miércoles, 4 de noviembre de 2015

EN EDUCACIÓN NO HAY MILAGROS, SEÑOR MARINA

Suelo ver con no poco placer El Intermedio, de la Sexta-TV. La semana pasada, con motivo de la entrevista al filósofo y experto en educación, José Antonio Marina, seguí el programa con curiosidad añadida al agrado habitual. El entrevistado es un prestigioso ensayista de amplia y sugestiva obra, que en los últimos tiempos ha orientado sus preocupaciones e investigaciones hacia la educación, materia propia de su condición de catedrático de Instituto ya jubilado.
Recientemente he dejado escrita en mi blog una serie de artículos bajo el título común  ¿Es gobernable la educación en España?  Se trata de unas reflexiones sintéticas sobre las causas que hacen difícil la gestión del sistema escolar español y sobre algunas medidas correctivas que lo harían más eficiente. El nuevo libro que presentaba el señor Marina en un prime time televisivo (Despertad al Diplodocus. Una conspiración educativa para transformar la escuela y todo lo demás) era ocasión pintiparada para contrastar mis ideas, pues el profesor Marina prometía no solo mejorar el sistema educativo («despertar el diplodocus»), sino transformar la escuela actual en una institución de altos rendimientos en el plazo de cinco años, a condición de recuperar el presupuesto del 5% del PIB anterior a la crisis. Casi nada, un sistema escolar de altos rendimientos en el plazo de 5 años.  El gran Cambio, la Gran Revolución, La Educación al Poder, en expresión del propio Marina, quien concretaba sus objetivos en los siguientes términos: 1) Reducir el abandono escolar del 21,9% del año 2013 al 10% para el año 2020, según quiere la UE («dicho en términos positivos, conseguir que el 90% de los alumnos alcancen el éxito educativo»). 2) Subir 35 puntos en la clasificación PISA (lo que nos situaría al nivel de Finlandia). 3) «Aumentar el número  de alumnos excelentes y acortar la distancia entre los mejores y los peores». 4) «Favorecer que todos los niños y adolescentes –tanto los niños con dificultades de aprendizaje como los niños con altas capacidades– puedan alcanzar su máximo desarrollo personal, con independencia de su situación económica». 5) «Fomentar la adquisición de habilidades del siglo XXI, necesarias para aumentar las  posibilidades de  felicidad personal y de felicidad social...»
Entenderá el lector con qué apetencia compré y emprendí la lectura del libro en que el señor Marina iba a explicar cómo conseguir tamaño milagro (¡qué difícil es escapar al marketing!). Pues bien, para el  Objetivo 5 años se nos propone una estrategia fundada en una disciplina nueva, la Ciencia de la evolución cultural y del progreso educativo, una original teoría descriptiva de la inteligencia, la puesta en marcha de los cinco motores del cambio (la escuela, la familia, la ciudad, la empresa y el Estado)  y una convocatoria enfática a toda la sociedad para una movilización, una conspiración educativa para transformar la escuela...
La realidad es que a lo largo de las 219 páginas del libro no encuentra uno la pócima taumatúrgica que dé razón del prometido cambio en 5 años, más allá de las interesantes y hasta brillantes ideas que forman el acerbo de las Ciencias de la Educación y demás saberes humanísticos, de la enorme erudición del autor y del derroche de citas y referencias bibliográficas en  lengua inglesa...
Pero donde no he visto rastros prodigiosos he detectado alguna trampa (no hay milagro sin engaño). Por ejemplo: cuestiones como la educación al servicio de la identidad nacional, la escuela y la religión, la escuela y el mercado laboral, la educación con valores o meramente académica... las posterga de momento hasta que les dé respuesta la «nueva superciencia de la evolución cultural y del progreso educativo». Dicho a las claras: las preguntas ideológicas las dejamos al margen y seguimos adelante con nuestro plan de Demiurgo. En este mismo sentido, en otro pasaje del texto el autor se pregunta quién tomará las decisiones de lo que debe transmitirse a los alumnos, y se contesta: no los políticos, que harán ideología; ni los científicos, que poseen saberes parciales; tampoco los sacerdotes, porque serán sectarios; ni los empresarios, que solo miran al negocio; los padres carecen de perspectiva y los filósofos están distraídos en sus cosas... ¿Quién, pues? La respuesta de Marina es: la Superciencia de la Evolución Cultural y del progreso educativo, esa misma que conseguirá en 5 años que el 90% de los alumnos logre éxito académico, no sabemos si incluidos los del 20% diagnosticados con algún tipo de problema de aprendizaje o psicopatológico...
El texto del señor Marina está plagado de buenas ideas que comparto, de las que subrayo una: la primacía del profesorado en cualquier reforma educativa, su selección entre los mejores, su formación inicial, etc.  En la pág. 214 ha dejado escrito Marina: «Una parte de la retribución podría estar relacionada con la evaluación del centro entero, de manera que se fomente la implicación de todos los profesores en un proyecto educativo». Esta sugerencia no la comparto, al menos como punto de partida. Antes de llegar a planteársela, muchas piezas del diplodocus habrían de ser recambiadas, no fuera que al despertar el dichoso diplodocus en el primer respingo se llevase por delante al sedicente Demiurgo. Aunque, de momento, el señor Marina ya ha recibido el encargo de un ministro de educación en funciones de elaborar el Libro Blanco del Profesorado... Milagros en educación no existen, pero buenos vendedores de crecepelos pedagógicos abundan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario