Después de la sentencia recaída
sobre Carlos Fabra, dos consecuencias a modo de corolarios se han planteado en
forma de interpelación pública: porqué sigue de Secretario General de la Cámara
de Comercio y, en cuanto tal, como vocal del Consejo de Administración de Port
Castelló, y, en segundo término, qué administración o institución paga a los
escoltas que hoy por hoy continúan acompañándolo a todas partes.
¿Debería el señor Fabra cesar en su
cargo de Secretario General de la Cámara? Veamos. Las Cámaras de Comercio,
Industria y Navegación son corporaciones de derecho público con personalidad
jurídica propia y plena capacidad de obrar. Tienen por objeto defender y
promover los intereses de los comerciantes y empresarios agrupados en ellas y,
a fin de cuentas, son órganos consultivos y de colaboración de las
Administraciones Públicas. Se financian con las cuotas de los adscritos y
también de subvenciones de la Unión Europea.
El Secretario General es seleccionado mediante convocatoria pública, su
estatuto es de régimen laboral, vela por la legalidad de los acuerdos de los
distintos órganos, en los que tiene voz, pero no voto. Si no fuera por su
carácter laboral, diríamos que es un
cuasi-funcionario; en todo caso se acerca bastante a la función de un empleado
público. Por otra parte, este secretario
no es un secretario cualquiera. Es el factótum, el todopoderoso dispensador de favores, aquél que dio existencia a todos los que le rodean o al menos permitió
que existiesen. Desde la Presidente al último empleado de la Cámara, de una
forma u otra todos están obligados al ex-Presidente de la Diputación.
Claro que debería cesar en su puesto
el Secretario General. La imagen del empresariado de la Cámara lo exige. Nadie
moverá un dedo. Acaso algunos de los beneficiados ─así es la condición
humana─ se sientan incómodos y hasta
resentidos contra el que, desde su podio de poder, los humilló, los
empequeñeció, los obligó a la genuflexión o, simplemente, les recuerda su
tiempo de menesterosidad. Y, si hablamos de responsables del gobierno
valenciano, la conclusión es la misma. Qué puede decir la Consellera de
Infraestructuras, señora Bonig, sino
indocumentadas excusas. Y el otro Fabra, el M.H. President de la Generalitat,
cachorro de la misma camada, qué “puede”
hacer. Nada.
La segunda cuestión se refería al
enigma de los escoltas: ¿Quién les retribuye su salario? Una tras otra
Administraciones e Instituciones han negado ser ellas las pagadoras. La prensa y el resto de medios de comunicación
en su afán indagatorio han deducido que
el condenado no podía correr con ese gasto, pues, según propia
confesión, carecía de dinero para pagar la multa de Hacienda. Conclusión
precipitada, por cierto: el dinero es maleable y sus circuitos poco transparentes;
se puede tener dinero para algunas cosas y no tenerlo para otras. Hay otra
hipótesis posible: que los escoltas trabajen gratis et amore, movidos por el
carisma del líder. A veces la devoción y el fervor que provocan algunos seres
superiores son tales que su proximidad, su roce, el formar parte de su mismo
paisaje supone gratificación suficiente para los servidores. En fin, sea lo que
sea, el tiempo acabará corriendo el velo del secreto.
Para mí, sin embargo, este asunto de
los escoltas tiene otra perspectiva más radical, más interesante desde el punto
de vista humano: porqué, para qué necesita el señor Fabra (don Carlos) llevar
un par de escoltas a todas partes; a qué
o a quiénes tiene miedo, si ETA ya no mata.
El condenado declaró en rueda de
prensa que no temía entrar en la cárcel y hace bien, pues yo también creo que
no irá a ese lugar tan impropio de su estirpe. Explicó su valentía en base a un
hecho: él hace muchos años que se afeita, como un machote. Ah, pero el miedo es
una emoción subrepticia y furtiva que en ocasiones nos ocupa sin nosotros
saberlo. Como el agua, aprovecha la mínima porosidad para penetrarnos y
humedecer nuestros huesos. A lo peor es lo que le ocurre a nuestro carismático
líder: que después de tantos años
protegido y blindado por guardaespaldas ─piel de su piel, carne de su
carne─ tiene pánico a salir solo a la calle, una especie de agorafobia extraña en un hombre hecho a vivir en olor de
multitudes.
¿Veremos los castellonenses algún
día a don Carlos Fabra deambulando por las calles de Castellón como un ciudadano
más, sin escoltas que lo protejan de no
se sabe qué peligro? Ya se sabe, la gran mayoría de la gente lo quiere, lo
adora y le está agradecida por tantas buenas obras hechas y, en síntesis, por
haber puesto a la provincia en el mapa del mundo. Solo ante el peligro lo
queremos ver.
"Bonig" no "Bonich"
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