¿Es
imaginable que un ex-presidente del Gobierno y un ex-presidente del Congreso,
los socialistas señores Zapatero y Bono, ─junto a un adlátere secretario
regional─, no calcularan los perniciosos efectos sobre su partido de su reunión
‘privada’ con el secretario general de Podemos, el inevitable Pablo Iglesias, y
uno de sus lugartenientes?
Me
ahorraré contestar. Tanto la respuesta positiva como la negativa conducirían a
descalificaciones que quiero evitar. Mejor será no personalizar y elevar el
punto de mira a una reflexión general sobre el nacimiento y forja de los nuevos
líderes y el papel que juegan los líderes renovados, amortizados y ya
convertidos en viejas glorias.
No es
fácil la construcción de los liderazgos políticos. La primera condición de un
aspirante a alcanzar cimas en la jerarquía del Partido es la ambición,
entendida como voluntad indeclinable de seguir la vocación de servicio público.
A partir de esta querencia, el líder político debe poseer unas determinadas
características intelectuales, psico-morales y físicas. Entre las primeras:
notable formación cultural y de análisis simbólico, buenos conocimientos de
economía, derecho e historia contemporánea y buena capacidad oratoria. Entre
las segundas: honradez, fortaleza de ánimo, control emocional, tolerancia a la
frustración, discreción, prudencia, austeridad y empatía. Y no hay que
despreciar, en tercer lugar, la buena salud en general, la resistencia al
cansancio físico y un corazón de atleta que no pase de las 30 pulsaciones en
momentos en que el rival externo provoca o insulta, o el interno zascandilea o
traiciona. Pero, con ser exigentes estos requisitos, resultan insuficientes.
Hay más.
Las
cualidades intelectuales y culturales deben estar penetradas por una
inteligencia del tipo intuitivo. Frente a la inteligencia analítica, que se
pierde desparramada en los detalles (espacio éste para los asesores), el
político de raza, mediante una operación mental rápida, casi instantánea,
procesa la más diversa información y se forma una idea sintética del problema
de acuerdo a la cual decide.
La
ideología no puede faltar. La supremacía del técnico ─la tecnocracia─ en última
instancia es una forma de totalitarismo. No cabe el político sin ideología
clara y distinta. Nada más desalentador
que la inconsistencia ideológica. Hasta ahora al que declaraba que la
distinción entre derecha e izquierda era obsoleta se le consideraba
automáticamente de derechas. Hoy Pablo Iglesias ha sentenciado: hablar en clave
de derechas e izquierdas es de trileros. Vivir para ver.
¿Carisma?
Si, aparte de las virtudes anteriores, el líder está bendecido por ese don
inefable o por esa vis indefinible que subyuga y atrae a la gente, ya nada más
se puede pedir.
¡Qué
arduo y azaroso es hacer un líder, pues!
Para ‘ayudar’ están los líderes jubilados, las vacas sagradas del
Partido... La jubilación de estos primeras espadas no diré que sea tarea deconstructiva
tan espinosa como la de transformar los novilleros en maestros fiables del arte
de la torería política.
Pero
si nos atenemos a la experiencia, ejemplos no faltan de cómo se resisten a
abandonar la escena pública quienes en otro tiempo fueron actores
protagonistas. Su superior experiencia les advierte de los errores o titubeos
de sus jóvenes sucesores y no se callan en público a la captura de un rayo de
luz que ilumine sus vidas apagadas; la
costumbre de ocupar siempre el centro les hace sentirse incómodos en la
periferia; el halago, la adulación y el servilismo se añoran ante el silencio o
la indiferencia sobrevenidos de un día para otro y caen en la tentación de
abandonar el ostracismo y hablan de vez en cuando buscándose a sí mismos en las
ondas de las radios y en las imágenes de las televisiones. Matar al padre tiene
su correlato en matar al hijo.
El
Partido Socialista tiene en estos momentos dos líderes prometedores: Susana
Díaz y Pedro Sánchez. La primera, acaso más hecha, pues no en balde está
gobernando en una Autonomía que es casi tan grande como Grecia y la mayor parte
de los países europeos, representa un liderazgo cálido, tradicional, basado en
ideas claras y sencillas (la prioridad de los andaluces, la igualdad y, con
especial énfasis, la unidad de España, lo que le acarrea buena prensa en los
medios centralistas a machamartillo. Pedro Sánchez se está estrenando en su
papel de secretario general; ha cometido algunos errores inherentes a la
impaciencia juvenil ante una situación política endiablada; pero es
voluntarioso, está bien formado y titubea más ante los problemas complejos,
dígase problema catalán o dígase la actitud ante una fuerza política que está
arrebatando el espacio ideológico-político al
PSOE, llevada en andas por vientos de opinión casi imposibles de
domeñar. En fin, Pedro Sánchez ofrece la faz de un liderazgo más moderno y
comprensivo de la complejidad de los tiempos que corren. Es de esperar que a la
una y al otro se les dé tiempo para que cuajen y se consoliden.
Del señor
Bono no me ha extrañado su comensalía con los líderes de Podemos. Se trata de
una persona de amistades transversales, conciliábulos frailunos y diplomacias
vaticanas. El compañero Zapatero, expresidente del gobierno, sí me ha enojado y decepcionado. Como le
reprochó una ex subordinada suya de gobierno, «a santo de qué» se reúne a
compartir mesa y mantel con el enemigo político número uno del Partido
Socialista. No estamos para cabildeos y conspiraciones florentinas, señor
Zapatero. De la mano del señor Bono puede perderse entre toreros y folklóricas
en los salones de las duquesas... Triste destino para un expresidente.
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