lunes, 30 de diciembre de 2013

EL ABORTO Y EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES




No es fácil en la aprobación de las leyes importantes evitar la personalización, por más que los Anteproyectos sean aprobados colegiadamente por los gobiernos.  Así ha ocurrido con la  ley de  educación, LOMCE, denominada Ley Wert, y así va a suceder con la ley del aborto, conocida ya como Ley Gallardón; y si la ley de seguridad ciudadana no toma el nombre del ministro del Interior es por su apellido demasiado común… En el caso de la Ley Orgánica de Protección de la Vida del Concebido y de los Derechos de la Mujer Embarazada (el título se las trae, sobre todo en la segunda parte del enunciado), la personalización la busca el propio ministro de Justicia al declarar que la exclusión de las malformaciones del feto como supuesto para la interrupción de un embarazo está motivada en una “convicción personal”.

Las convicciones personales son en principio respetables y las conductas coherentes con ellas merecen reconocimiento. Pero cuando una persona actúa en el campo de lo público y trata de gobernar al resto de los ciudadanos ─en este caso, el cuerpo de la mitad de la población, las mujeres─ desde una moral particular ubicada extramuros de la ciudadela de los valores comunes de la ciudadanía, esa persona se convierte en un peligro social.

No nos llamamos a engaño. El señor Gallardón no está solo: detrás de él está la jerarquía eclesiástica, un entramado de asociaciones del catolicismo fundamentalista, minorías etnocéntricas y el mismo presidente del gobierno, que deja hacer como si el “asunto” no fuese con él. Gallardón y Rajoy, Rajoy y Gallardón, dos personalidades políticas mendaces, hipócritas e impostoras, que tras un camuflaje de moderación y retórica leguleya esconden un integrismo derechista en el fondo inhumano.

Si nos fuese familiar la imagen del ministro de Justicia, del presidente de la Conferencia Episcopal y de las asociaciones defensoras de la vida y antiabortistas encabezando manifestaciones, protagonizando encierros, clamando a favor de los desheredados de la tierra, de los que tienen hambre y sed, de los sin techo, y, aún más, haciendo escraches contra los usurpadores de la mayor parte de los bienes del planeta, entones sí nos creeríamos que su defensa de la vida, la del concebido y la del nacido, iba en serio. No es así. Todo es una descomunal impostura.

Las motivaciones verdaderas, conscientes o inconscientes, de los movimientos compulsivos antiabortistas habrá que buscarlos por otros derroteros.  A finales del siglo pasado, Samuel Huntinghon sostuvo la tesis, con importante eco mediático, de que, superadas las guerras entre naciones y pueblos, los conflictos ideológicos entre comunismo, fascismo, nazismo, la Guerra Fría  y el triunfo de la democracia liberal, en el futuro los conflictos surgirán en los límites de ruptura de las civilizaciones; es el llamado “choque de civilizaciones”. Hablaba Huntinghon de la civilización occidental, con sus dos variantes (europea y estadounidense), la confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava, etc. Con NS Naipoul concedía a la civilización occidental el carácter de universalidad y la consideraba  la más conveniente a todos los hombres. El choque más probable aparecía entre las civilizaciones occidental e islámica y el terrorismo yihadista de los últimos tiempos no ha hecho más que convencer a los convencidos de una profecía que se autocumple, pasando por alto el esquematismo y falta de rigor científico de la tesis de Huntinghon.

Por otra parte, en el mundo occidental existe  un clamor de los líderes religiosos  contra la secularización o descristianización de la sociedad. Se abomina del relativismo moral y Rouco Varela  acaba de hacerlo del alcohol, las drogas y el sexo salvaje (sic). La descristianización de Europa es una denuncia que viene de lejos y los ideólogos culpables han recibido ya cumplida estigmatización de malditismo. Carlos Marx, que rebajó el cielo trascendente a la terrenalidad inmanente y alertó al pueblo de la función opiácea de la religión; Freud, que describió el sentido neurótico del fenómeno religioso; Nietzsche, que responsabilizó a la moral esclava del cristianismo de reprimir las energías más nobles y vigorosas del ser humano y de entristecer la civilización occidental.

Hay otros hechos además que preocupan a la minoría blanca, religiosa y bienpensante. Los escenarios demográficos no aseguran la continuidad de la clientela de  las iglesias. Si los movimientos migratorios siguen y se acrecientan, como es lo previsible, si magrebíes, saharianos, subsaharianos, indios, pakistaníes y chinos invaden las metrópolis europeas, si el aborto se liberaliza entre los autóctonos y la tasa de natalidad no alcanza la tasa de reposición, es cuestión de tiempo que se invierta la relación cuantitativa entre la población blanca-cristiana-nativa y la población oscura-no cristiana-advenida. En Cataluña, donde existen comarcas altamente pobladas por familias magrebíes muy fecundas, hace tiempo que los dirigentes nacionalistas vienen echando cuentas y lucubrando para preservar la pureza de la sangre y del aire que emana del Monasterio de Ripoll.

Acaso, pues, no sea el puro amor a la vida lo que mueve a los antiabortistas  en general. Hay razones que explican mejor el porqué es “moral”  incrementar la prole cristiana: la clientela disminuye y sin clientes no hay burocracia que subsista, sea civil o religiosa. Se necesitan angelitos para el cielo que les espera…, este perro mundo.

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