jueves, 12 de noviembre de 2015

LA EVALUACION DEL PROFESORADO O EMPEZAR LA CASA POR EL TEJADO

Están de actualidad mediática las reformas educativas que José Antonio Marina propone (buen marketing para su libro Despertad el dinosaurio y para el Libro Blanco del Profesorado que le ha encargado el Ministro de Educación en funciones). Del libro tuve ocasión de hacer una crítica irónica en mi Blog (En educación no hay milagros, señor Marina), centrada en el órdago que el autor hacía urbi et orbi comprometiéndose a, si se recupera el 5% del PIB en inversión educativa, transformar la escuela española en un sistema de altos rendimientos en el plazo de cinco años, cambio que concretaba en una serie de parámetros, unos medibles y otros manifiestamente etéreos... Al final de mi escrito alertaba yo del peligro de tocar alguna pieza equivocada del dinosaurio no fuera que al despertar el animal en el primer respingo se llevase por delante al sedicente hacedor de milagros.
Marina elige al profesorado como factor clave del cambio −posición incontrovertible, pues nada bueno puede hacerse en educación que no pase por los docentes−, pero nuestro taumaturgo particular avanzaba que cabría ir adaptando parte del salario del personal a su rendimiento, asunto que nos mete de hoz y coz en la vieja cuestión de la evaluación del profesorado. Y aquí fue Troya.
Es inexplicable que un profesor culmine sus 40 o 50 años de vida profesional sin recibir institucionalmente el más mínimo comentario o informe valorativo, dice Marina. Y añade que entre nosotros no existe ‘cultura de evaluación’. Estos son prejuicios u opiniones que en principio suscribe todo estudioso de la educación. Sin embargo, hay que precaverse de las tentaciones adanistas. La preocupación por el problema de la evaluación del profesorado no ha empezado por la irrupción del señor Marina en las televisiones. Seguramente, el  exprofesor de Instituto ha conocido bien el mundo de la Enseñanza Media, pero anda bastante despistado respecto a la realidad de la Enseñanza Básica de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Durante aquellos años, y a raíz de la ‘modernización’ tecnocrática que intentó la Ley General de Educación, tuvo lugar una importante producción bibliográfica, de revistas y prácticas de la Inspección de Educación Básica que afrontaron la evaluación en general y la de los docentes en particular. Los profesores de EGB nunca tuvieron la impresión de estar abandonados a todo control. Por el contrario, sabían que en cualquier momento podía aparecer el Inspector de zona y entrar en sus aulas a valorar lo que en ellas se hacía.
Cierto es que los intentos de evaluar de forma sistemática y objetiva a los docentes han sido fallidos por dos razones: una, la dificultad intrínseca de valorar con equidad  la función de enseñar y formar personas; y dos, la ausencia de condiciones sistémicas y estructurales. Como Inspector he entrado en muchas aulas, pertrechado con toda clase de herramientas (cuestionarios exhaustivos, escalas de indicadores unívocos, etc.) y siempre tuve la consciencia de la dificultad de objetivar lo que realmente pasaba en aquellas aulas. Por otra parte, cómo se va a evaluar a un profesor en el contexto de un centro cuya plantilla cambia curso tras curso el 40-60% de sus integrantes, o cómo se le sigue la pista al 20% de interinos que migra cada temporada por la geografía regional, o cómo se puede entrar en un sala abarrotada con 40 alumnos que no guarda las más elementales exigencias de la proxémica...
De la necesidad de ‘echar cuentas’ (filosofía de la accountability) sobre la eficiencia del sistema escolar, tras las alegrías democratistas de la LOGSE,  tomó buena nota la Ley Orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros educativos (LOPEGCE) que inició la profesionalización de la función directiva mediante la modalidad de la ‘acreditación’ y recreó el Cuerpo de Inspectores de Educación, una de cuyas funciones era y es la de supervisar la práctica docente... La misma LOE (2006) encabezaba su artículo 106 así: «Evaluación de la función pública docente» y en cuatro puntos disponía que, en aras de la mejora de la calidad de la enseñanza, las Administraciones Educativas debían elaborar planes de evaluación del profesorado, con la participación de éste; que los planes habrían de ser públicos, con explícitos fines y criterios de valoración, etc. La misma Ley en el artículo 151 atribuye a la Inspección la supervisión de la práctica docente y de la función directiva. Ninguno de estos preceptos ha sido modificado por la LOMCE.
¿Por qué ninguna Administración Educativa ha desarrollado el artículo 106 de la LOE? Sencillamente, porque siguen vigentes las causas que han frustrado históricamente los intentos de evaluar a los docentes: la evaluación del profesorado es una operación de suma finezza y, en segundo término, las condiciones sistémicas que la han impedido hasta hoy siguen vigentes.
El profesor Marina, apremiado por una urgencia apostólica que trasciende la interinidad del gobierno del PP, nos propone novedosamente un sistema de indicadores para evaluar a los profesores: el portfolio personal, el aprovechamiento de los alumnos, la opinión de éstos, la observación del docente en la clase, las relaciones con los padres, la colaboración con el resto de los compañeros de claustro, la calidad del centro... En fin, nihil novum sub sole,  nada que no produzca una sonrisa displicente en quien conozca de verdad de qué estamos hablando.
Podemos estar a favor de la evaluación de los docentes, como del resto del funcionariado público −yo lo estoy−, pero a nadie experto en la cuestión y prudente se le ocurriría, cuando es necesario someter a todo el  sistema a importantes reajustes, empezar por manipular el mecanismo más sofisticado mientras elementos  estructurales clave de los que aquél depende permanecen disfuncionales. La casa no se empieza por el tejado.

«La ideología es a la educación lo que la mixomatosis es al conejo», suele repetir el profesor Marina. Acaso estas palabras expliquen el sentido de su actual activismo educativo, que no se concreta en un trabajo para un partido, dice defendiéndose el contratado por el gobierno del PP, sino una ofrenda que se hace a todos en general. ¿Se nos tachará de maliciosos, sin embargo, si vemos coincidencias esenciales entre lo que predica el profesor Marina y lo que escribe sobre educación el ideólogo económico de Ciudadanos, Luis Garicano? ¿Estaremos equivocados si pensamos que  el anti-ideologismo de Marina está preparando el programa educativo de un gobierno de coalición entre el PP y Ciudadanos? Vuelve la tecnocracia y el cielo se abre a los excelentes y  cierra sus puertas a los que no pueden ocupar la cima de la pirámide, que son la mayoría.

1 comentario:

  1. Hola Rafael, me gustaría hacerle una consulta. ¿Podría indicarme un email de contacto o escribir a esasevilla@hotmail.com? Un saludo.

    ResponderEliminar