lunes, 28 de noviembre de 2016

MIQUEL ICETA, ENTRE BREDA Y CANOSSA

No sé si es en sueños donde veo la figura en escorzo de M. Iceta, disfrazado de Justino de Nassau, pierna derecha genuflexa, la cerviz inclinada hacia adelante, sumisa, la mano diestra adelantada entregando las llaves de Breda a Susana Díaz, travestida del general Ambrosio de Spínola, que, indulgente y caballerosamente, las recibe, mientras su brazo extiende hacia el hombro del flamenco derrotado una mano entre protectora y dominante. Al fondo del cuadro de Velázquez, a la izquierda, las alabardas y lanzas flamencas, en posición de descanso, componen la imagen de la rendición; enfrente, las altas, firmes  y enhiestas picas españolas, con su verticalidad, representan la solidez, la fuerza y el orden. Derrota y victoria. Sumisión y dominio.
   No, no es un sueño velazqueño. El Secretario General del PSC ha rendido visita de pleitesía y vasallaje a la que de facto actúa ya, sin más título que la fuerza, como líder del PSOE, tapada tras una Gestora a la que mueve cual marioneta. Rendir es un verbo polisémico. Como transitivo, significa vencer, someter, sujetar, dominar... En su forma pronominal equivale a entregarse, capitular, ceder, transigir, claudicar. Muerto Pedro Sánchez en la reciente guerra del PSOE, y aun de cuerpo presente empeñado en no ser enterrado, uno de sus apoyos más firmes y vociferantes, Miquel Iceta, se ha apresurado a rendir armas ante la responsable máxima de la defenestración de un Secretario General elegido por la militancia.
Este M. Iceta, devenido en Justino de Nasau, es el mismo que hace no muchas fechas gritaba como un poseso: ¡Pedro, mantente firme!, ¡líbranos de Rajoy y del PP!, ¡por Dios!, ¡líbranos de ellos!, ¡estamos a tu lado, estamos contigo!, ¡aguanta!, ¡resiste las presiones! Todavía se deben oír en Sevilla los ecos de aquellas voces...
Flexible y tornadiza es la cintura de los políticos profesionales (tanto Iceta como Susana Díaz tienen en común −acaso lo único− el carecer de otra vida laboral que la de los pesebres de la política), pero el giro del catalán es un movimiento imposible para el contorsionista más avezado. Sin embargo, en absoluto pienso que Iceta con su gesto claudicante haya pretendido salvar su pellejo político-personal, sino más bien evitar el hundimiento final de su partido, el PSC.
Me ilustra el querido amigo, Antonio Valero, residente desde hace décadas en Badalona, de la situación y estado del socialismo catalán:  dispersados los socialistas de extracción burguesa en distintas direcciones de sentido catalanista-independentista, lo que queda del PSC se distribuye entre: uno, psoistas, vinculados con el PSOE clásico, con F. Gonz.alez, A. Guerra y Rodríguez Ibarra, y ubicados en el Baix Llobregat (Hospitalet, Cornelá, Castelldefells, Viladecans, Sant Boi, etc); el dos, barcelonés, de San Adrián, Badalona, Santa Coloma, por ejemplo, entreverado de psoistas tradicionales y otros tocados de un catalanismo de contagio; y tres, el socialismo del Vallés Oriental, Sabadell, Tarrasa..., tocado más profundamente de espíritu catalanista.
De forma esquemática, pero no por ello menos significativa, A. Valero califica a los originales votantes del PSC-PSOE de «charnegos agradecidos» y «charnegos desagradecidos» como polos extremos de una escala graduada. Los primeros se sienten deudores de una tierra que acogió a sus padres y abuelos y son proclives a la asimilación y a la autoafirmación en el país de adopción. Los segundos permanecen fieles a sus raíces, no piensan que tengan nada que agradecer ni nada por lo que ser perdonados y siguen leales a las costumbres y a las celebraciones de su tierra de origen. Estos no votan a otro socialismo que no venga envuelto en las siglas del PSOE y autorizado por sus líderes españoles (andaluces y extremeños). Aquéllos manejan su voto más elásticamente y en los últimos tiempos se debaten en la confusión.
La conclusión es sencilla. Si el socialismo del Baix Llobregat y demás sectores afines se separa del ambiguo PSC y se convierte en sucursal del PSOE −tentación recurrente de algunos líderes andaluces, manchegos y extremeños−, la marca PSC caminaría inexorablemente hacia la irrelevancia, de la que no está muy lejos.  Evitar este destino es lo que ha impelido a Iceta a entregar las llaves de Breda a la vencedora Susana Díaz. Para ese viaje, bien es cierto, no era preciso haber amado tan clamorosamente al vencido Pedro Sánchez.
No obstante, de momento no sabemos si Iceta quedará como el  flamenco Justino de Nasau, noble aun en la rendición, o jugará el triste papel del Emperador Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico, cuando, disfrazado de mendigo y flagelado por tres días de ayunos, se arrodilló ante el Papa Gregorio VII, en Canossa, para hacerse perdonar sus pecados. Como es sabido, Enrique IV reincidió en el pecado y volvió a ser excomulgado hasta terminar en el infierno de la exclusión y el ostracismo.

viernes, 25 de noviembre de 2016

DESERTORES DE LA SOCIALDEMOCRACIA

Pocos términos del ámbito de la política tienen en la actualidad más abundante y machacona referencia que el de socialdemocracia y su crisis. Se habla indistintamente de crisis de la socialdemocracia y de crisis de los partidos socialistas, aunque conceptualmente son entidades que merecen análisis diferenciado. Se da por constatado y cierto que, bien porque el modelo  ya no sirve  o bien porque los partidos políticos sedicentes socialdemócratas, aun fiando en la validez  del modelo,  no cumplen los objetivos inherentes a la socialdemocracia, ésta y aquéllos están hundidos en el desprestigio y la frustración..
Conviene preguntarse, antes de seguir adelante, si el concepto socialdemocracia se refiere a una entidad esencial e inmutable que con el paso del tiempo se ha degradado y ha perdido sus rasgos y virtudes originales, pues, de ser así, estaría justificada la consabida terapia de volver a las esencias. No es así. La socialdemocracia nace en el marco de la economía capitalista y propende a la conciliación de los principios de libertad, justicia y solidaridad suscribibles por la pequeña burguesía y la clase obrera. Marx utiliza el vocablo socialdemocracia en 1852 (El 18 Brumario de Bonaparte) y, a partir de ese hito, la necesidad de mitigar el antagonismo entre Capital y Trabajo hace emerger en el último cuarto del siglo XIX los llamados partidos socialdemócratas en Alemania, Bélgica, Austria, Hungría, Polonia... En España el PSOE nace en 1879. 
Desde el inicio se van marcando dos corrientes, la del marxismo clásico y la socialdemócrata propiamente dicha, que no solo se diferencian en el objetivo final (la sociedad sin clases frente al estado democrático), sino en las consignas (destrucción del estado / utilización del estado), las estrategias (revolución / reformas) y los actores (partido monoclasista / partido policlasista). Marx, Engels, Kaustky, Berstein, entre tantos otros, son nombres significativos de esta evolución... Fuera de pruritos académicos, al observador social menos conspicuo, basándose exclusivamente en la terminología actualizada, se le hace palmario el hecho de que la socialdemocracia es una historia de renuncias: no se habla ya de socialismo ni de revolución, no se cuestiona el capitalismo y el Estado del Bienestar es un lugar común, refugio y coartada tanto de los partidos de izquierda como los de derecha.
De lo escrito hasta aquí se deduce que es preciso definir los objetivos e instrumentos de la socialdemocracia del siglo XXI en el contexto de un mundo regido por el Imperio que ha impuesto para todos sus dominios el neoliberalismo como sistema económico, político y de filosofía de vida. No sugerimos el posibilismo por conformidad o cobardía, sino por respeto al principio de realidad. La Revolución es mecánicamente imposible, aun para el caso de que hubiere agentes dispuestos a cargar con los riesgos. El capitalismo −que no será eterno, aunque infinitamente más longevo que nosotros− desaparecerá en el momento crítico en que las nuevas tecnologías creen realidades nuevas que lo hagan obsoleto, si antes él no ha causado el exterminio de toda vida inteligente en este planeta. La socialdemocracia hoy ha de tener un único y simple objetivo: la ‘procura existencial’ de todos los individuos por el mero hecho de pertenecer a una comunidad de hombres; la satisfacción de sus necesidades físicas, intelectuales y morales. El asunto es muy simple por más literatura que se le eche, que ya tiene bastante encima.
Cuestión diferente y más compleja es la del instrumento y las estrategias para hacer realidad las promesas de la socialdemocracia. ¿Por qué fracasan los partidos socialdemócratas como instrumentos al servicio de la igualdad, la libertad y la solidaridad? Hay dos causas que interactúan. Es la primera el abandono por parte de los líderes, dirigentes y representantes de los partidos de izquierdas de los principios y valores socialdemócratas, seducidos en su praxis vital por los modos y conductas del individualismo neoliberal. El troquelado cognitivo-afectivo con que han sido socializados los individuos de las sociedades de las democracias liberales −basado en el ‘amor de sí’ y no en ‘la piedad’, que diría Rouseau− es la segunda causa, más fundamental y profunda.
El PSOE, ejemplo de partido socialdemócrata hundido en la depresión por los repetidos fracasos electorales, ha nombrado a una comisión de letraheridos y expertos para que enuncien y programen la taxonomía de objetivos de la socialdemocracia del siglo XXI −tarea no difícil, pues la bibliografía es inmensa− y para que diseñen unas estrategias y una organización capaces de convencer a los electores de que el proyecto merece la pena y les conviene. Esta segunda parte del encargo, por contra, lejos de ser cómoda y viable, se parece más al empeño de Sísifo.
¿Quién atraerá hacia los ideales del socialdemocrático PSOE a la clase obrera fragmentada y dispersa en medianas y pequeñas empresas en las que, desaparecidos los sindicatos, con ellos se ha esfumado la ‘solidaridad corporativa’; a los autónomos, ha poco trabajadores industriales y ahora agobiados por una supervivencia problemática; a los pensionistas, atemorizados por el miedo a perder su ingreso mensual por corto que sea; a los profesionales liberales, imposibles de distraer de su brega diaria por mantenerse a flote o por conservar su solvencia económica; a los funcionarios, refractarios a cualquier reclamo que no sea el de mantener su statu quo; a los jóvenes y sectores más ilustrados, que ven en el PSOE un instrumento anticuado poco diferenciado del PP; a los habitantes de las periferias, hartos de un españolismo cerril? ¿Quién tendrá el carisma de movilizar a ese 30% de abstencionistas electorales; quién, en fin, logrará que el PSOE vuelva a ser un partido ganador, en expresión de la lideresa andaluza?

Precisamente, Susana Díaz, de hecho ya entronizada en el liderazgo del PSOE, preguntada por la compatibilidad entre la Presidencia de la Junta y la Secretaria General del Partido Socialista, ha respondido: «Sí, si uno pone por delante el interés general». Discurso de alto vuelo intelectual para los tiempos complejos e inciertos que vivimos los socialistas. ¿Pero... hay alguien más, como se decía en aquel chiste de Eugenio?

sábado, 19 de noviembre de 2016

Felipe González en el laberinto de sus paradojas

Felipe González para la gente de mi generación −que es la suya−  fue un líder carismático y poderoso al que admiramos muchos años y con el que contrajimos una deuda de gratitud por los éxitos electorales del PSOE que lideró, que a todos nos beneficiaron de alguna manera. Estuvimos con él a las maduras y también a las duras cuando insidiosa e hipócritamente se le señaló como responsable último de hechos truculentos derivados de la lucha contra el terrorismo etarra. En este aspecto mi solidaridad con él sigue intacta.
Al perder el Gobierno en 1996,  manifestó que los  expresidentes eran como jarrones chinos que no se sabía muy bien qué hacer con ellos. Fue un guiño irónico. Él sí que ha sabido qué hacer con su vida. Da conferencias, asiste a foros internacionales, hace influyentes declaraciones, asesora a poderosas corporaciones y circula por el mundo predicando las bondades de la globalización como un señorón de reconocido prestigio, que se acrecienta o al menos se conserva por el hecho de ser asiduo asistente a los salones del Poder, como aquellas duquesas viejas que, aunque arruinadas, tienen siempre un puesto reservado en las veladas de los palacios reales.
Ya en sus tiempos de declive político −cuando Aznar le gritaba «Váyase, señor González», corolario del eslogan ‘Despilfarro, paro y corrupción’− el discurso de Felipe González, otrora  cálido y brillante,  empezó a hacerse mórbido y torturado por una morfosintaxis plagada de anacolutos y derivas circulares y reiterativas, fronterizas con el habla cantinflesca. Hoy, al cabo de los años, las palabras de Felipe González, que no cesan de influir en la vida del PSOE, están atormentadas por la paradoja, esa figura de pensamiento que presenta aserciones absurdas con apariencias de razonabilidad.
En el postzapaterismo, F. González se empeñó en sostener que el mejor líder posible, el óptimo estadista con la idea de España más clara y distinta era Pérez Rubalcaba, sólo que la gente no le votaba. Nunca nos aclaró el  sabio líder el porqué de tamaña contradicción. No hace mucho declaraba con no poca sorna: «que conste que no soy dios (aunque sé que muchos creen que lo soy), pero yo sé que no soy dios». Bonita paradoja. Él sabe que no es dios, pero siendo muy consciente de que muchos creen en su naturaleza divina, también lo es de que detenta los poderes que a tal naturaleza se le reconocen.
Le preguntan en tierras del susanato: «¿Apoya a Susana Díaz para el liderazgo del PSOE?». «No −responde−, todos los candidatos que he apoyado hasta ahora han perdido, así que no apoyo a Susana para no perjudicarla». Por consiguiente, cabe pensar, que la ayudaría públicamente, si su gesto no se volviese en contra de la protegida. Sabido, pues, que está a favor de la líder andaluza −¿no ha dicho a sus acólitos que ella es el futuro del PSOE?−,  ¿cómo logrará F. González liberarnos de este bucle paradójico?
En la entrevista concedida al corresponsal de Figaro para Politique Internacional, Felipe González no sólo desprecia a Pedro Sánchez. También de Rajoy dice que no tiene idea o proyecto para España; de Zapatero, que no se enteró de la crisis y que perdió el tiempo, y a Pablo Iglesias lo moteja de epígono de Toni Negre, Lenin 3.0 y Hugo Chávez... Textualmente, preguntado por la propuesta de «une visión pour l`Espagne» de Pedro Sánchez, afirma: «Je en sais pas. Sans parler d’un discours à la de Gaulle, je en suis sûr qu´il puisse tenir sur le sujet ‘Que peut-on faire de lÉspagne?’ pendant plus d´une demi-heure. Je crois qu´il s´interesse beaucoup á son parti qu´an pays». De Gaulle, idea de España, la Nación contrapuesta al Partido... Grandes palabras de la retórica al servicio de la descalificación de los ignorantes que no están a la altura. Casi nada. ¿Quién será capaz de hablar de España más de media hora, fuera del gran Felipe González?
 Hay muchas formas de adentrarse en el dramático territorio de la vejez. La perspectiva de quedarnos sin voz es desoladora. Aceptar que nadie hablará de nosotros cuando estemos muertos o, en otro caso, que hablarán bien o mal, cosificándonos en todo caso, se conlleva mal con las personalidades soberbias. La soberbia es un lujo que pocos se pueden permitir. Acaso Felipe González pueda, pero hay que saber que quien dice lo que quiere debe estar dispuesto a oír lo que no quiere.
 Pedro Sánchez ya ha comunicado, urbi et orbi, que para él Felipe González ha dejado de ser un referente. Si se tratase de un choque de egos, la cuestión sería menor. Se trata, por desgracia, de que militantes, alejados de los 44 años de Sánchez, pensamos lo mismo: no nos reconocemos ni en el decir ni mucho menos en el hacer del en otro tiempo respetado líder y su retórica nos parece  vacua y paradójica. Felipe González no ha hecho suyas las palabras de E. Burke: «La arrogancia de los muchos años debe plegarse a ser enseñada por la juventud». Tampoco tiene presente lo que Ramón y Cajal escribió en El Mundo visto a los ochenta años: «Los ancianos propenden a enjuiciar el hoy con el criterio de ayer». El ostracismo no es un mal lugar, señor González. A fin de cuentas todos nos veremos abocados a la condición de perder protagonismos o, simplemente, ser olvidados.

lunes, 14 de noviembre de 2016

CONSIGNA INFANTIL: «...AL RINCÓN DE PENSAR»

A mi nieto, al que todavía la edad madurativa no le ha traído la sindéresis y el juicio moral, le suelo hacer esta recomendación pedagógica: ‘Primero, pensar; después actuar’. En la Educación Infantil las maestras suelen castigar las conductas disruptivas de los niños con la retirada al ‘rincón de pensar’. Ximo Puig, Secretario General del PSPV, ante la exigencia de la convocatoria de Primarias y la realización del Congreso reglamentario en el Partido Socialista, en perfecta sintonía con la Gestora −controlada por Susana Díaz y los barones concomitantes− ha declarado  enfáticamente que este tiempo exige: «Primero, pensar; después, actuar; que los electores españoles nos han mandado al rincón de pensar».
Curiosamente, por las mismas fechas (9 de noviembre) una psicóloga, de nombre Olga Carmona, en el periódico de Prisa daba a luz un artículo en el que valoraba así el envío de niños y niñas al rincón o la silla de pensar: «Este engendro gestado y parido por el conductismo más mohoso y maquillado no es otra cosa que el famoso tiempo fuera (time out) disfrazado de moraleja reflexiva». Seguía la psicóloga con una diatriba encendida contra la utilización del castigo como práctica pedagógica. Por mi parte, renuncio aquí y ahora a mediar entre la tradición psicopedagógica orbiliana, de la férula y el castigo y las modernas tendencias de la permisión y el espontaneísmo.
Me interesa saber, ya que como militante socialista he sido castigado al rincón de pensar antes de actuar, en qué debo pensar. ¿Hay que reflexionar sobre la complejidad del mundo, el malestar social, la crisis de las políticas socialdemócratas, la dictadura del capitalismo financiero, la hegemonía neoliberal, el peligro de los populismos de derecha, la dificultad de vender en el mercado electoral la filosofía de la solidaridad y la igualdad, la posibilidad de iniciar algún tipo de solución al problema catalán y otras periferias, la reformulación de un nuevo partido socialista que ofrezca un proyecto político sugestivo para un electorado que nos ha abandonado masivamente, junto con importante masa de militancia? Demasiada tarea para un militante de base. No hay que desesperar. La Gestora del Partido Socialista, barones y Susana Díaz al fondo, velan por nosotros. Se ha formado una comisión de expertos para que piense por nosotros. Uno de ellos, curiosamente, José Andrés Torres Mora, diputado por Málaga (faltaría más), y que tiene fama de ‘pensador’, ya estuvo en el ‘Comité de expertos’ que asesoró al PSOE en las elecciones de marzo de 2008, en el que participó nada menos que Lakoff. En el prólogo del libro Puntos de reflexión, Manual del progresista, el autor del famoso «no pienses en un elefante», Torres Mora escribe: «Quizá el peor error sea asumir inconscientemente las ideas del contrario, volverse uno mismo un propagandista de éstas». Esta misma idea, referida a los populismos, se la acabo de leer a nuestro experto en su Blog ocho años más tarde (11 de noviembre de 2016), con idéntico ejemplo: «De igual modo que el personaje de Moliere hablaba en prosa sin saberlo, hay quien habla en la prosa de la derecha (ahora se dice del populismo) sin ser consciente de ello». Explícitamente señala el diputado andaluz  como primera tarea la de «ganar la batalla al populismo de dentro del PSOE (y de los puros) para ganarle al de fuera». Nuestro sabio se repite. Es normal. Desde los años ochenta llevamos dando vueltas a las mismas cuestiones. ¡Cuántos libros, monografías, memorandos, ensayos, informes, ponencias, documentos, artículos de opinión y papeles en general no se habrán escrito en los últimos 35 años para tratar de encontrar el bálsamo de Fierabrás que cure la sangría de votos que pierden los partidos socialdemócratas!
¿Y si la intención del castigo al rincón de pensar no tuviese sentido cognitivo-intelectual sino ético-moral? ¿Y si la reflexión que hemos de hacer los socialistas exige un sincero examen de conciencia, la confesión de los pecados, la contrición, el propósito de enmienda y el cumplimiento de la penitencia? ¿Y si se trata, ya que de psicología hemos hablado, de una terapia de ‘desensibilización sistemática’ que durará hasta que la ira se aplaque, el enfado se ablande y el tiempo desanime a los descabalgados?

Eso de ‘Primero pensar y después hacer’ pertenece, por lo demás, a una forma de hablar propia de un dualismo irreal. Cometemos un error garrafal cuando de tal guisa nos dirigimos a los niños. La psicología evolutiva tiene demostrado que la acción y el pensamiento son indistinguibles en la primera infancia, que el pensamiento no es más que acción interiorizada. En los adultos tampoco debe separarse el pensamiento de la acción so pena de caer en el solipsismo estéril o en el activismo descabezado.

En todo caso, la política no es cosa de niños. Los niños pueden aguantar recetas y consignas equivocadas en dosis moderadas, al fin y al cabo es una forma del aprendizaje de la tolerancia a la frustración, imprescindible para la vida que les espera. Los adultos, en política, no estamos para consignas infantiles. Déjense la Gestora y sus voceros de marear la perdiz, de discusiones redundantes sobre si son galgos o podencos y convoquen Primarias y el subsiguiente Congreso. Porque eso de «antes las ideas y los programas y después el líder que los ha de llevar a cabo», eso sí que es cinismo populista de los que ya mandan con la legitimidad de una operación ‘abrupta’. Interesante calificativo, propiedad de quien nos conmina ahora al rincón de pensar.

martes, 8 de noviembre de 2016

LAS VERDADES DE PEDRO SÁNCHEZ

Las afirmaciones del ex Secretario General del PSOE  (rueda de prensa al dejar el Acta de Diputado y entrevista de Jordi Évole) tienen la naturaleza de verdaderas por acomodarse a los hechos. Son las palabras que reproducen fielmente la realidad de lo acontecido las que alcanzan la más alta nobleza, la nobleza de la verdad. La verdad os hará libres, se dice en la doctrina cristiana. O, de contrario, os matará, enseña la experiencia de la vida.
 La mentira política tiene brillantes defensores en la tradición: desde Platón hasta Kissinger pasando por Maquiavelo, Richelieu, J.Swift y J. Arbuthnot, entre tantos otros, se ha venido defendiendo o justificando la funcionalidad de la mentira en política, o el disimulo, la doblez, el fingimiento, la falacia, la insinuación capciosa o cualquier otra forma de engañar o enmascarar la verdad ante el adversario. Diríase que el pueblo no está preparado para entender la complejidad del interés general y que la verdad desnuda es tan intolerable que hace imposible la gobernación.
La política es una forma de guerra y, en tiempos críticos, de guerra cruenta. Aprender el arte de la supervivencia es la primera tarea del héroe. El Anábasis, de Jenofonte, es toda una épica de la resistencia en territorio enemigo para, después de una derrota, retirarse a la patria y emprender la refundación de nuevos objetivos. La ambición de Ciro el Joven montando una expedición contra el Rey Artajerjes para arrebatarle la corona; la ocultación a sus conmilitones griegos y bárbaros ­−todos mercenarios desempleados después de la Guerra del Peloponeso−  de las verdaderas intenciones de Ciro; la crueldad de las cabezas cortadas a los vencidos, incluida la de Ciro; la disciplina guerrera de Clearco subordinada al objetivo de salir vivos en la huida; el espíritu justo de Próxemo; el alma traicionera y ambiciosa del otro estratego, Menón de Tesalia; la persecución implacable del ladino Tisafernes en nombre del Rey persa; los recelos y desconfianzas entre griegos, espartanos y bárbaros, a pesar de que les unía el propósito común de la salvación; los pactos, las treguas, las alianzas, las emboscadas, las traiciones, las venganzas, los chantajes, las arengas a los soldados, las adulaciones, las calumnias, las conspiraciones... La Retirada de los Diez mil, narrada por Jenofonte, es la más brillante exposición de lo mejor y lo peor de la naturaleza humana y de la función equívoca de la palabra al servicio de la supervivencia. Jenofonte, que fue uno de los estrategos más sobresalientes de la expedición, al fin y al cabo pudo contarlo. Él, que para seguir su impulso aventurero, había dado una respuesta falaz sobre los presagios de los dioses a su maestro, el gran Sócrates...
De la boca de Pedro Sánchez, una vez traicionado y vencido, no salieron palabras políticas. Descubrió la presión insoportable del mundo económico y mediático; citó específicamente el papel chantajista del diario El País, avanzadilla de todo el grupo Prisa; explicitó el hostigamiento desde el minuto uno de su acceso a la Secretaria General por parte de Susana Díaz y su federación andaluza; no olvidó el juego a la contra de importantes barones que gobiernan con el apoyo de Podemos; dejó sentado que sin el entendimiento con Podemos la derecha se hará eterna; verbalizó, por fin, que Cataluña es una nación dentro de España, reconocimiento necesario para poder afrontar una solución al problema catalán; dijo que Felipe González ya no era un referente para él (!oh, blasfemia contra dios!).
Cada afirmación de Pedro Sánchez fue un relámpago que iluminó momentáneamente el escenario y dejó al descubierto las vergüenzas de gente poderosa que no perdona. M. A. Revilla, el Presidente cántabro, exclamó de inmediato: !No sabe lo que le espera! !Le van a dar por todos los lados!  En efecto, El País, tras unos días de silencio, se pronunció por medio de una editorial −de penoso nivel intelectual, en la línea grosera y panfletaria a la que nos tiene acostumbrados, y por la que el mismo director del diario pidió perdón para frenar la avalancha de suscriptores en deserción−,  en la que acusaba a Pedro Sánchez de falta de cultura democrática (menudo cinismo); el portavoz de la Gestora, un militante de Andalucía, atribuía las manifestaciones del defenestrado líder socialista a su «situación emocional» (el paso siguiente será argumentar que se ha vuelto loco); otro mastuerzo con rango de barón conminó a Pedro Sánchez a guardar silencio y retirarse «con dignidad»; la lideresa andaluza recriminó los personalismos y se refirió enfáticamente a la grandeza del Partido y a su fuerza...
De momento, la fuerza del PSOE se mide en el 17% de los votos, según la última encuesta del CIS, miles de socialistas se están dando de baja de militancia y otros muchos están esperando a ver qué líder se hace cargo del Partido  para tomar una decisión que, en algunos casos que conozco, puede ser dramática. Yanis Varoufakis ha dicho: «Los socialistas españoles se han deshecho de Sánchez para permitir que Rajoy forme gobierno, el PSOK mordió el polvo por participar en el derrocamiento de su líder y, curiosamente, el PSOE ha tomado el mismo camino».
A Pedro Sánchez no le vendría mal  leer  a Jenofonte, es cierto, para aprender a sobrevivir en tiempos de guerra, pero, a Susana Díaz, más huérfana de lecturas −y por la que no tengo aprecio político alguno− me limito a transcribirle estas palabras de una arenga del mismo Jenofonte a sus soldados: «Quien estando en guerra se rebela contra su propio comandante se está rebelando contra su propia esperanza de salvación».