jueves, 16 de julio de 2015

AZAR Y ENCHUFISMO EN LAS OPOSICIONES DE MAGISTERIO

Una mañana de calima de este julio agobiante. Muchachos y muchachas se agolpan y atropellan sobre el tablón de anuncios de un centro educativo cualquiera. Sus rostros muestran por igual ilusión ansiosa y temor, impaciencia nerviosa y angustia. La secretaria del Tribunal de Oposiciones de Magisterio, jovial y recreándose en la suerte, cuelga el listado con las calificaciones del último ejercicio de la Fase de Oposición. Luego vendrá la Fase de Concurso de méritos.  Hay gritos y saltos de alegría, gestos apesadumbrados y lágrimas furtivas... La cara y la cruz.
El sistema de concurrencia competitiva igualitaria (las Oposiciones, en lengua paladina)  para acceder a la función pública tiene una mala prensa. Memorizar y repetir cual papagayos un repertorio de temas teóricos no es garantía de selección de los mejores, que es el objetivo esencial del proceso, se dice tópicamente. Y, sin embargo, a la larga es el menos malo, el que, al fundarse en los principios constitucionales de igualdad, publicidad, mérito y capacidad, resulta más eficiente para la recluta del funcionariado.
Como respuesta a la crítica del memorismo, los distintos procedimientos de selección de los empleados públicos han coincidido en introducir modificaciones de este tenor: añadir a la Parte de la Oposición otra Parte de Concurso de méritos que prima la experiencia, reducir a la mínima expresión el número de temas sobre conocimientos teóricos y otorgar más peso a los ejercicios prácticos. De acuerdo a esta tendencia, impulsada machaconamente por los Sindicatos, el sistema de selección de los maestros y maestras ha devenido en desastroso.
En primer término. La Parte A del Primer ejercicio suele constar de 25 temas, de los cuales el Tribunal extrae al azar 2. De ellos el opositor elige uno, sobre el que escribirá durante una hora. Al ser tan escueto el temario todo el mundo lo domina, por lo que resulta un ejercicio apenas discriminativo. En la Parte B, la prueba que pretende ser práctica, como en la mayoría de las Oposiciones, es un simulacro. Toda práctica hecha con papel y bolígrafo no deja de ser una impostura.
El Segundo ejercicio trata de comprobar la aptitud pedagógica y el dominio de las técnicas de enseñanza. A este fin el opositor/a ha de presentar una Programación Didáctica relativa a un curso  con sus correspondientes Unidades didácticas. El primer documento se prepara en casa (o se compra, se dice) y el segundo se elabora delante del Tribunal  (de manera que al examinando no le puede caer en sorteo ninguna Unidad no incluida en la Programación...). Evaluar estos documentos es tarea tan imposible como hacer análisis clínicos de sangre mirando el cubito rojinegro a ojo de buen cubero. Cierto es que la Administración ─que no se diga que no es consciente de la dificultad─  proporciona a los Tribunales minuciosos criterios de evaluación, pautas y orientaciones, según los cuales habrá que tener en consideración los conocimientos técnicos y metodológicos, las habilidades y competencias, la capacidad de comunicación, la habilidad para resolver conflictos, el sentido de análisis y crítica, la creatividad e iniciativa, la pericia en la toma de decisiones, la expertez en planificar y organizar, la aptitud para trabajar en equipo, la disposición al trabajo innovador, la sensibilidad por la diversidad del alumnado y la transversalidad del aprendizaje... ¿Hay quién dé más? Esto es una paranoia morrocotuda.
Otro factor distorsionador de la objetividad es la composición de los Tribunales, que, si bien reglamentariamente pueden estar integrados por docentes de los distintos niveles, en la práctica se constituyen con docentes del Cuerpo de Magisterio en exclusiva. Y no es solo que el tufo corporativo eche para atrás, es que el arduo acto de evaluar y juzgar requiere que los evaluadores sepan más que los evaluados. ¿Cómo puede ser que en Tribunales de Inglés haya maestros y maestras con los conocimientos  rudimentarios que un día lejano les proporcionó un cursillo de especialización, y ahora dedicados a otras especialidades?
Finalmente, hay un cuarto hecho que pervierte el procedimiento. Se trata de la  integración de los listados de las notas de los distintos Tribunales en una lista única, lo que produce que los Tribunales tiendan a puntuar muy alto (más alto siempre que el Tribunal de al lado...) para conseguir que su clientela no se quede fuera. Y así se da que, rompiendo todos los estándares de la estadística, nos encontremos que en un listado de 26 aprobados haya 7 u 8 dieces, que es el no va más.
En síntesis, un ejercicio escrito irrelevante que no discrimina, una prueba práctica fallida, una Programación posiblemente venal, física y metafísicamente imposible de evaluar con objetividad, Tribunales corporativos de cualificación dudosa en algunos casos y un concurso de méritos en el que los años de interinaje dislocan la puntuación final... son factores de un proceso tremebundo, intenso, concentrado en 20 días de tortura a unos opositores y opositoras cuyo derecho a ser evaluados objetivamente es conculcado flagrantemente.
    Y lo peor, con todo, no es el azar, sino la arbitrariedad y el enchufismo que se filtran por las fallas del sistema.

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