Suelo ver con no
poco placer El Intermedio, de la
Sexta-TV. La semana pasada, con motivo de la entrevista al filósofo y experto
en educación, José Antonio Marina, seguí el programa con curiosidad añadida al
agrado habitual. El entrevistado es un prestigioso ensayista de amplia y
sugestiva obra, que en los últimos tiempos ha orientado sus preocupaciones e
investigaciones hacia la educación, materia propia de su condición de
catedrático de Instituto ya jubilado.
Recientemente he
dejado escrita en mi blog una serie
de artículos bajo el título común ¿Es gobernable la educación en España? Se trata de unas reflexiones sintéticas sobre
las causas que hacen difícil la gestión del sistema escolar español y sobre
algunas medidas correctivas que lo harían más eficiente. El nuevo libro que
presentaba el señor Marina en un prime time televisivo (Despertad al Diplodocus. Una conspiración educativa para transformar la
escuela y todo lo demás) era ocasión pintiparada para contrastar mis ideas,
pues el profesor Marina prometía no solo mejorar el sistema educativo («despertar
el diplodocus»), sino transformar la escuela actual en una institución de altos
rendimientos en el plazo de cinco años, a condición de recuperar el presupuesto
del 5% del PIB anterior a la crisis. Casi nada, un sistema escolar de altos
rendimientos en el plazo de 5 años. El
gran Cambio, la Gran Revolución, La
Educación al Poder, en expresión del propio Marina, quien concretaba sus
objetivos en los siguientes términos: 1) Reducir el abandono escolar del 21,9%
del año 2013 al 10% para el año 2020, según quiere la UE («dicho en términos
positivos, conseguir que el 90% de los alumnos alcancen el éxito educativo»). 2) Subir 35 puntos en la clasificación PISA (lo
que nos situaría al nivel de Finlandia). 3) «Aumentar el número de alumnos excelentes y acortar la distancia
entre los mejores y los peores». 4) «Favorecer que todos los niños y adolescentes
–tanto los niños con dificultades de aprendizaje como los niños con altas
capacidades– puedan alcanzar su máximo desarrollo personal, con independencia
de su situación económica». 5) «Fomentar la adquisición de habilidades del
siglo XXI, necesarias para aumentar las
posibilidades de felicidad
personal y de felicidad social...»
Entenderá el
lector con qué apetencia compré y emprendí la lectura del libro en que el señor
Marina iba a explicar cómo conseguir tamaño milagro (¡qué difícil es escapar al
marketing!). Pues bien, para el Objetivo 5 años se nos propone una
estrategia fundada en una disciplina nueva, la Ciencia de la evolución cultural y del progreso educativo, una
original teoría descriptiva de la inteligencia, la puesta en marcha de los
cinco motores del cambio (la escuela, la familia, la ciudad, la empresa y el
Estado) y una convocatoria enfática a
toda la sociedad para una movilización,
una conspiración educativa para transformar la escuela...
La realidad es
que a lo largo de las 219 páginas del libro no encuentra uno la pócima
taumatúrgica que dé razón del prometido cambio en 5 años, más allá de las
interesantes y hasta brillantes ideas que forman el acerbo de las Ciencias de
la Educación y demás saberes humanísticos, de la enorme erudición del autor y
del derroche de citas y referencias bibliográficas en lengua inglesa...
Pero donde no he
visto rastros prodigiosos he detectado alguna trampa (no hay milagro sin
engaño). Por ejemplo: cuestiones como la educación al servicio de la identidad
nacional, la escuela y la religión, la escuela y el mercado laboral, la
educación con valores o meramente académica... las posterga de momento hasta
que les dé respuesta la «nueva superciencia de la evolución cultural y del progreso educativo». Dicho a las claras:
las preguntas ideológicas las dejamos al margen y seguimos adelante con nuestro
plan de Demiurgo. En este mismo sentido, en otro pasaje del texto el autor se
pregunta quién tomará las decisiones de lo que debe transmitirse a los alumnos,
y se contesta: no los políticos, que harán ideología; ni los científicos, que
poseen saberes parciales; tampoco los sacerdotes, porque serán sectarios; ni
los empresarios, que solo miran al negocio; los padres carecen de perspectiva y
los filósofos están distraídos en sus cosas... ¿Quién, pues? La respuesta de
Marina es: la Superciencia de la Evolución Cultural y del progreso educativo,
esa misma que conseguirá en 5 años que el 90% de los alumnos logre éxito
académico, no sabemos si incluidos los del 20% diagnosticados con algún tipo de
problema de aprendizaje o psicopatológico...
El texto del señor Marina
está plagado de buenas ideas que comparto, de las que subrayo una: la primacía
del profesorado en cualquier reforma educativa, su selección entre los mejores,
su formación inicial, etc. En la pág.
214 ha dejado escrito Marina: «Una parte de la retribución podría estar
relacionada con la evaluación del centro entero, de manera que se fomente la
implicación de todos los profesores en un proyecto educativo». Esta sugerencia
no la comparto, al menos como punto de partida. Antes de llegar a planteársela,
muchas piezas del diplodocus habrían de ser recambiadas, no fuera que al
despertar el dichoso diplodocus en el primer respingo se llevase por delante al
sedicente Demiurgo. Aunque, de momento, el señor Marina ya ha recibido el
encargo de un ministro de educación en funciones de elaborar el Libro Blanco
del Profesorado... Milagros en educación no existen, pero buenos vendedores de
crecepelos pedagógicos abundan.
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