Como otros
españoles he venido acumulando durante los últimos cuatro años creciente preocupación
por el desbordamiento independentista de Cataluña, sentimiento que fui
canalizando a través de la escritura de algunos artículos en los que alternaba
la acre invectiva contra la inactividad del Presidente del Gobierno, señor
Rajoy, y el intento de racionalizar la historia, auge y sentido de la revuelta
catalana.
En este
lapso de tiempo se dio la circunstancia de la casual reanudación de mi amistad
con un viejo amigo de juventud, paisano de Teruel, pero residente desde hace
años en Barcelona. Comprobar que, desde aquel sesentayochismo izquierdoso que
profesamos en el campus universitario madrileño, habíamos evolucionado ambos
hacia una socialdemocracia serena y prudente, posición progresista máxima que
razonablemente puede esperarse de personas entradas en la edad provecta, fue
para mí intensamente satisfactorio. Aún más admirable resultó descubrir que
aquel economista de profesión se había convertido con los años en un ser
polifacético: escritor, poeta, artista plástico, investigador y defensor
pertinaz de la lengua catalana de su
infancia en un pueblo de la Franja oriental de Aragón...
Con mi
autorización vinculó su página web a mi correo y fui recibiendo puntualmente
noticia de sus haceres y pensares. Inicialmente fui coincidiendo con él en la
atribución de culpas y responsabilidades a la derecha carpetovetónica española
por la desafección catalana. Más tarde,
empecé a sobresaltarme al ver cómo defendía el derecho a decidir fundado
en ese razonamiento simplista de que lo democrático es dejar que la gente vote
(¿hay algo más democrático que el voto?). El día en que leí en su web los
emocionados versos patrióticos ante el despliegue de un mar de esteladas en el
NOU CAMP se me cayeron todos los palos del sombrajo. Ahí es donde se jodió el
Perú, que diría Vargas Llosa.
Uno puede
comprender que las élites económicas, políticas y burocráticas de un territorio
regional pretendan aprovechar una coyuntura histórica favorable para disputar
el poder a la metrópolis independizándose; uno puede entender que clases medias
empobrecidas y frustradas se apunten a cualquier alternativa que les aleje del
origen de todos los males (España en este caso); que los jóvenes, con estudios
o sin ellos, recluidos masivamente en el
paro y sin ningún horizonte vital, se enganchen al banderín de la
independencia es concebible, pues nada venidero puede ser peor que lo existente
−piensan ellos erróneamente− y, además, por qué perderse el romanticismo de la
aventura; también es imaginable que los niños acudan a hombros de sus padres a
las manifestaciones y diadas, pacíficas, festivas, eso sí, riendo, cantando,
gritando inde-inde-inde-independencia... mientras las esteladas flotan alegres
movidas por el aire manso de un día primaveral...
Lo que a mi
inteligencia no se le alcanza es el por qué y el para qué una persona ‘jubilada’,
a la que se le supone un pensamiento adulto, se convierte en independentista y
en poeta de la futura nueva patria. Nosotros, que sufrimos la postguerra civil
y los efectos de la Guerra Fría; nosotros, que tuvimos noticia de la ocupación
de Japón, de la revolución en China, del cerco a Cuba, de la Guerra del
Vietnam, de la Guerra de los Seis Días; que fuimos partícipes menores de las
frustradas revoluciones de los años sesenta; que durante los años setenta
asistimos impotentes a la formación de la Gran Divergencia y convivimos
impávidos con operaciones encubiertas, las guerras de Irak e Irán, la trampa
afgana, el fin del socialismo real, las guerras balcánicas y el terrorismo
internacional; nosotros, que no pudimos votar hasta más allá de los treinta
años y que, después, hubimos de soportar el golpe de estado del 23-F de 1981 y
el terrorismo etarra hasta hace cuatro días; nosotros, que hemos visto desfilar
tanta muerte y tanta desgracia y tanta estupidez humana !cómo podemos entender
eso de la independencia de Cataluña! !Cómo, amigo mío, puedo intuir las razones
y las emociones que te han hecho independentista!
Debe ser cierto que en todo hombre adulto pervive el niño
que fue. Como también es verificable que el proceso cultural de hominización no
es continuo, que la perfectibilidad de la especie humana es un camino en permanente riesgo de bruscos
retrocesos. De vez en cuando los hombres nos precipitamos por las simas de la
bestialidad y parece que retrocedamos a las edades de la piedra, horda y el
crimen. El viejo y el niño caminan juntos por la avenida de la libertad, que ha
de llevarles al territorio ignoto de la independencia. El niño es ingenuo y
acaso aprenderá con el tiempo. El viejo es como un niño que no ha aprendido
nada.