Once de septiembre. La Diada. La
pantalla del televisor está a punto de estallar. El estruendo es ensordecedor.
La muchedumbre multicolor ─amarillos-rojos...─ desfila parsimoniosamente por la Meridiana y
calles adyacentes de Barcelona componiendo figuraciones simbólicas ─la ‘V’, vía
libre hacia la República Catalana, también podría ser V de Victoria o de
Vencedor─. Flamean las banderas esteladas, banderolas y banderines como enormes
abanicos que airean la temperatura de la masa. Se agitan pancartas con lemas,
eslóganes, estrofas de rima ripiosa. Se
divisan jóvenes, adultos, niños ─tan pronto hechos masa, masificados─,
personas mayores, extemporáneamente
contagiados de la energía libidinosa de la multitud. El periodista del
plató central establece conexiones entrecortadas con reporteros a pie de manifestación,
entrevista a líderes políticos, a gente de a pie, chirrían las voces
desincronizadas, crece la algarabía. Gran Fiesta de la Libertad. El Pueblo
camina con paso firme hacia la Tierra Prometida. Siento nauseas, luego
irritación; al final, melancolía. Apago la televisión.
¿Pues es que me molestan las
manifestaciones ciudadanas? ¿Acaso el de manifestación no es un derecho
constitucional? Nadie niega que sea un derecho fundamental, pero también se nos
permitirá, aunque solo sea como catarsis personal, analizar el fenómeno de la
masa en movimiento hacia la independencia catalana a la luz de la
psicología de masas.
La psicología de las masas tiene
sus clásicos: Gustave Le Bon, Mc Dougall, el mismo Freud. En la masa el individuo se diluye en lo que
Le Bon denomina alma colectiva, por la cual es hipnotizado e inducido a
comportamientos irracionales y fanáticos y a sentimientos de omnipotencia.
Cierto que la masa no siempre es monstruosa, también puede ser heroica. Freud,
haciendo la crítica a Le Bon, reconoce que las colectividades pueden ser
sujetos de un gran desinterés, capaces de anular los intereses personales radicados
en el individuo. Relacionado con el sentimiento de omnipotencia que
proporciona la multitud, está el entusiasmo que capacita al individuo
para superar la imposición de la “moral” de la sociedad, y aun de las leyes.
Siguiendo a Mc Dougall (Group
Mind), el movimiento masa del independentismo catalán no pertenece a la
especie de las asociaciones pasajeras, sino que aparece como estable y
permanente, al menos hasta que logre sus objetivos, que estarán siempre en
litigio con los resistentes unionistas. Es por ello que no se muestra
como multitud ‘desorganizada’: hay un objetivo común y unos mismos
sentimientos, cada vez más exaltados en base al principio de «inducción
directa de las emociones por medio de la reacción simpática primitiva» (uno
contagia al otro y el otro contagia al uno).
La mirada psicoanalítica de Freud
nos muestra el tremedal de las energías de la libido en el que encuentran explicación los mecanismos
dinámicos de los fenómenos de masas: la sugestión, la identificación
de los individuos entre sí a través del objetivo común, el enamoramiento,
la hipnosis. Corrigiendo a Trotter, el padre del psicoanálisis afirma
que el hombre más que gregario es un animal de horda. Toda esta
psicología, determina Freud, «corresponde a un estado de regresión a una
actividad anímica primitiva, tal y como la atribuiríamos a la horda
prehistórica».
Hundido en este pozo freudiano,
no me resisto a encender de nuevo la televisión. Un líder de la CUP, un tal
Baños, inmerso en el jolgorio de la Muchedumbre y en el cinismo personal,
responde al entrevistador que sí, que ellos quieren irse de España y también de
Europa y del mundo capitalista... Me pregunto cómo la CUP va a compaginar su
independentismo con el del señor Más, líder de un partido corrupto y neoliberal
por otras señas. Y me viene a la mente la parábola de los puercoespines
ateridos (Shopenhauer): empujados por el frío los puercoespines se
aproximan entre sí para darse calor, pero al pincharse se vuelven a alejar; y
así una y otra vez hasta que encuentran la distancia de aproximación correcta.
Ningún hombre soporta una aproximación demasiado íntima. El demasiado trato
íntimo genera un depósito de sentimientos hostiles. ¿Cuánto aguantará la energía
erótica común entre un postcomunista y el líder de un partido de derechas
corrupto?
Seguimos en las mismas claves
freudianas. Entre el señor Mas y el señor Rajoy ─es inevitable la
personalización para abreviar─, han conseguido la ruptura del magma
libidinoso-amoroso común que subyacía a las dos colectividades, la española y
la catalana. Ahora, mientras los individuos que piden la separación de
España en masa caminan hipnotizados y entusiastas hacia una independencia
de la que ya paradójicamente han
abdicado en la masa, la otra parte, la abandonada, empieza a sufrir el cortejo
de los peores sentimientos que acompañan al rechazo y al despecho. Una
desgraciada historia de desamor, en la que, ante las taimadas promesas de dialogaremos,
podemos ser amigos, seremos más felices por separado, se agita en la parte
despreciada un volcán de hostilidad que nada bueno augura.
Vuelvo a apagar la tele. Me asusta el entusiasmo de las
masas. Y me llena de ira la irresponsabilidad de quienes nos han conducido al
borde de este precipicio manipulando el fondo más primitivo de la psicología
humana por interese partidistas.
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