teórico de la educación más liberal de la Revolución Francesa, dejó escrito : “Cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de una de las partes, cuenta entre sus medios con los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas” (Esquisse d´un tableau historique des progrès de l´esprit humain). El gran filósofo E. Kant entendía el fenómeno de la Ilustración como la progresiva salida de la Humanidad de su minoría de edad. Las “luces de la razón” habrían de conducir al hombre a la justicia, a la libertad y a la felicidad a lo largo de un proceso de perfectibilidad indetenible…

Sin embargo, este noble ideal tropezó desde el principio con la reacción de las élites del sistema, que se desplegó en un doble sentido: por una parte, se convirtió la educación popular, llamada a ser pública, en mercancía, de la que cada cual adquiría la ración que su economía permitiese; se diseñó una educación instrumental, desprovista de los saberes auténticamente liberadores, subordinada al mundo de la producción e incapaz de formar ciudadanos críticos y hábiles para el escrutinio de la elección democrática. Por otra parte, se pusieron en marcha todos los aparatos ideológicos del estado al servicio de la corrupción de la voluntad del individuo y la desmoralización pública, en el doble sentido de esta palabra, ausencia de valores morales y decaimiento del ánimo para la acción enérgica.

La ignorancia y la desmoralización explican, pues, los “inexplicables” niveles de tolerancia a la frustración de las masas populares en España. Si se entiende que Belén Esteban escriba un libro de éxito, todo lo demás es explicable en nuestro amado país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario