miércoles, 4 de noviembre de 2015

PALABRAS Y HECHOS EN EL INDEPENDENTISMO CATALAN

El refranero castellano está plagado de ejemplos que nos advierten de la inconveniencia de confundir las palabras y los hechos, el decir con el hacer: del dicho al hecho hay un buen trecho, no es lo mismo predicar que dar trigo, hechos son amores y no buenas razones, perro ladrador, poco mordedor… El saber popular recomienda distinguir el verbum del factum en un doble sentido: moral, en tanto que las promesas verbales rara vez alcanzan realidad en la praxis (las palabras se las lleva el viento); y ontológico, pues se asigna a las palabras una entidad degradada que no aguanta el contraste con el ser real (existen los actos, los dichos rozan la categoría del no-ser). La vieja lógica en la que se basa nuestro refranero mantiene un dualismo  que separa hechos/palabras en dos mundos independientes. Sin embargo, Ludwig Wittgenstein hace ya unos años inició su Tractatus Lógico-Fhilosofhicus con esta iluminadora afirmación: «el mundo es todo lo que acaece».  Así que las palabras son hechos y éstos, significaciones que alimentan dialécticamente el mismo discurso de lo real.
El Gobierno del Partido Popular, en el asunto de la independencia de Cataluña, ha ejemplificado certeramente esa posición de desprecio a las palabras. Durante los últimos cuatro años el nacionalismo catalán ha ido incrementando su dominio del lenguaje. Teníamos acostumbrado el oído al vocablo autonomía, al de autogobierno, al de profundización en la primera y el segundo; se fue subiendo el tono y se pronunciaron más altisonantes proclamas como las de exigencia de un concierto, el derecho a decidir, la petición de un referéndum vinculante, de unas elecciones plebiscitarias después... y, al final, la independencia. El señor Rajoy observó impasible esta avalancha de anuncios y pregones pensando que las palabras eran solo palabras. De modo que la independencia, como la primavera, ha venido y nadie sabe cómo ha sido.
Las banderas, los gritos, los eslóganes, los lemas, las consignas, las manifestaciones, las diadas, la panoplia de voces contagiadas de entusiasmo no eran pajaritas de papel de corto vuelo destinadas a ser barridas por el viento, sino palomas cargadas con el mensaje de la independencia, de una independencia verificable al terminar la migración en la frontera del nuevo país republicano soñado. Y mientras la avalancha del discurso nacionalista avanzaba transformándose día a día en independentista, el Gobierno del señor Rajoy no hizo más, ya en los momentos apremiantes, que oponer el lenguaje jurídico.
La norma jurídica, a diferencia de la mera recomendación moral, se distingue por su carácter coactivo. Cierto es que la coactividad  puede predicarse de diversos modos, pero en última instancia es física. Cuando  el discurso jurídico agote su sentido  ¿en qué forma material lo hará?  Es el debate de estos días que ocupa a tertulianos, políticos y juristas.
Cómo hemos llegado hasta aquí es una pregunta inevitable. La respuesta más común es responsabilizar, en primer término, al Partido Popular por sus actitudes y políticas poco comprensivas de la diversidad territorial que en no pocas ocasiones han resultado  provocadoras e irritantes hacia Cataluña; y, en segundo término y de modo más específico e inmediato, la responsabilidad se atribuye al actual Presidente del Gobierno, que contempló el alud de nieve pensando que la nieve (la palabra) no era dañina.
El error reviste una gravedad tan grande que solo por él debería estar inhabilitado el señor Rajoy para toda responsabilidad pública. El desastre a que nos ha abocado el Presidente del Partido Popular es de tal envergadura que a momentos me asalta la sospecha de que tanta torpeza no es posible, que detrás de la apariencia existe un plan oculto, maquiavélico, pero racional, fundado en el principio leninista cuanto peor, mejor:  puesto que el nacionalismo no se conformará con  ninguna concesión que se le haga, se deja calentar la caldera hasta la explosión. Después del incendio, habrá que recoger los escombros en medio de la tranquilidad que suelen dar las cenizas...

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