Siendo niño, por los años
cincuenta del siglo pasado, uno tenía ocasión de comprobar que en su pueblo los
hijos del médico, del veterinario y de los ricos hacendados ─que ‘naturalmente’
eran los más inteligentes (el rendimiento académico y el nivel
económico-cultural están correlacionados positivamente)─, al cumplir los 10
años abandonaban la escuela y se marchaban a la capital a cursar el
Bachillerato en colegios de pago. Los demás escolares, mayormente asilvestrados,
continuaban en la escuela hasta los 12 años en un empeño tedioso por
desasnarse…
A veces surgía un niño despierto,
rara avis, como una flor prometedora de excelente fruto en medio de tierra de
abrojos. Entonces el maestro se lamentaba: ¡Qué pena de este niño que no puede
estudiar! Estudiar era hacer el bachillerato y tal vez llegar a la universidad.
Pero entonces, en el último tramo
del año escolar, entre mayo y junio, las escuelas recibían la visita, caña en
ristre, de los pescadores de vocaciones religiosas. Aquellos frailes casi
ancianos, de sayal pardo y barba blanca amarillenta, desplegaban sus toscas
artes de persuasión y convencían a los padres para entregar sus hijos al
convento en el que recibirían los estudios que el mundo secular les negaba;
ponían menos énfasis en el objetivo último: servir al Señor en la vida
religiosa, pues la mies era mucha y los obreros pocos. No hace falta decir que
aquellas vocaciones religiosas tan poco auténticas, cuando llegaba la
naturaleza clamando por sus fueros en la edad juvenil se frustraban, pese a las
palabras evangélicas que amenazaban: “¡Ay de aquél que después de haber puesto
la mano en el arado vuelve la vista atrás…! ¡Más les valdría no haber nacido!”.
A partir de la llegada de la
democracia y a pesar de los cíclicos apuros económicos, en España la mayoría de
los alumnos, niños y niñas, que ha mostrado aptitudes para el estudio ha podido
alcanzar grados universitarios por medio de un sistema de becas generoso
promovido por los gobiernos socialistas. Hoy, bajo el gobierno del Partido
Popular, en pleno desplome económico y social, aniquiladas las ayudas a la
dependencia y a la protección social en
general y limitadas las becas al estudio a aquellos alumnos inteligentes
bordeando la superdotación, numerosos muchachos y muchachas se ven obligados a
abandonar sus carreras universitarias sin terminar.
Por otra parte, aquello de la
mies es mucha y los obreros pocos, en las últimas décadas se ha agudizado. Las
vocaciones religiosas son escasas y los seminarios y conventos están vacíos.
Las parroquias deben agruparse y los colegios religiosos dedicados a la
enseñanza son servidos por personal seglar.
La experiencia de la vida nos ha enseñado que no hay mal que por bien no
venga o que todo envés tiene su cara. ¿No habrá, pues, alguna salida para esos
estudiantes, buenos estudiantes, que se ven obligados a abandonar sus estudios
por carencias económicas? ¿No habrá algún pescador de vocaciones que les abra
los ojos y les enseñe el camino del convento o del seminario, que es el camino
de la verdad y la vida? Allí al menos tendrán asegurado un plato de sopa boba.
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