Las grandes
quiebras económicas tienen, entre otros muchos efectos, el de darnos aceleradas
lecciones de economía elemental (la letra con sangre entra): la deuda hay que
pagarla para que los mercados nos sigan prestando, nos dicen unos; hay que
gastar para tirar de la demanda, si no la producción se detiene y el desempleo
aumenta, afirma otro maestrillo según su propio librillo. La economía está
llena de paradojas y contradicciones difíciles de conjugar. Nunca tenemos claro
si hay que consumir o no consumir, si poco o mucho. Cuándo uno es mero
consumidor o declarado consumista.
Consumismo en
principio es un exceso en la acumulación, uso y disfrute de bienes y servicios
que el mercado ofrece. Podría decirse que se cae en la situación de consumista
cuando se consume más de lo necesario. Pero distinguir lo necesario de lo
superfluo no es nada fácil. Es más, esta distinción, si hemos de seguir a
Ortega y Gasset, no nos lleva a parte alguna. Así nos lo advirtió: “el concepto
de necesidad humana abarca indiferenciadamente lo objetivamente necesario y lo
superfluo. Si nosotros nos comprometiésemos a distinguir cuáles de entre
nuestras necesidades son rigurosamente necesarias, ineludibles, y cuáles
superfluas, nos veríamos en el mayor aprieto” (Meditación de la técnica, 1933). Porque el hombre, sigue el
filósofo, es un animal para el cual sólo lo superfluo es necesario. El hombre
no es naturaleza, es historia, proyecto, autoprogramación, en función del
avance de la técnica, sin la que el hombre deviene imposible. Con la técnica
nos aseguramos la satisfacción de las necesidades humanas, pero éstas son
asimismo una invención, según lo que en cada época y lugar un pueblo o una
persona pretende ser.
Se planteaba
Ortega y Gasset cómo habría de llenar el hombre el hueco de tiempo ahorrado por
la técnica y, de la mano de Keynes, profetizaba que las 8 horas de trabajo
diario se convertirían 2 a no tardar (esto escribía en 1933). No se ha cumplido
tal utopía. Tampoco acertó el filósofo raciovitalista en cómo evolucionaría el
problema de los deseos humanos.
Ya en 1922
había denunciado un hecho grave: “Europa padece una extenuación en su facultad
de desear”. El problema del hombre del futuro iba a ser el de aprender a desear
dentro del inabarcable abanico de potencialidades que la técnica estaba
dispuesta a proporcionar.
También en
esto de los deseos la utopía, fiel a su naturaleza, se incumplió. El sistema
económico se encargó de convertir a los hombres de la sociedad post-industrial
en “máquinas deseantes” (El Antiedipo.
Capitalismo y esquizofrenia. G.Deleuze y F. Guattari). Cuando en los años
veinte del siglo pasado en EEUU la producción desbordaba las capacidades
normales de consumo, fue el momento de la mercadotecnia, el marketing, la
publicidad y demás mecanismos de persuasión y manipulación de los deseos.
Aprender a desear (a proyectar la propia
vida) ya no requería esfuerzo. Basta
consumir lo que produce la Gran Máquina y conectarse a ella. El mercado ofrece
tal cantidad y variedad de cosas que la activación del deseo y el objeto mismo
se confunden. Hacerse consumidor y, al fin, consumista es el destino último.
El consumismo
es una patología social que afecta a individuos que mantienen con los objetos y
los bienes una relación falsificada: estos objetos y bienes no obedecen a necesidades
inscritas en un proyecto vital autónomo, sino a intereses ajenos, de fuera del
individuo. Ocurre entonces que el hombre no posee a las cosas, éstas lo poseen
a él, en ellas se enajena, en sentido marxiano.
La patología
consumista cursa hasta un punto en que los objetos sólo existen para el adicto
como estímulo-excusa para la acción de comprar. El placer está en comprar por
comprar. Todo momento es bueno: las fiestas navideñas, las rebajas, ofertas
varias, oportunidades irrepetibles, cachivaches multiuso, lo último, lo jamás
visto, aquello que todo el mundo
tiene, ese artefacto que guisa sólo, aquél otro que aspira la basura por los
rincones más escondidos del piso… Las grandes superficies comerciales son catedrales-laberinto
donde los creyentes consumistas son más predecibles que las ratas en un
laboratorio.
El fenómeno
del consumismo recibió la oportuna crítica cultural décadas atrás. Hoy en
España presenta un aspecto tristemente desconcertante: las generaciones que
fueron criadas en un cierto bienestar, a las que los padres nacidos en la
postguerra civil trataron de evitar penalidades y miserias, en la hora presente
carecen de los más básicos recursos para satisfacer las necesidades orgánicas
de un animal.
Educados en
el consumo y abocados al consumismo, están recibiendo una terapia de electroshock
contra su adicción, pero de la pérdida de toda posibilidad de proyecto vital,
de la gran estafa que han sido objeto, ¿quién los curará?
No hay comentarios:
Publicar un comentario